Capítulo 9

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Debido al desafortunado contratiempo con el señor Young, Crowley y Azirafel decidieron acudir a la escuela de Adán a la mañana siguiente. No sería difícil de hallar, sólo habían dos colegios en el Bajo Tadfield, y si no se encontraba en uno, debía estar en el otro. Esta vez no perderían al Anticristo.

Como Crowley tenía antojo de una buena siesta, se hospedaron en un hotel local para pasar la noche. El hotel tenía un aspecto rústico y pintoresco, con paredes de piedra, el piso de madera y una gran chimenea en el vestíbulo.

Lo primero que Crowley hizo al entrar a su habitación fue saltar a la cama y sacarse los zapatos sacudiendo sus pies. Como entidad sobrenatural, no tenía la necesidad de descansar, pero le encantaba.

Después de un rato, se incorporó, se arrimó a la izquierda y le dio unas palmadas al espacio a su costado para invitar a Azirafel a sentarse junto a él.

El ángel lo iba a hacer, pero se detuvo súbitamente a medio camino. Dubitativo, se quedó de pie. Eso era demasiado íntimo, ¿no? Los dos. Juntos. En una cama.

Estaba tan acostumbrado a tener que fijar límites y recatarse de detalles como ese, que ahora que podía convivir con el demonio libremente, aquello le resultaba extraño. Extraño e increíblemente emocionante.

Por la cabeza de Crowley no cruzaba ningún dilema. Una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro, divertido con la expresión atónita de su amigo.

Azirafel, finalmente, se sentó junto a él. Estaban muy cerca, con sus espaldas apoyadas en la cabecera y sus hombros rozando. El corazón le latía descontrolado y se le erizaron los pelos de la nuca. Eso estaba mal, era un sacrilegio. Un ángel y un demonio compartiendo una cama... ¿Qué pensaría el cielo de ello?

Entonces, lo comprendió: lo que pensara el cielo importaba un comino.

-¡Por las plumas de Metatrón! No puedo creer que después de mañana, el cielo y el infierno no significarán nada para nosotros- Comentó con estupor- dejaremos de existir para ellos...

Crowley suspiró profundamente.

-No lo sé...- replicó, encogiéndose de hombros, meditativo- Tengo que admitir que extrañaré hacerle bromas a Hastur, las fiestas quincenales con todos los chicos bailando cuando recibíamos nuestro sueldo infernal, a Dagon interrumpiendo la radio, incluso preparar mis presentaciones de diapositivas y, ya sabes, las diabluras...

Había cierta nostalgia en su voz. Ambos estarían desempleados por primera vez desde su creación, sin nadie a quien servir, sin nada que hacer. Vacaciones infinitas. Al principio, podrían ser buenas, pero con el tiempo... no tanto. Por mucho que se quejaran de sus empleos, en el fondo, sabían que eran los más interesantes del mundo.

-¿Qué hay de ti? ¿Extrañarás al cielo?

Azirafel lo reflexionó. El cielo y sus compañeros ángeles lo ponían nervioso y los Arcángeles lo intimidaban. Incluso cuando lo felicitaban por algo, con sus palabras amables y sus sonrisas fingidas; sus ojos seguían siendo fríos, y tenían un aire petulante.

Pero sí había algo que extrañaría: los milagros. Entre muchas tareas vanas, ocasionalmente llegaba la de una bendición o milagro realmente conmovedor, con personas encontrando una luz de esperanza en los días más oscuros en forma de oportunidades divinas.

-Extrañaré los milagros- reconoció con amargura.- Pero supongo que renunciar a nuestro trabajo es el sacrificio que tendremos que hacer por nuestra emancipación.

-Supongo que sí. - coincidió el demonio-Aunque también tendremos que evitar desincorporarnos, porque, como estarán las cosas, nunca nos darán un cuerpo nuevo si le pasa algo a este.

Azirafel tragó en seco.

Ese tema que los Bees Gees cantan tan resueltamente, "Staying Alive", era complicado. "Mantenerse vivo" por el resto de los milenios no sería tarea fácil. Una vez, se había desincorporado al atragantarse con un nugget de pollo.

Si se desincorporaban, sus almas irían a sendas oficinas. Puede que al infierno no le importase que Crowley regresara a la tierra poseyendo a unas cuantas personas, pero a él, el cielo no le dejaría volver. Entonces, lo encerrarían en un pequeño cubículo y lo ocuparían como contador, cargando las buenas obras y abonando las malas, esperando con inquietud la hora del almuerzo. Pero ahí no habría almuerzo, ni descanso, porque los ángeles no lo necesitan.

Externamente, Azirafel parecía estar tranquilo, pero en su mente una bomba de ansiedad se había detonado. Había leído cada obra de todos los maestros del terror, desde los más populares como Lovecraft o Poe, hasta autores desconocidos con escritos prohibidos, pero nada de lo que había leído le provocaba más terror que un trabajo fijo de oficina.

Sin embargo, aunque el trabajo de oficina era su mayor pesadilla, había algo incluso peor que eso: el separarse de ese demonio pelirrojo que lo había acompañado desde siempre, su mejor amigo, la persona a la que más quería, aquella cuya ausencia le pesaría como el peor de los castigos y sin el cual estaría incompleto.

---Este... Sólo te-tendremos que ser más precavidos- declaró, trastabillando.

Crowley rompió, después de varios minutos, el incómodo silencio que se había formado . Del Bentley había bajado algunas bolsas de compras, así que le preguntó a su amigo si quería una manzana. El ángel asintió con la cabeza.

Afanosamente, Azirafel le dio un mordisco a la jugosa fruta. Pero sabía a cartón. Sus papilas gustativas le jugaban una mala pasada, al igual que su olfato. Decepcionado, dejó la manzana sobre el buró junto a la cama.

Crowley lo miró confuso, luego miró a la manzana, y volvió a ver a Azirafel.

-¿No te gustó?

El ángel hizo un gesto con la mano para restarle importancia. No tenía sentido que siguiera ocultándole el hecho de que su penitencia había iniciado, pues al día siguiente terminaría, así que le contó sobre su falta de olfato y de gusto, y sobre cómo progresivamente, perdería los demás sentidos.

Crowley reaccionó mal. Empezó a sisear cosas como: "¡¿Por qué no me lo dijiste antes, ridícula cabeza de algodón?!", "¡Sólo nos tenemos el uno al otro, no pueden haber secretos!" , mientras agarraba al ángel de los hombros y lo zarandeaba de un lado al otro como un muñeco de trapo.

Azirafel, después de un rato, logró convencerlo de no alterarse. Mañana todo acabaría.

-Duerme, querido. Vamos...- le dio un gentil empujón para hacer que se recostara.- Mañana iremos a la escuela de Adán y nos reiremos de esto en el futuro.

- Debí paralizar al señor Young, pero no, no, no... quería ser amable por una vez.- se lamentó Crowley- ¡Amable! ¡Soy un maldito demonio, no se supone que sea amable!

Azirafel se levantó, deshizo su lado de la cama y cobijó con las sábanas a Crowley, que se encontraba inmóvil

-Tú siempre eres amable, y eso te hace especial. Eso es lo que más me gusta de ti.- entonces, se inclinó y lo besó en la mejilla, sin pensarlo dos veces. Se sentía particularmente osado esa noche.

Crowley se cubrió el rostro colorado con las sábanas. El ángel volvió a sentarse junto a él.

- Pensándolo bien, todo respecto a ti me gusta. Me gustas tanto que creo que sería imposible conocernos y no agradarnos. Es como si estuviéramos destinados a estar juntos, superando las barreras del tiempo y el fin de ellos también. Una afinidad tan antigua como la vida... Es inefable.

Como Crowley no contestó, Azirafel pensó que dormía. Se recostó boca arriba, con las manos entrelazadas sobre su pecho y miró al techo blanco de concreto de la habitación.

Intentaría dormir, como el demonio. Cerró los ojos.

Crowley no había respondido, no porque no quisiera, sino porque no podía. Se le había ido la voz. No podía dormir, y probablemente, no podría hacerlo en toda la noche. Unas lágrimas de pura felicidad salían de sus ojos, se resbalaban y mojaban la almohada.

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