Era un día radiante. Un día de esos tan bonitos que crees que nada podría salir mal.El cielo era azul, el césped era de un verde brillante, y la gente, los animales y la naturaleza del parque Saint James nunca podrían verse mejor.
Eso es lo que pensaba Azirafel, que se encontraba sentado en una banca esperando a su diabólico amigo, que había ido de compras. Observaba con tranquilidad el paisaje que le rodeaba, respirando lenta y plácidamente. Cerró los ojos un momento para poder percibir con atención la serenidad del lugar, con el olor a césped recién podado y las alegres risas de los niños que jugaban. También olfateó el aroma de Dulce Julieta, una flor rara y dificilísima de hallar, pues se trataba de un híbrido creado por un reconocido criador de rosas de Shropshire. Por alguna razón, la rosa más costosa del mundo florecía ese día en St. James.
Pequeños detalles milagrosos como ese, hacían a un ángel feliz.
Nunca se había sentido tan relajado y en paz consigo mismo. Desde el Armagedón que no se dio, él y Crowley eran libres, libres en su tranquila y respetable zona gris, ni blanco ni negro, ni cielo ni infierno.
Aquello de pensar si había obrado bien o mal por error, o si había hecho demasiados milagros innecesarios, o preocuparse por las cuestiones del plan divino, o de sus superiores, o de la guerra y el Anticristo, habían quedado en el pasado. Y qué gusto le daba. Un gran peso había sido retirado de sus hombros, y al imaginar las posibilidades que esa libertad le presentaba, esbozó una tierna sonrisa.
De repente, sintió que le rociaron con agua la nuca.
Se llevó la mano a la zona afectada, riendo.
-Crowley, no soy una planta- comentó divertido, mientras se volteaba para verlo.
Entonces, Azirafel tragó en seco.
No era Crowley quien estaba de pie detrás de la banca. Era Gabriel.
Gabriel venía de incógnito: traía una gorra, jeans y una camiseta. En la mano sostenía un pulverizador transparente con una gran etiqueta que decía "El Agua más Bendita" en letras doradas.
Ambos se quedaron viendo horrorizados por un largo rato, quietos como estatuas.
Cuando Azirafel por fin pudo reaccionar y dejó de estar paralizado por el terror, parpadeó un par de veces, pues se había olvidado de hacerlo y la gente empezaba a mirarlos con extrañeza. A Gabriel no le importó. Seguía mirándolo fijamente de forma antinatural, sin parpadear, con sus despiadados ojos violetas. Se aclaró la garganta.
-Tenía que probarlo- dijo, intentando ocultar su agitación y sobresalto- Tenía que saber si eres uno de ellos. Nunca había ocurrido esto. Debiste morir.
Azirafel no respondió. No podía, aunque quisiera. Sentía un nudo en la garganta, y creía que le daría un infarto a su cuerpo de lo rápido y violento que latía su corazón - lo que era una pena, pues apenas lo había recuperado-. ¿Y si volvían a intentar con el fuego infernal? Ese sería su fin. Nunca había oído que el cielo intentara exterminar a un ente divino dos veces. No así.
Crowley estaría tan afligido cuando se enterara de que él había muerto en serio.
Quería huir, pero no podía. Ellos lo encontrarían. Siempre lo hacían.
-¿Qué clase de abominación eres?- cuestionó Gabriel, recuperando un poco la compostura.
-No lo sé- contestó Azirafel tímidamente, en un tono bajo, apenas audible.
Gabriel frunció el ceño y se llevó la mano a la barbilla, con una expresión meditabunda.
-Puede que... Por todos los cielos, debe ser eso...- murmuró muy sorprendido, y luego posó su mano sobre el hombro del principado, que sintió un escalofrío y se estremeció al tacto.
-Escucha, este no es un procedimiento muy común- dijo Gabriel lentamente, con un aire confidencial, mientras rodeaba la banca y se sentaba a lado de Azirafel.- Pero no hay otra forma de explicarlo. Nunca hemos aplicado este protocolo a un ángel... o a un no-ángel, o a lo que sea que seas. Nosotros nunca erramos. Eres una decepción. Lo sabes, ¿verdad?
Azirafel bajó la cabeza con tristeza, mientras jugaba con sus manos, nervioso.
No quería decepcionar a nadie. Y aunque técnicamente ya no servía al cielo, algo dentro de él le hacía sentir culpable. Extrañaba ocasionalmente su deber divino y esos días más simples cuando sus creencias y principios eran incorruptibles y perdurables. Cuando parecía que hacía lo correcto, lo que se supone que tenía que hacer, y seguía las ordenes de sus superiores sin titubear, porque les tenía fe. Lo echaba de menos...Pero sólo un poco. Procuraba evitar pensar en eso. Estaba mejor ahora, realmente nunca había podido encajar por completo ahí. Aunque se esforzara, todo parecía un engaño. Uno a sí mismo y a ellos.
-Esto es más de humanos. Algunos incluso se vuelven santos después de ello- seguía diciendo Gabriel. Azirafel no le ponía mucha atención- Pero creo que tú, patético ángel rebelde, tienes una segunda oportunidad.
Azirafel separó sus labios y alzó las cejas, entre confundido y asombrado, y más angustiado que complacido. Muchos pensamientos llegaban a su mente en aquel instante. Al parecer, no intentarían matarlo de nuevo. Querían reclutarlo. Pero de algo estaba seguro: él no quería ninguna de las dos cosas.
-¿Qué dijiste?
-Que tienes una segunda oportunidad, genio
-Pero eso es inefable
Gabriel rodó los ojos con impaciencia.
-Inefable es la cantidad de papeleo que se hará por este asunto. Ven, Miguel te dará instrucciones respecto a la penitencia que llevarás a cabo para que se te sea concedido el perdón, y te dirá las condiciones bajo las cuales se te proporcionará. Después, serás reincorporado al Ejército de Dios.
Antes de que Azirafel pudiera decir otra palabra, se encontraban ahí. En el cielo. Era tal como lo había visto por última vez -nunca había cambiado-: frío, estéril, pulcro, lleno de luz celestial y, a la vez, tan poco acogedor.
Miguel y compañía sujetaban carpetas y lo esperaban con displicencia.
-Pero yo no...- intentó protestar Azirafel, pero Gabriel lo empujaba por la espalda, forzándolo a ir al encuentro de ellos.
-No arruines esto- murmuró amenazadoramente el Arcángel entre dientes, al tiempo que le dirigía una sonrisa burocrática a Miguel y lo saludaba.
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Tentación
FanfictionA Azirafel se le ofrece una oportunidad que no puede rechazar. Crowley no lo sabe, pero sospecha que algo anda mal.