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Beth

Estaba volviendo a casa después de un largo día de secundaria, estaba cansada  de ese lugar, para mi buena suerte era mi último año y solo quedaban 3 semanas y se terminaría la tortura de ver a un montón de niños y niñas por los pasillos.

No me malinterpren, seré realista, la secundaria no había sido mi mejor época ni tenía grandes recuerdos como muchas personas, sí tenía buenos momentos pero nada digno de contarles a mis nietos, una vez que fuera anciana.

La verdad mi vida no era muy entretenida, no faltaba a clases, mis notas eran suficientemente buenas como para tener una beca en una universidad cerca de casa para no estar lejos de mi padre.

Solo eramos nosotros dos, y un gordo gato llamado Oliver. No quería dejar a papá yo era lo único que tenía, mamá falleció cuando yo tenía doce años, el cáncer se la llevó y desde entonces cuido de él, a veces creo que esa es la razón por la que soy seria, aburrida en algún punto, o tal vez muy madura para mi edad. En fin, caminaba por el caliente pavimento de mi barrio, ya estaba cerca de casa y podía ver a mi padre con su bastón tratando de arrodillarse para arreglar el jardín de mamá, de eso se encargaba él todas las tardes, todos los días, sabía que él la extrañaba pero no me lo decía, su amor había sido tan especial, digno de una novela romántica.

—Hola, papi —dije una vez que pise el césped de casa. Se incoorporo despacio y cuando me vio sonrió. Él era tan cálido.

—Hola, hijita — dijo al instante que sonó la bocina de un patrullero de policías. Se estacionó en la casa del vecino.

—¿Paso algo? —pregunte mientras veíamos a los vecinos salir, mi vecindad era bastante tranquila aun que últimamente los policías se veían bastante.

—Anoche entraron a robar, y la alarma no sonó, se llevaron dinero y cosas de valor.

—Oh. —dije apenada.

—Pero no te preocupes, entremos así puedes almorzar, hice tu comida favorita, estofado.

En realidad, esa no era mi comida favorita, pero era lo único que papá sabía hacer en la cocina, y no quería romper su ilusión. Entramos a la casa y puse mi comida en el microondas mientras papá se sentaba en la sala a ver la novela favorita de mamá.

—¿Te traigo algo? —le pregunte mientras él se acomodaba en el sillón reclinable y dejaba su bastón apoyado en la pequeña mesita que estaba al lado. Negó con su cabeza. —Yo comeré y luego subiré a dormir una siesta. —le comenté.

—Bueno, mi niña.

Comía en la cocina en silencio, mi celular vibro en mis pantalones, lo tomé.

Bea: Este sábado hay una fiesta en lo de Miguel y vamos a ir, no acepto un NO como respuesta.

Era la única amiga que tenía desde el jardín, ella si era bastante moderna, muy coqueta para su edad, aún que ya teníamos dieciocho ella parecía una adolescente en todos los aspectos de la vida y eso me gustaba, encajabamos a la perfección. Estar con ella era estar como con una niña, divertida, tenía mucha frescura y era graciosa.

Obvio, no quería ir a la fiesta, pero era nuestro último año y en parte Bea jamas me había obligado a socializar, por eso también la amaba, pero ella se merecía anécdotas, así que respondí que sí a su mensaje, contesto rápido.

Bea: Eres la mejor, ya tengo la ropa que nos vamos a poner, yo me encargo del maquillaje, nos vestimos en mi casa y mi padre nos llevará.

Tenía todo planeado, típico de Bea. Sus padres eran iguales a ella, eran jóvenes y divertidos. Habiendo terminado mi almuerzo fui a ver a papá quien ya se había quedado dormido frente al televisor, lo tape con una manta y le baje volumen al tele.

Ladrón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora