Capítulo 7

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Un detalle no tan insignificante que Azirafel le había omitido a Crowley era que su penitencia ya había iniciado. No quería que su amigo se alarmara más, y creía que si actuaban inmediatamente, no habría muchos inconvenientes con ella.

Por lo que había leído, su castigo estaba relacionado con su afinidad por los placeres mundanos de los mortales. Perdería los sentidos humanos básicos para percibir.

Ya había perdido el olfato. No lo había notado, hasta que llegó a la librería. La distintiva fragancia dulce de libros añejos que inundaba sus fosas nasales al entrar, semejante a la vainilla y producida por los químicos volátiles que componen los adhesivos y el papel, había desaparecido. Cuando Crowley lo abrazó, no distinguió su perfume; y cuando le preparó el chocolate caliente, sostuvo la taza debajo de su nariz, tratando de olfatear su aroma intenso y delicioso... pero nada. No podía oler absolutamente nada.

Una persona común y corriente estaría hecha un manojo de nervios con la limitación que suponía esa condena y el juego contra el tiempo al que debía enfrentarse, pero Azirafel no. A él eso le afectaba tan poco como un fastidioso zumbido de un mosquito.

Estaba demasiado entusiasmado y de un ánimo optimista. Los malos augurios se le resbalaban. Cuando la persona correcta dice palabras de aprecio en el momento adecuado, los problemas pasan a segundo plano y nada más importa. En su cabeza, sólo rondaban las palabras de Crowley, diciéndole que él valía mucho más de lo que pensaba.

Si esa era la opinión del demonio, entonces se sentía con suficiente fuerza para afrontarlo todo, recargado con una vibrante energía. Estaba convencido de que todo saldría bien y de que podría sobrellevarlo, mientras él lo apoyara.

Abrió la biblia en el Génesis, pasó las hojas, hasta que llegó al capítulo tres, y buscó el versículo veinticuatro. Lo leyó en voz alta:

"Echó, pues, fuera al hombre y puso al oriente del huerto del Edén a querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida."

Emocionado, le indicó a Crowley que esa era una prueba de que había sido un querubín.

Crowley apuró su chocolate, sin entender por qué estaba tan alterado.

-Pffff...La biblia tiene muchos errores.- aseguró- En ese punto ya no tenías la espada flameante. Además, si hubieras sido un querubín, lo recordaría. Son aterradores.

-Yo también creí que era un error pero...toma ese pergamino, el que está encima de esos archivos.- Azirafel señaló la pila de documentos que le había dado Miguel.

Crowley se volvió al escritorio, tomó el pergamino con desgano, y lo leyó. Azirafel caminaba de un extremo a otro de la estancia, impaciente. Su voz adquirió el tono de profesor dando una lección, y mientras Crowley leía, le hablaba sobre la organización de los ángeles.

-Es una democión de querubín a principado. Los ángeles están clasificados en nueve categorías llamadas coros, y en tres jerarquías de tres coros cada una. La primera jerarquía está constituida por los coros de los serafines, los queru...

Crowley agitó su mano como ahuyentando moscas.

-¡Ya lo sé! Por si no lo recuerdas, yo fui un ángel.- atajó, y colocó el pergamino en el lugar donde lo tomó- Si eso es oficial, significa que pasaste de la alta gerencia a ser un aburrido peón en la jerarquía angelical. Pero...- formó un gesto de confusión- No entiendo cómo esto te ayudará a evitar al cielo.

Azirafel sonrió, con gusto de que le preguntara, y tocó la punta de la nariz de Crowley de modo juguetón.

-La democión en sí no es lo importante. -Afirmó de buen humor- Lo importante es el cómo se hizo. Nadie recuerda que yo fui un querubín. Sólo Dios sabe, ya que eliminó toda evidencia o recuerdo de eso. Algo así nos sería muy útil, hacer que tanto el cielo como el infierno olvide que existimos. Y creo que conocemos a alguien que puede alterar el transcurso de los hechos de manera similar.

Esperó ilusionado una respuesta del demonio, con los dedos entrelazados, como un infante que le muestra a sus padres su primera obra de arte conformada por retorcidos garabatos.

Por su semblante, se diría que Crowley resolvía complicados cálculos matemáticos en su cabeza, al pretender comprender lo que le había dicho Azirafel. Y cuando lo supo, se quitó despacio los lentes, y sus ojos de reptil resplandecieron.

-Te refieres a Adán, ¿verdad? Quieres que Adán modifique la realidad con sus demoniacos poderes que casi acaban con el mundo.

Azirafel asintió alegremente.

-Adán arregló todo lo ocurrido el día del fin: la gente que murió regresó a la vida y todo lo roto fue restaurado, como si nada hubiera ocurrido ¡Él podrá ayudarnos!

La reacción de Crowley no fue la que Azirafel esperaba. En su imaginación, el demonio lo habría felicitado por su brillante idea y darían juntos unos saltitos de celebración por tener una solución definitiva al asunto de las cuentas pendientes con ellos.

Crowley se quedó unos minutos sin decir nada, y alzó una ceja, suspicaz.

-Ángel, no lo sé. No creo que eso funcione. Adán decidió ser humano, así que seguramente renunció a sus poderes. – dijo con resignación.

-Pero puede que aún los tenga. No lo sabemos.

-Vamos, ¡Somos nosotros!- espetó, alzando los brazos- ¡El par de idiotas que criaron por once años a un niño ordinario creyendo que era el Anticristo! Con la suerte que nos cargamos, la única magia que va a poder hacer es la de esfumar nuestras esperanzas.

Crowley estaba nervioso. Miró trémulo a Azirafel, y él ángel se relamió los labios, pensando en una manera de inspirarle confianza. Pero se dio cuenta de que sólo debía decir lo que él creía con sinceridad, desde lo profundo de su alma.

-Nosotros no tenemos mala suerte. Creo que somos más que afortunados. Nuestros errores siempre fueron una bendición, gracias a ellos nos conocimos y Adán fue el jovencito rebelde que la Tierra necesitaba. Alguien allá arriba nos ama y quiere que estemos juntos ¿Sabes por qué lo sé?

Crowley lo contempló, expectante.

-Porque tengo fe en nosotros. - Azirafel le extendió la mano.- ¿Y tú?

El demonio observó su palma abierta absorto, y luego, con una sonrisa ladina, la estrechó.

-Sabes que haría lo que sea para salvar tu celestial trasero- admitió- Vamos a Tadfield.

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