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Cabizbajo, Kiran recibió en silencio el rechazo que ya esperaba y se descubrió más afectado de lo previsto. Desde un principio supo que sus sentimientos por Hrid eran ilícitos, por tanto indeseados y su naturaleza debía permanecer secreta. Sin embargo, y en vista de la amenaza que se cernía sobre ellos desde el mundo de los muertos, soltó su declaración ignorando cualquier protocolo ante la realeza. No era más que el invocador llamado por razones que no entendía a un mundo que jamás imaginó que existiera, carecía de linaje real y estaba imposibilitado para darle descendencia al futuro rey de Nilf. Hubiera deseado seguir viéndolo como antes, cuando solo era el príncipe de otro reino y un aliado fuerte. Cómo quisiera que la amistad siguiera siendo eso nada más, en lugar de evolucionar a admiración y luego deseo. Lo amaba de manera indebida y no requerida, pero lo amaba y por un momento pensó que sacarse esa carga del pecho era el remedio a la angustia que lo perseguía desde hacía tanto tiempo.

- Kiran, yo... – Pero las palabras dolían, cómo dolían. Alfonse siempre le advirtió sobre los peligros de ser herido con filos, venenos y magia, pero jamás sobre el golpe letal de las palabras. Golpes que se sentían antes de ser asestados y laceraban el alma una vez alcanzaban su destino – No puedo.

Se quedó mudo aunque había repasado mil veces su respuesta, una aceptación cordial y respetuosa del rechazo que permitiera a ambos retomar una relación de compañeros en combate y diplomacia. Hrid seguía hablando sobre deberes de la corona, las guerras, las herencias de cada reino y otros temas que los pensamientos de Kiran enmudecían por completo. No quería hacerlo, pero comenzó a llorar. Jamás había derramado una sola lágrima desde que llegara a Askr, pero en ese momento a las afueras del castillo, considerando a Hrid y la naturaleza como únicos testigos, dejó salir un llanto mudo.

Un profundo silencio se formó entre ambos, el príncipe ya sin saber qué decir y el invocador arrepentido por haber dicho algo. Hrid apreciaba a Kiran, muchísimo, tanto como para sentirse mal consigo mismo por dar esa respuesta a su declaración de amor. Dio más explicaciones de las necesarias y se frenó cuando entendió que eso no era lo que necesitaba su amigo. Le sobraban las explicaciones, lo que le urgía eran palabras que no podía obsequiarle. Consuelo, amor, todo se le escapaba de las manos al príncipe de hielo en ese momento. Sólo quedaba silencio entre ellos, entre los árboles, de los animales que parecían haber desaparecido y del testigo intruso que espiaba oculto tras un árbol a espaldas de Hrid.

Como era de esperarse en tiempos de guerra los asuntos del corazón no están exceptos de intervención militar, de manera que la sencilla misión de reconocimiento y advertencia de Lif se cruzó con la declaración rechazada de Kiran a Hrid. El no muerto bien pudo ignorar la escena y seguir su camino, pero el invocador siempre terminaba por llamar su atención y abstraerlo de lo que hacía. Jamás lo había visto llorar, ni siquiera en aquel entonces cuando llevaba el nombre de "Alfonse" y su propio Kiran le ayudaba a luchar contra los ejércitos de Hel. Tristeza, enojo, dolor, todo lo había visto pero jamás el llanto. Lo más cercano a eso fue cuando en medio de su agonía le otorgó su perdón.

Ese era el problema en realidad. Lif cargaba varios remordimientos de su tiempo en vida, y la lista la encabezaba la muerte de su familia, seguida por la pérdida de su invocador y la destrucción de su reino. Jamás se perdonaría por ninguna de esas cosas, no importaba si su Kiran había desperdiciado su último aliento en eximirlo de toda culpa. Todo lo que amó alguna vez lo se desvaneció entre malas decisiones y tiempos perdidos. Desperdició su vida. Desaprovechó la oportunidad de enorgullecer a su padre, de abrazar a su madre, de proteger a su hermana. Malgastó las miles de veces que pudo confesarle a su Kiran que lo amaba. Debió decírselo, debió resistir la maldición de Hel, debió ser fuerte y desobedecer cuando le ordenaron matarlo.

La última vez que fue feliz fue gracias a Kiran. Sus recuerdos sobre el invocador eran más dulces que amargos, aun cuando se trataba de un amor no correspondido tal como le sucedía al Kiran de este mundo. Su mayor deseo era protegerlo, y fracasó en eso. Se recordaba mirando a Kiran a la distancia, mientras éste a su vez miraba a Hird con absoluta devoción. En vida pensó que hacía lo correcto al dejarlo ir. "Dejarlo ir para que sea feliz", "mi deber es con Askr", "La corona necesita herederos". Todas excusas cobardes, tonterías nada más.

Cuando rememoraba su vida como Alfonse había tres imágenes claras: Él con sus padres, la sonrisa de su hermana y las charlas con Kiran. Atesoraba los recuerdos donde hablaban sobre tácticas de combate para vencer al enemigo de turno, su optimismo al considerar que podrían contra cualquier adversario. Añoraba la terquedad del invocador que insistía en poder blandir una espada, usar un arco, aprender magia y en general tomar cualquier papel que le permitiera ser más "activo y útil en combate" ¡Como si no fueran sus estrategias la clave de la victoria! Kiran tenía un hermoso brillo en los ojos cuando pensaba en todo lo que podrían salvar tras salir victoriosos, y una preciosa dedicación a su tarea, que consideraba sagrada. Fue una buena vida. Luego, el desastre.

Se tocó el pecho y juró sentir, aunque fuera por unos instantes, un corazón vivo que se estrujaba de pena. Sintió el nudo en la garganta, la impotencia, la pérdida.

- ¡HRID!

Escuchó el grito de pánico de Kiran, y se descubrió a sí mismo atravesando al príncipe de Nilf con su espada. Un ataque impulsivo, traicionero y sorpresivo. El príncipe cayó al suelo, herido pero aún con vida, y Lif apenas tuvo tiempo de entender qué había hecho cuando escuchó un silbido fuerte. Kiran pedía refuerzos, y tenía el tiempo contado para decidir qué hacer.

- Kiran... - Trató de revivir lo que quedaba de Alfonse en sí para hablarle con toda la amabilidad posible, pero su voz no era la misma. Él ya no era el mismo. Sacó su espada del cuerpo herido de Hird y caminó hacia él ¿Quizá su mirada? No, eso tampoco era como la de "Alfonse"

- ¡Monstruo! – El invocador tomó un puñado de tierra y la arrojó a ojos del general de Hel. Lif conocía bien las tácticas de Kiran, así que se dio media vuelta mientras se limpiaba los ojos. Tal como esperaba, Kiran estaba al lado de Hrid y blandía la espada que el príncipe no podía usar dadas las circunstancias.

Kiran se abalanzó sobre él en un ataque iracundo. Toda la tristeza de hacía unos segundos se evaporaba para dar paso a la furia de un guerrero que no caería ante nada. No dejaría de proteger a la familia real, fuera de Askr o de Nifl. No dejaría su deber. No necesitaba más que aguantar hasta que llegaran los demás con un Healer. No daría el brazo a torcer. Lif lo sabía, sabía todo eso y sabía que si seguía luchando así con Kiran corría el riesgo de repetir la historia de su mundo, de revivir la horrorosa pesadilla donde el invocador agonizaba en sus brazos. Pero esta vez no habría perdón, este Kiran no tenía razones para compadecerlo. Este Kiran lo miraba con odio.

- Lo lamento – Susurró el general mientras tomaba distancia. Dejó que el invocador lo atacara de nuevo, soltó su espada y le agarró el brazo mientras evadía el ataque. Le tomó pocos segundos y un solo movimiento torcerle la muñeca y forzarlo a soltar la espada. Lo tenía muy practicado, le había enseñado ese mismo movimiento a su Kiran años atrás para calmar sus ansias de saltar a la acción. Derribó al invocador y, sin tener claro cómo explicaría esto a la reina de los muertos, lo noqueó y recogió.

- ¡Kiran! – La voz de Alfonse, la que fue suya hacía tanto, alcanzó sus oídos al mismo tiempo que los refuerzos llegaban al lugar. Vio los ojos del joven ingenuo, cargados de angustia al notar a su invocador en brazos del enemigo.

- Si se acercan el chico muere – Amenazó como si de verdad pudiera repetir ese error. Sharena, Anna y Alfonse dieron un paso atrás, le creían. Vio a su hermana aterrorizada, recordó esa expresión de la última vez que la vio con vida. No podía más.

Tras abrir un portal, el general desapareció tomando al invocador de ese mundo como rehén. El destino: el reino de los muertos. El plan: lograr preservarlo consigo por la eternidad. Que la muerte le concediera lo que en vida le fue negado.

Love Is (Not) Dead | Fire Emblem HeroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora