Capítulo 5

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Gabriel, Uriel y Sandalfón se retiraron y Miguel llevó a Azirafel a otro cuarto. Este era menos espacioso, sin ventanas, únicamente con un pupitre en el centro y una sofisticada máquina dorada con forma de caja, que a Azirafel le recordó a una impresora.

-Es un lector de marcas ópticas- aclaró Miguel, al notar que la miraba- Es para evaluar los resultados de tu examen. Toma asiento.

Azirafel contempló el pupitre con desconfianza. Para empezar, era pequeño, y el espacio entre la silla y la mesa unida a él era muy reducido. Además, estaba hecho de metal, era rígido y la mesa estaba demasiado abajo, por lo que tendría que encorvarse para resolver el examen.

Miguel disfrutó ver a Azirafel intentar arrellanarse en tan espantoso lugar. Le entregó un lápiz y un cuadernillo. Azirafel calculó que tendría unas doscientas páginas, y cuando lo revisó, se dio cuenta de que eran mil preguntas.

Miguel le indicó que tenía dos horas para resolverlo, y que las hojas con alvéolos que debía llenar estaban atrás.

Era un examen psicométrico. No como el que resuelven los mortales para conseguir un empleo, sino uno de carácter bíblico, psicológico, teológico, metafísico, y de dilemas morales y éticos para seres celestiales.

Azirafel había pensado en mentir de tal manera que no quedara dudas de que él no pertenecía al cielo. Pero mentir le era difícil y requería más esfuerzo, necesitaba conocer la respuesta correcta primero para marcar una incorrecta, y él no tenía tiempo para analizarlo todo. Tenía que contestar ocho o nueve preguntas por minuto para finalizar dentro de las dos horas.

Preguntas como: "¿Cuáles son los profetas mayores?" y "¿Cuántos años vivió Matusalén?", se mezclaban con otras como "¿Encuentra necesario defender lo que es justo sin importar las consecuencias?" y "¿Cuál es la raíz de todo mal?"

El lápiz de Azirafel echaba humo debido a la velocidad con la que lo manipulaba, y rellenaba los alvéolos, uno tras otro, sin detenerse por un segundo. Sus ojos pasaban de izquierda a derecha, recorriendo las preguntas y respondiéndolas al mismo tiempo.

El ángel tenía la capacidad de sumergirse por completo en los textos que leía, enajenándose del mundo para eliminar las distracciones hasta lograr su objetivo; así es como había descifrado las Profecías de Agnes la Chiflada, y así es como concluiría aquella prueba.

Era esa enajenación la que le permitía ignorar el hecho de que ya no sentía sus posaderas, el dolor de su espalda, el cansancio de su vista, y el antojo de crepas que tenía. Su mente trabajaba como un mecanismo de reloj, preciso y sistemático.

En realidad disfrutaba esa clase de pruebas a su intelecto, eran estimulantes, aunque también muy pesadas.

Cuando las dos horas pasaron, Miguel le arrebató el cuadernillo y arrancó las últimas hojas. Azirafel apenas había podido terminar.

Miguel acomodó las hojas de respuestas en la bandeja de la máquina, y esta las procesó e imprimió unas anotaciones. Cuando las recogió, su rostro se ensombreció.

-Esto no puede ser posible. Debe ser un error...- murmuró contrariada, y por primera vez, Azirafel distinguió sorpresa en su voz.

-¿No aprobé? – preguntó, levantándose del pupitre con dificultad.

Miguel lo miró fijamente.

-Lo hiciste, con un puntaje sobresaliente.

Azirafel, embelesado, formó una sonrisa.

Él sabía que su deber como principado era el de proteger, cuidar y amar a la Tierra, a su gente, a los animales, y a cualquier manifestación de vida. Por mucho tiempo se había cuestionado si había algo mal en él por querer evitar el fin de todo eso que consideraba transcendental, pero ahora lo sabía: todo el tiempo había hecho lo que se supone que los ángeles debían hacer. No estaba "defectuoso" por pensar cosas distintas.

Era un ángel después de todo, un ángel sobresaliente.

Pero su dicha duro poco, y su sonrisa se desvaneció. Ese era un examen que se supone que no debía aprobar.

Miguel le dio una seca felicitación, apareció una pila de archivos y se los entregó.

-Estos son los registros que hay sobre ti. Ahí están tu penitencia y los términos y condiciones de tu reingreso. También encontrarás un pergamino que será de tu interés, tiene información bastante reveladora sobre ti, se había extraviado y recientemente fue recuperado. Será mejor que lo leas todo.- le explicó, condescendiente.

Azirafel asintió, aunque no podía ver a Miguel, ya que la montaña de documentos bloqueaba su vista.

- Miguel, disculpa, pero creo que hay un inconveniente- dijo, tratando de sonar afable y cordial- Lo que ocurre es que considero que no sería lo mejor para mí regresar. Hay un mar de razones por las que...

-Tú no sabes que es lo mejor para ti- lo interrumpió el Arcángel lacónicamente y chasqueó los dedos.

Azirafel sintió un frío inesperado y gotas de agua cayeron sobre su cabeza. Estaba en Saint James y caía un aguacero.

Corrió lo más rápido que pudo hacia la salida con los expedientes, que se tambaleaban de un lado al otro, y tomó el primer taxi que apareció oportunamente.

Le dio la dirección de la librería de forma entrecortada, jadeante. Sentía que se le salía el corazón, así que llevó su mano a su pecho, e inhalo y exhaló lentamente para regular su respiración.

- Este clima esta de locos. Hace un rato estaba despejado y ahora se cae el cielo. ¿Se encuentra bien, señor?- le preguntó el conductor, viéndolo de reojo por el retrovisor.

-Sí, todo bien. No estoy muy acostumbrado a correr- respondió el ángel, con una sonrisa amigable. Su cabello ondulado había perdido su forma y su ropa estaba empapada. Había pisado un charco accidentalmente y sentía sus calcetines mojados.

Hizo un pequeño milagro para secarse y limpiar los documentos que también estaban húmedos. Tomó el que se encontraba en la cima, que era el pergamino del que le había hablado Miguel.

Azirafel lo leyó y lo releyó, una y otra vez, con los ojos bien abiertos. Soltó un suspiro ahogado. Todo lo que creía saber sobre él mismo y sobre cómo se manejaban las cosas en el cielo se ponía aprueba con ese viejo comunicado. Se sentía sofocado, sus mejillas habían perdido el color. Su mano tiritaba al sostener el pergamino.

DEMOCIÓN

El querubín de fundamento Azirafel, Guardián de la Puerta del Este del Jardín del Edén, perteneciente a la primera jerarquía y al segundo coro; por decreto del Altísimo, queda oficialmente degradado a la tercera jerarquía, como miembro del séptimo coro, ocupando el puesto de principado, protector de los conglomerados y las naciones.

El motivo de dicho descenso corresponde a una falta directa al "Código de Obediencia y Buenos Actos de los Servidores de Dios", por cometer un delito tipo III, de abuso de confianza, al utilizar indebidamente la Espada Flamígera que se le fue otorgada, regalándola al sujeto de nombre "Adán", el primer hombre en la Tierra.

Cabe mencionar que el querubín acusado también incumplió con su tarea consagrada, al permitir que el demonio Crawly tentara a Eva a probar del fruto prohibido del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, cuando su deber era custodiarlo.

Debido a que esta es una práctica irregular, ya que el castigo asignado a la insubordinación es la expulsión del cielo y la caída del ángel rebelde, al tratarse de una excepción, los recuerdos y evidencias de dichos acontecimientos serán suprimidos.

Atentamente:

El Consejo Divino.

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