Capítulo 30. Galletas con chispas de chocolate eternos

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Brandon estaba a mi lado, sentados en las sillas de la sala de espera. Caro se paseaba de un lado a otro, muy nerviosa, mucho más que David, su padre, quien estaba al borde del colapso en ese preciso momento mientras Brenda estaba en trabajo de parto de su segundo hijo.

—¿Y si tiene problemas? ¿Y si el bebé no puede salir? —reprimí mi risa para no ponerlo más nervioso, pero le dije con tono tranquilizador:

—David, estuviste tal cual cuando nació Caro, si Breda lo pudo hacer una vez, lo hará dos veces —revolvió su cabello, con la duda en el rostro.

A veces me preguntaba de qué forma hubiera reaccionado Brandon de yo poder tener hijos. Me imaginaba que estaría peor que David, respirando junto conmigo y gritando de las contracciones, cuando la del dolor sería yo.

Caro finalmente se sentó en la silla frente a mí, se veía ansiosa y emocionada, pero había algo más, una cosa que la molestaba y que no pasaba desapercibida ante mis ojos. De pronto, irrumpió en la habitación Joe, venía solo, sin su familia.

—¿Ya ha nacido? —pregunto.

Todos negamos con la cabeza y él suspiró aliviado. Al parecer, había hecho una carrera desde el estacionamiento al hospital. O tal vez desde su casa, lucía demasiado agotado.

—¿Hace cuánto que entró? —preguntó otra vez.

—Cuatro horas —contestó Brandon. Su cabello habían perdido el volumen que los caracterizaba, pero definitivamente seguía ahí.

Lo que no habían cambiado eran sus ojos y ese brillo que tenía en su mirada cuando estaba muy feliz, como ahora.

Joe se sentó a mi otro lado y apoyó su cabeza en mi hombro, para ser un adulto, seguía creyéndose un niño pequeño, y eso en parte era mi culpa, lo había consentido demasiado cuando se unió a la familia que

algunas costumbres nunca se iban.

Y me alegraba que no lo hicieran, porque

mi favorita era la que Brandon estaba haciendo en esos momentos, acariciaba mi mano y mis dedos con la suya. Ya no lo hacía para disculparse, con el tiempo el significado de ese gesto había cambiado, ahora lo hacia cuando estaba a gusto con la situación.

—Familia de Brenda García—llamó de repente una enfermera. Brandon hizo una mueca que pasó desapercibida para los demás, menos para mí, conocía muy bien ese gesto.

Aún le molestaba el hecho de que Brenda no llevara su apellido, no soportaba la idea de que ahora compartiera su amor con otro hombre. Seguía siendo un celoso sin remedio.

Todos nos pusimos de pie y David se puso palido de inmediato, esperando malas noticias. Nos acercamos a la enfermera y ella nos sonrió a todos, nos calmamos y sonreímos también, menos David, que seguía encerrado en el mundo de las tragedias.

Brenda era una chica muy optimista, divertida y hacia locuras cada cinco minutos sin medir riesgos. David era todo lo contrario, y a veces Brandon se preguntaba que cómo es que su pequeña se casó con alguien como él.

Le hacia callar enseguida, porque nosotros éramos prácticamente iguales, con otras características, pero tan opuesto como Brenda y David. Suponía que por eso también se ponía celoso Brandon.

—Es una niña y muy saludable, pueden pasar a verlas en diez minutos, pero entren de a pocos —nos informó la enfermera.

Entró otra vez a la sala de parto y todos nos quedamos más aliviados.

Los primeros en pasar a ver a Brenda y a mi nueva nieta, serían Brandon y David por razones obvias. Yo me quedaría con Caro y Joe esperando nuestro turno.

Brandon entró feliz a la sala para al fin poder ver a "la razón de su existir", mientras que David lo hizo con miedo, pero decidido.

—Iré a la cafetería por unos dulces, ¿quieren algo? —dijo Joe. Caro y yo negamos con la cabeza y él se encogió de hombros— Bueno, regreso en unos minutos, cualquier cosa, me llamas al celular, mamá.

Bajó por el ascensor y nos dejó a solas.

Caro ya estaba mucho más relajada, pero seguía habiendo algo que la incomodaba.

—Caro, ¿qué sucede? —con sólo una mirada bastó para saber lo que le sucedía—¿A qué le tienes miedo?

—A que mis padres se olviden de mí —sí, tenía razón.

Sonreí como nunca, porque conocía demasiado bien ese sentimiento de sentirse invadida por alguien nuevo y que venía a cambiar todo tu mundo. También esa inferioridad, ese pensamiento de no ser querida por los demás. Todo eso me recordaba a algo.

—Caro, cuando adoptamos a tu tío Joe, hubieron ciertas diferencias, pero...

—Abuela, no es lo mismo, porque mamá tenía casi dos años y no recuerda nada. Yo tengo doce, y esa... niña... se robará todo el cariño de mis padres.

Sé que debía decirle que no pensara eso de su hermanita, que la terminaría adorando, pero me limite a sonreír como antes.

—Caro, te contaré una historia. Tal vez, las cosas no son las mismas, pero si los problemas. Había un chico mucho mejor que una chica morena, y ella estaba insegura porque creía que todos lo querían más a él que a ella.

Caro me miró y luego a mi cabello, después dirigió su mirada a la puerta que daba a la habitación donde descansaba su madre y supe que había adivinado de quién se trataba esta historia.

Me lo preguntó con la mirada y yo sentí, así que ella no dijo nada más y se echó para atrás, acomodándose en la silla con las piernas cruzadas.

—Todo empezó cuando yo tenía ocho años, mamá se arreglaba para ir al teatro con mi padre, llevaba un vestido liso de seda rosa y un sombrero con plumas que yo utilizaba para disfrazarme de indio nativo cuando Yessica, mi prima Gaby y mi amiga Sam venían a jugar a la casa...

Marry Me (Brandon Meza y tú.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora