Capítulo 10

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Estaba extremadamente feliz. Y estaba feliz porque estaba extremadamente enamorado, y, aunque lo había estado por seis mil años-era el desafortunado inventor de ese tenebroso, indeseable y pavoroso espacio al que los jóvenes llaman "friendzone"- ese día, Crowley, el miembro fundador, lo dejaría. Estaba seguro de eso.

Le gustaba a Azirafel. En verdad lo hacía. Estaba confirmado. Confirmadísimo.

-¿Lo decías en serio?-preguntó por décima vez. Sólo para confirmarlo un poquito más.

-Claro que sí, mi querido archienemigo.-contestó Azirafel con paciencia-No creas por un segundo que no es así.

-¡Lo sabía!- exclamó el pelirrojo en tono triunfal- ¿Sabes por cuantos milenios esa duda me había atormentado? ¿Si yo era demasiado insistente y tú sólo eras amable conmigo?

Él ángel bajó la mirada con culpa, y luego la fijó en su compañero con timidez.

- ¿Y yo también te gusto?

El demonio resopló.

-¿Es broma, verdad? Dime: ¿Crees que entraría a quemarme los pies en una bendita iglesia por cualquiera? ¿O que invito a cenar al Ritz a todos? Dedúcelo, Sherlock.

Antes de que Azirafel pudiera contestar, una voz intervino desde el extremo del escritorio ubicado frente a ellos, proveniente de una mujer trajeada con una coleta apretada que sostenía su largo cabello negro: era la directora de la escuela secundaria del Bajo Tadfield.

-Creí que eran esposos- dijo

-¡Lo somos!- afirmaron al unísono.

-Y si existiera una forma más elevada de clasificar a las relaciones humanas, eso es precisamente lo que seríamos.-agregó Azirafel de forma pomposa y solemne, y le guiñó un ojo a su compañero de lentes oscuros, quien sonrió de oreja a oreja como respuesta.-Inscribiremos a nuestro angelito a esta escuela. Lo que pasa es que al chiquitín le cuesta trabajo adaptarse, y nos gustaría saber si algún compañero suyo podría guiarnos por este espléndido lugar para conocer las instalaciones y a sus compañeros.

La mujer entornó los ojos, como buscando algo.

-¿Dónde está su hijo?

El ángel se volvió hacia Crowley con desasosiego. Él lo miro. Y sin decir una sola palabra, ambos sabían que habían cometido un error: no habría forma de que les dieran un recorrido por la escuela sin un niño.

Era una pena, porque a Crowley le estaba gustando eso de fingir ser padres. Soltó un profundo suspiro, y dio un chasquido al aire.

La mujer quedó petrificada.

Se acercó a ella, apoyándose sobre el escritorio, y al tiempo que hizo eso, la chicharra chilló con un ruido estridente.

-Adán Young. ¿Dónde está?

-En el patio. Es el receso- reveló la directora en un sonsonete monótono, apenas separando los labios.

Crowley se apartó y alzó la vista. Había una ventana frente a él, y podía identificar a tres niños y a una niña corriendo por el césped. Uno de ellos, de rizos dorados, empezó a trepar un árbol.

El demonio salió del despacho y se fue al patio.

Azirafel reaccionó, se levantó de su lugar, y se inclinó hacia la directora para aconsejarla con voz meliflua:

"Tendrá usted un sueño hermoso sobre lo que más le guste. Y le pondrá diez a todos sus estudiantes cuando despierte. " Y se marchó.

La escuela de Adán era antigua, puesto que al igual que el resto del pueblo, era como si la novedad pasara por alto su renovación constante en ella. Aunque no era muy grande, era vistosa y agradable, con muros de ladrillos rojos y un frondoso jardín. Tenía un estilo arquitectónico del siglo XIX, pero más que victoriano, parecía un pequeño castillo medieval.

Crowley no sonreía, pero su buen humor sí que se manifestaba: a cada paso que daba por el camino adoquinado, los bloques se rompían para permitir el brote de gerberas que crecían con largos tallos y diversos e intensos colores en sus pétalos.

Se sentía en paz. Desde que había caído, no había un sólo momento así para él: todo era una presión fija, una sensación de nudo en la garganta, de vacío y de lucha contra sí mismo. Era un demonio. Estaba en sus instintos el hacer el mal, pero lo que ocurría, era que realmente no quería.

Se conformaba con hacer acciones superfluas de maldad, no como sus compañeros. Odiaba eso, lo reprochaba. No encajaba por completo en el cielo, y tampoco ahí, en el infierno. También estaba seguro de Azirafel se sentía igual de inadaptado cuando se trataba de las puertas nacaradas de la entrada al paraíso.

Crowley sí que encajaba con los humanos, aunque no fuera como ellos. Y con Azirafel.

La compañía del ángel aliviaba esa necesidad de tener un propósito, porque su objetivo se había convertido en su amistad. Protegía a esa milenaria relación por los siglos de los siglos, con esa locura que la gente llama amor, aunque Azirafel hubiese renegado por mucho tiempo esa conexión.

En Tadfield, el clima siempre es perfecto. Pero ese día en particular era más que perfecto para el demonio. Todo iba viento en popa por primera vez, y Azirafel había reconocido que en verdad, lo que había entre ellos- amistad, camaradería, simpatía, cariño, amor- era reciproco.

Crowley se agachó, arrancó una gerbera de pétalos rosas, y se la entregó. Azirafel, maravillado, la tomó con presteza y la apretó contra su pecho.

-Gracias.

-Nunca se marchitará

-No creo que eso sea posible

-Te digo que no lo hará.- ceñudo, señaló a la flor y bramó contundentemente encolerizado, gesticulando y mostrando todos sus dientes- ¡¿Verdad que no lo harás, estúpido pedazo de basura inservible?!

La flor tembló en manos de Azirafel.

Desde una rama a lo alto de un árbol, el Adversario, Destructor de Reyes, Ángel del Pozo sin Fondo, Padre de las Mentiras, Vástago de Satán y Señor de las Tinieblas, los vio.

-Hey, Adán, ¿no son esos los ángeles que te ayudaron a enfrenarte a Satanás?- comentó Brian como si no fuera la gran cosa, con la cara embarrada de la mermelada de fresa del sándwich que comía.

Los Ellos los observaron como si fueran una especie de exótica ave llamativa.

-¿Por qué ese de lentes le grita a una flor?- cuestionó Pepper.

Crowley cesó de reñir a la pobre gerbera y siguió conversando con Azirafel.

-- Oye ¿Y qué haremos exactamente? ¿Llegar con Adán y decirle, "Hey niño, queremos escapar de nuestros jefes, haznos un truquito de magia"?

-No, claro que no- replicó su amigo, arrugando el entrecejo como desacreditando esa ridícula sugerencia. -Antes, diremos "por favor".

Entonces se encaminaron hacia donde estaban los Ellos. Pero repentinamente, algo sucedió.

Algo que apestaba a mal.

La tierra se agrietó en línea recta, como una fisura volcánica entre llamas y lava; y de ella se elevó un demonio de piel cetrina y  ojos negros sin brillo alguno, como dos puntos fijos de oscuridad perversa. Un desagradable sapo verrugoso se ocultaba bajo la despeinada peluca rubia ceniza que decoraba su cabeza. En una mano, Hastur sostenía un contrato en el que Crowley leyó el nombre de Azirafel al final. Y en la otra, para su horror... el lanzallamas que había dejado en el Bentley.

TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora