Un súbito silencio sepulcral le recordó a Azirafel que antes del inesperado suceso había parloteo de niños de secundaria disfrutando de su receso en el patio, y que ahora, pasmados, divisaban al ente maligno que había surgido tan catastróficamente del suelo. Por el simple hecho de estar ahí, estaban en peligro.
Con un milagro, la multitud desbandada de alumnos se agolparon en la entrada del colegio y regresaron a su interior, sin entender por qué lo hacían ni que estaba pasando.
Después, un escalofrío recorrió la espalda del ángel, sobresaltándolo.
Alzo la mirada al cielo.
Una gran nube negra se desplazó con lentitud hasta cubrir el punto brillante que era el sol. Entonces, los vívidos colores se apagaron, y los grises preponderaron. De repente, hacía frío. Un vaho salía de su boca entreabierta con cada espiración.
Poseía la habilidad de percibir el amor, pero el sentimiento que dominaba al entorno que Hastur deformaba lo mortificaba: era el de un corazón roto. Dolor, tristeza, impotencia, y odio. Mucho odio. Una gran masa de antipatía y profundo rencor con un sentido y una dirección: Crowley.
Con aprensión, el principado resguardó la flor que él le había dado en un bolsillo de su abrigo. Tenía más temor que cuando se enfrentó al mismísimo Satanás. La tensión estaba en el aire: era como un duelo a muerte de pistoleros del viejo oeste, dónde el que sobrevive es el que desenfunda el arma más rápido y dispara primero. Sólo que ellos no contaban con ningún arma y Hastur poseía un lanzallamas con fuego del inframundo que podría borrar a cualquier ser iluminado con la gracia de Dios del cosmos para siempre.
-Por todos los ángeles - murmuró Azirafel - Ese lanzallamas...Pensé que era una broma eso de quemar a Gabriel ¿Es...?
-Sí, es mío. Larga historia. Cállate. –farfulló Crowley.
-Pero, ¿cómo lo consiguió?
El demonio se encogió de hombros. No sería la primera vez que sus propios planes se volvían contra él.
-¡Hastur, qué disgusto verte!- prorrumpió con un forzado tono casual, como conductor detenido por un oficial de policía. Azirafel podía ver que una gota de sudor le resbalaba por el tatuaje de serpiente en su sien.- Uhmm... Eeehg... ¿Qué te trae por aquí?
El duque del infierno nunca había tenido una pinta saludable, pero ese día se veía peor que lo habitual: unas ojeras negras contorneaban sus hinchados ojos, su piel estaba macilenta, tenía un semblante consumido y debilitado, y en resumen, lucía como un universitario en época de exámenes finales. Incluso el sapo que se asomaba entre los desalineados mechones rubios de la peluca se veía desnutrido y triste.
A pesar de eso, formó una mueca horrenda que pretendía ser un intento de sonrisa, mientras mecía el lanzallamas de atrás hacia delante.
- Tu amiguito es muy popular allá abajo. Conoces las reglas: ángel rebelde, ángel caído. Aún no lo parece, pero ya lo verás, dejará de ser tan etéreo.
Sus gélidos ojos azabaches se detuvieron en el ángel. Azirafel sintió que lo atravesaban como cuchillas.
A pesar de que consideraba que el infierno era muy educado por intentar emplearlo de una forma medianamente decente- con un contrato, cosa que el cielo ni siquiera consideró-, él NO buscaba empleo y tanta insistencia lo abrumaba. Iba a exteriorizar su opinión para rehusarse a unirse al ejército de mal; cuando el duque sacudió el pergamino, que se enrolló.
-En realidad no vengo por estas tonterías administrativas.- impugnó con acritud, guardando el contrato en su gabán - Sólo era un pretexto para seguirte, Crowley. Sabía que estarías con Azirafel, ustedes siempre están juntos, juntos como la peste bubónica y la aniquilación de la mitad de la población de Europa, como yo y Lingur solíamos estar...Ellos decían que lo olvidara, que te dejara en paz, pero un crimen como el que cometiste no debe ser perdonado.
El duque apretó sus labios y su rostro se contorsionó como si estuviera a punto de soltar en llanto.
Hastur no era el mejor de los demonios- o tal vez sí, si por mejor se refiere a uno de los más crueles, infames y desquiciados- pero nadie, nunca, merece perder a su mejor amigo. Eso pensaba Azirafel al verlo tan vulnerable. Si fuera Crowley quien hubiese recibido el baño de agua bendita, él estaría devastado.
-Encontré esto en tu carroza de caballos invisibles.- dijo el demonio de mayor rango - Es muy peligroso para los nativos usar fuego, y cómo has estado aquí demasiado tiempo, sospecho que ya eres uno de ellos. - Apuntó el arma en dirección al pelirrojo.- Comprobémoslo.
Todo ocurrió demasiado rápido. Azirafel sintió un golpe como el de un ariete en la espalda que le hizo caer de bruces contra el suelo, el aire abandonó sus pulmones del impacto y el herbaje le picaba la mejilla derecha. Crowley lo había empujado para apartarlo del fuego que había surgido de la boca del arma como un dragón exhalando.
-¡CROWLEY!
El ángel se giró, pero la luminosidad de las llamas y su viveza que le cegaba le obligaron a protegerse con el antebrazo y a rehuir de la incandescencia y calor que desprendía su compañero abrasado por el fuego. Pero cuando pudo apreciarlo mejor, nunca se sintió más feliz por el hecho de que su amigo fuera un "imperdonable" ángel caído:
Crowley era la representación de la antorcha humana, ardía de pies a cabeza, y las flamas se reflejaban en sus lentes oscuros. Fuera de eso, parecía completamente normal: su cuerpo, ropa, y cabello estaban totalmente inmaculados, intactos, ni un poco chamuscados.
A la desesperada, Hastur seguía presionando el gatillo. Extendió su brazo, tocó el flujo ardiente y descubrió para su asombro que la llamarada era infernal.
Eso significaba que Crowley no era un humano cómo pensaba. Ni ángel, ni demonio...
-¡Ningún mortal o ángel es capaz de sobrevivir a esto!-vociferó, histérico.- ¡Por las moscas de Belcebú! ¿Qué ángeles eres?
Él no respondió, en cambio, sólo lo observó inexpresivo. Y luego, de forma tan fugaz que Azirafel apenas pudo entender lo que ocurría, Hastur terminó en el suelo, inconsciente.
-¡Crowley!- Azirafel gritó, se levantó y corrió hacia él. -¿Estás bien?
Él no se inmutó. Se encontraba de pie, admirando su obra y el fuego crepitaba. Sonrió.
-Acabo de noquear a un superior mío de un puñetazo en la cara, ángel. Nunca he estado mejor.
Crowley se agachó y removió el lanzallamas de las tiesas manos de Hastur, una vez en las suyas, juntó sus palmas, desapareciéndolo con un aplauso. Después, el fuego que lo envolvía se apagó.
Agradeció a Azirafel, pero él no había hecho nada. Y es que el fuego infernal es eterno.
-¡Eso fue genial!- gritó una voz infantil. Ambos se dieron la vuelta y descubrieron al responsable: un encantador niño de once años que no se había ido con el resto de los alumnos y que resultaba ser el Anticristo. Justamente a quién buscaban.
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Tentación
FanficA Azirafel se le ofrece una oportunidad que no puede rechazar. Crowley no lo sabe, pero sospecha que algo anda mal.