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— Tranquilo Alfred, intentaré convencerlos de que te quiten esa cinta.

Alfred le quiso sonreír, pero la cinta no le dejó.

Los primeros días solo tenía las manos atadas por detrás de su espalda, pero, ante las constantes amenazas pasivo-agresivas de Alfred, decidieron ponerle cinta adhesiva americana en la boca para que dejara de hablar.

Y todos, o al menos la gran mayoría estaban de acuerdo con ello.

El moreno tenía el "trabajo" de cuidar que Alfred no hiciera algo estúpido que los afectara, tanto al grupo como a él —Alejandro—. Ante la vista de los demás, Alfred solo veía por si mismo, lo cual en parte era verdad, y los demás eran dañados gracias a las acciones que Alfred tomaba para su beneficio único, y eso no podía quedarse así.

Sin embargo, el tiempo transcurría.

Aquél ambiente desagradable en el que el grupo estaba se iba alejando lentamente, siendo reemplazado por uno de desconfianza en aquellas personas que no eran tan cercanas.

Dentro del grupo se habían empezado a formar grupos más pequeños, los cuales eran conformados por personas que confiaban entre sí; un ejemplo era el pequeño —a comparación de otros— grupo de Ludwig, Kiku y Veneciano.

— Es un día hermoso, ¿no lo crees, Alejandro?. —el castaño le sonríe a una de sus ex-colonias, sin esperar realmente una respuesta.

— Sí, no recordaba días tan soleados cono este. —le responde el contrario indiferente.

Debido a que se estaban formando grupos pequeños donde esas personas sí confiaban en las otras, el rubio de lentes maltratados y el moreno de cabellos azabaches tuvieron que hacer lo mismo. Su pequeño grupo era conformado por Antonio, que confiaba ciegamente en que Alfred no le haría nada estando en esa posición; Martín, el cual no confiaba en Alfred, aún cuando este no podía hacer algo en su contra mientras estuviera atado de manos y con cinta en la boca, a pesar de que el rubio norteamericano estuviera ahí confiaba en su primo, confiaba en quien alguna vez fue su tutor y confiaba en el de la bufanda;  Iván, confiaba en los mismos que el argentino y desconfiaba obviamente de Alfred, añadiéndole a su desconfianza una pizca de odio por lo de su hermana mayor.

— Да. —el ruso se unió a la conversación.

Y así fue como los cuatro —exceptuando a Alfred— comenzaron a crear una conversación agradable, mientras el rubio amordazado veía a las tres 'amenazas' fúrico.

Primero iría por Antonio, luego por Martín y al final por Iván. Uno debe cerrar con broche de oro, ¿no es así?.

Durante media hora o una hora se la pasaron pláticando los cuatro, tan inmersos en ella que por un pequeño lapso de tiempo se olvidaron del mundo en el que ahora vivían.

Al terminar la plática Iván y Martín se adelantaron, quedándose atrás el español, el norteamericano y el mexicano. El primero y el último continuaron con la plática; Alfred intentaba fallidamente llamar la atención del moreno, al menos hasta que tropezó con sus pies y cayó de rodillas.

— Estás bien pendejo... —reprimió levemente afectuoso el moreno, lo levantó con ayuda del español y verificó que estuviera bien.

A partir de ahí la atención del de cabellos azabaches se dirigió al rubio, ignorando al español, cosa que no le agradó en lo absoluto.

¿Por qué? La respuesta es simple: Alejandro, representación de México, le recuerda a su querido Romano, una de las representaciones de Italia.

¿Por qué no estaba 'molestando' a Romano en lugar de a Alejandro? Es simple; Romano no pudo "resistir" mucho tiempo a este apocalipsis zombie, irónicamente, Veneciano si pudo, con ayuda del alemán, claro, aunque eso es punto y a parte.

Al español solo de quedaban 'vivas' dos ex-colonias, o al menos que no intentaban comerse a otras personas solo para satisfacer su apetito vóraz por organos y carne humana. Dejando eso de lado, el castaño entendía que no siempre puedes tener segundas oportunidades; al llegar a lo que antes era la comunidad, solo, con apariencia horrible y un humor del asco y encontrarse con la gran mayoría de personas que alguna vez llego a considerar como hijos, lo entendió. Aprovechó al máximo el tiempo que tuvo con ellos, y al llegar una parte del que solía ser conocido como “Nueva España” no pudo estar más feliz.

Claro, en todo lo bueno habrá algo malo y viceversa.

Lo malo, en este caso, era obviamente el estadounidense.

En cuanto lo vio supo de inmediato que quería al moreno para si mismo, y en cuanto las desgracias arribaron tras su llegada, supo de inmediato que tendría un final, un final que no sería para nada feliz, pero sí sería doloroso. Bastante.

Aún así valdría la pena si puede redimirse y mejorar —o crear— el lazo de padre e hijo que nunca tuvo con el de cabellos azabaches. Lo había hecho con los otros, sería injusto si no lo hiciera con él.

Por eso no permitiría que el rubio le quitara su única —muy probablemente— oportunidad de establecer un vínculo cercano.

— Eh, Ale. —murmura el español, interrumpiendo la plática unilateral de ambos norteamericanos— ¿Os acordáis cuando apenas eras una pequeña colonia?. Vos y vuestro hermano eran monísimos, recuerdo con sumo cariño que siempre venías corriendo a mí cuando te perseguía con vuestra lanza.

Utilizaría recuerdos "bonitos" del pasado para después obligarlo lentamente a recordar todas las veces en que Alfred le hizo daño a su pequeño.

Y Alfred lo supo en cuanto mencionó al hermano de este, por lo que se dedicó a fulminar con la mirada al español, en un intento de decirle con ésta «Cállate, lo vas a arruinar».

— Sí, recuerdo que vos eras más pacífico mientras que él era un poquito más desordenado. En vuestros ratos libres recuerdo que él os perseguía divertido con cualquier cosa peligrosa y vos solo ibas cagando leches a donde estaba yo.

El moreno le miraba con una sonrisa melancólica.

El contrario sonríe satisfecho y continua hablando.

— Oh, y cuando escapabaís para ver a “Trece Colonias”. Vosotros decían que de grandes se casarían; Eduardo golpeaba a Alfred y te ponía tras él protectoramente en esas ocasiones. A Arthur y a mí nos hacía reír aquello.

Mira de reojo a los dos americanos; el rubio parece querer ahorcarlo con la mirada y el moreno parece recordar todo lo que decía con melancolía.

— Trece Colonias-- Es decir, Alfred, parece que iba muy en serio con eso, ¿no?. —el otro le mira curioso, es tiempo de empezar, se dice mentalmente el español— Quiero decir, Eduardo era representación de México norte, pero ¡oh no!, llega Alfred y se roba el cincuenta y cinco por ciento del vuestro territorio, dando como uno de múltiples resultados que vuestro hermano muriese, ¿verdad, Alejandro?.

Su contrario mira por segundos a Alfred, su ceño está fruncido y se aleja discretamente del rubio para acercarse al castaño.

— Además, ¿no se te hace... 'Curioso' que todos los que se te han acercado han terminado muertos o como zombies?.

Pasa su brazo derechonpor los hombros de su menor, abrazandolo fraternalmente.

—Pero no os preocupeís, os protegeré igual que cuando lo hice con Sadik; ¿te acuerdas, Romano?

Alfred quizo reír, y agradeció que tenía la cinta para no hacerlo. Mientras, el español abrió los ojos como platos y se reprendió mentalmente por ser un estúpido.

Bien, Antonio lo había arruinado a lo grande y derrepente, sin explicación alguna.

〘The zombie song ┆UsamexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora