Capítulo 12

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El cielo había vuelto a la normalidad, las nubes se habían desvanecido, el sol radiaba, y no hacía más frío.

Adán señaló al ángel caído que era Hastur.

-¿Quién es él? ¿Por qué te incendió? ¿Qué hacen ustedes aquí?

Tenía muchas preguntas y merecía las respuestas. Todo había ocurrido demasiado rápido en el Casi-fin-del-mundo y no hubo tiempo para dar explicaciones. Crowley tomó una bocanada de aire y comenzó a hablar. Él y Azirafel le relataron todo lo que sabían sobre el gran plan y el plan inefable, la confusión en el hospital de monjas, su padre, las implicaciones de su llegada a la Tierra, sus poderes y cómo alteraban la realidad, la rivalidad entre el cielo y el infierno, el lío que fue encontrarlo para detener el Armagedón y, por último, los problemas a los que se estaban enfrentado ahora, con el cielo intentando reclutar a Azirafel, su penitencia, y la sed de venganza de Hastur.

Cuando terminaron, Crowley temió por un segundo que fuera demasiada información que procesar. Adán podría necesitar terapia por el resto de su vida. Le acababan de contar las verdades sobre la existencia de un ser Todopoderoso, hecho que cambiaba la cosmovisión del universo y rechazaba las teorías científicas sobre las que se cimienta la realidad. Contempló a Azirafel, que le devolvió una mirada igual de angustiada que la suya.

Adán se había quedado silencioso, con una expresión inescrutable por unos minutos de pura incertidumbre, pero después las comisuras de sus labios se alzaron formando una agradable sonrisa.

-¿Entonces los demonios mueren con agua bendita y los ángeles con fuego del infierno? ¡Eso es muy cool!

-No lo fue para Lingur- increpó Azirafel

Los tres observaron a Hastur. Lucía como un soldado abatido en la guerra, con la pierna doblada en un ángulo extraño y la cabeza ligeramente inclinada a la derecha.

Crowley sentía la imperiosa necesidad de cuidar a Azirafel, de alguna forma, era un ángel guardián sin haber solicitado el puesto; por ello había golpeado limpiamente a Hastur en el pómulo con una fuerza de la que se creía incapaz. Por un momento, admiró azorado su puño cerrado. Ahora comprendía al señor Shadwell cuando decía que su dedo índice era un arma poderosa. El duque del infierno se veía mucho menos imponente en el suelo.

-¿Crees que podamos hacer algo por él? - le preguntó Azirafel.

-Sí, patearlo. O pintar obscenidades en su cara con un plumón permanente.- Crowley soltó una carcajada por su propia idea malévola.

-No, tonto, para ayudarlo- espetó su amigo con un dejo de molestia.

Crowley chascó la lengua con desaprobación.

- Si Hastur hubiese tenido el mismo brío que tenía antes de la muerte de Lingur, no hubiera podido detenerlo y él no dudaría en matarnos. ¿Por qué deberíamos ayudarlo? No. Los demonios no ayudan a nadie.- puntualizó

- Pero tú eres distinto, no eres como ellos. No tienes que serlo. Yo sé que eres bueno.

Crowley rechinó sus dientes y se puso rojo hasta las orejas. Si había una cosa que odiaba, era que el ángel le dijera que era bueno o que había bondad en su alma o lo que sea. Pero Azirafel lo miraba con ojos de perrito triste, y eso lo hacía sentir peor.

-¡Está bien, está bien! ¡Ayudaremos al desgraciado de Hastur! ¡Pero todo depende de Adán!

-¡¿De mí?!-exclamó el niño.

El demonio dio un paso adelante y colocó sus manos sobre los hombros de Adán, inclinándose para verlo directamente a los ojos. Adán sólo podía ver su propia imagen reflejada en sus lentes oscuros, y con esfuerzo, dos centellantes ojos dorados detrás de ellos.

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