Capítulo 3

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El concepto de justicia es parte inherente de la naturaleza de los ángeles, así que no existen en el cielo las nociones legales de los mortales -ni siquiera una pantomima de ellas, como lo que hacen los demonios con sus juicios de lunáticos y sus contratos truculentos- para determinar cuál es el proceder correcto.

Los ángeles, sencillamente, saben qué es lo correcto.

No había forma de que ellos, criaturas de luz, amor y pureza, se equivocaran al juzgar las acciones, y consideraban que siempre actuaban con benevolencia y misericordia.

Debido a esa facultad, los Arcángeles habían acordado castigar la desobediencia de Azirafel borrándolo de la existencia con fuego infernal. Nada personal, sólo trabajo.

Era lo correcto, pensaban. Pero no funcionó.

Hubieran intentado otra vez, si hubiesen podido. Pero todo servidor de la Divina Majestad tiene límites. Se regían por la palabra de Dios, y la palabra de Dios eran las Sagradas Escrituras.

Por eso Azirafel estaba ahí.

La redención era un tema principal dentro de ellas.

Los Arcángeles estaban sentados detrás de una larga mesa ejecutiva rectangular. Con sus carpetas y rostros inexpresivos, parecían jueces, aunque no lo eran.

-Pasó la prueba- anunció Gabriel con solemnidad, alzando el pulverizador que contenía el agua bendita. Luego lo puso sobre la mesa y tomó lugar en la silla vacía junto a Miguel. Su ropa informal había sido sustituida por su clásico traje de casimir a la medida de color perla plateada, un atuendo elegante que le mezclaba con el resto de los Arcángeles.

Azirafel siempre se sentía tan inadecuado, tan fuera de lugar, rodeado de esas figuras refinadas e impecables. Se acomodó su moño, sacudió un poco el polvo de su saco, y mejoró su postura.

-Pasó una prueba, Gabriel. Todavía no sabemos si es de los nuestros- replicó Miguel con severidad.- Uriel, trae el frasco por favor.

Uriel se puso de pie, observó a Azirafel de arriba a abajo, escaneándolo desdeñosamente, y soltó un bufido de superioridad antes de marcharse.

Azirafel se sintió aún más incómodo. Los Arcángeles eran unos fanfarrones, y no quería estar más tiempo ahí. Entre más rápido se acabara eso de las pruebas, mejor. No le importaba pasarlas y que le invitaran a regresar, porque estaba decidido a rechazar amablemente su oferta.

Miguel abrió su carpeta. Analizó su contenido.

- Muestra tus alas.- le ordenó sin apartar la vista del documento.

Azirafel obedeció.

Blandió sus alas esplendidas, y se escuchó el barrido del viento al extenderlas por completo. Eran blancas e inmaculadas, de una belleza sublime, y sus plumas eran suaves y esponjosas.

Nadie parecía impresionado.

Sandalfón se levantó de su lugar y se acercó a él, tocó su ala derecha, y la observó con atención, como un valuador de arte intentado identificar una imitación, o un doctor examinando a un paciente. Hizo lo mismo con la izquierda, y después sacó una lupa de un bolsillo de su pantalón y estudió sus plumas detenidamente, buscando algún defecto, una mancha ligeramente gris o negra, algún indicio de oscuridad.

Se encontraba detrás de Azirafel, inspeccionando sus plumas como las mamás humanas buscan piojos en las cabezas de sus hijos, cuando le comentó en un susurro que sólo él podía escuchar:

"No es nada personal, ¿sabes? Si no pasas la prueba y resulta que eres un ángel caído, y te echan de aquí. Recuerda que nosotros no controlamos quien cae y quien no, sino que son decretos de allá arriba. La insubordinación es un insulto grave para Ella, y me sorprendería no encontrar nada, pero lo bueno es que gracias a ti tendremos más cuidado con el tiempo en que los ángeles pueden convivir con esos...- arrugó la nariz con aversión- ...esos humanos."

TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora