Capitulo 20

2K 213 7
                                    

Los sucesos que se dieron a partir del momento en que se reencontraron Sara y Henry nadie los podía predecir. Por un lado, Lord Itharhed moría y su linaje terminaba, su peor pesadilla  se hizo realidad y  su sobrino se hacía del Condado.

En cuanto a Lord Gastron se había quedado sólo, o al menos sin el servicio doméstico que en otrora época hacían relucir su Mansión.  Ya nada quedaba y con la precipitada noticia de la muerte de Itharhed, su salvador, pronto aparecería muerto o peor aún preso en la cárcel de deudores. La bebida se convirtió en su compañera inseparable, sin percatarse de que una sombra de asomaba sigilosamente llamada venganza.

Pronto, la gitana, la sirvienta y los amantes prófugos fueron a esconderse a un campamento cercano a Gastron. Dika, fue la que impulsó aquello,  y con cierto pesar renunció al Gadjo para siempre al igual que Enid.

Una noche  tormentosa, Sarah y Henry  no pudieron retornar al campamento y se internaron en el bosque, para llevar a una pequeña casa derruida necesitaban tiempo sólos, por Dios cómo habían luchado por su amor, al menos necesitaban eso ante la tormenta que se avecinaba.

—Eres tan hermosa— dijo el ojiazul quien se apoyó en un árbol para observar en perspectiva a la pequeña ratona que en otro tiempo le quitó el sueño.

—Gracias— contestó, sonrojándose un poco—Henry... Hay mucho por decir, por perdonar y por planear.

—Lo sé— acercándose para acariciar su mejilla— Siento no haberte buscando antes, simplemente no te recordaba, desapareciste de mi memoria y eso me convirtió en un fantasma.

—No digas eso, aunque tenga pesar, yo también te olvidé e incluso casi acepto la propuesta de matrimonio de otro hombre. Sin embargo, creo que nuestro amor es verdadero y leal...no puedo decir que es puro, porque no pude mantenerme así y tu mejor q nadie sabes que aquello que sucedió aquella noche fue en contra de mi voluntad— acongojandose un poco.

—Quiero protegerte, quiero ser el hombre que te mereces, olvidar todo y ser felices— le sostuvo la mano, seguido de un beso en la mejilla, otro en la frente y finalmente la besó tan profusamente que dolía. La rubia, también lo besó como si fuera su última comida, tal era su voracidad que simplemente las prendas cayeron y se hicieron presos de la pasión, se amaron desde un principio y se amarían hasta el final.

Después, de consumar su amor, se mantuvieron abrazados haciéndose mil promesas entre lágrimas y risas. Sin embargo se alertaron cuando una voz en la lejanía comenzó a pronunciar sus nombres, se trataba de Dika quien estaba preocupada por ellos. Se vistieron como pudieron y se dieron un último beso, antes de responder al llamado de la gitana.

—Hasta que por fin los encuentro— dijo la gitana totalmente empapada.

—Lo siento...— dijo Henry

—Gadjo, no me vuelvas hacer una cosa así, no sabes cómo me preocupo por ti — dijo enfáticamente ante una Sarah timida y sonrojada— Es hora de volver al campamento, tenemos noticias de tu padre y también de tu abuelo— fijando los ojos en Sarah.

La ojiazul asintió y siguieron a Dika hasta volver a su hogar provisional, hubo una pequeña reunión antes de dormir y mañana sería el gran golpe dónde dos hombres se enfrentaban... Padre e hijo.

Los primeros rayos de luz vislumbraron el camino a la Mansión, al haber constatado que aquella casa estaba vacía, Henry decidió ir primero, estaba armado a petición de todas esas mujeres que lo amaban a su modo. Entró por la par de atrás que daba a la cocina, al internarse en aquel lugar, cerró por un momento los ojos y recordó su infancia y travesuras, sonrió de lado para seguir caminando, primero fue al comedor y se encontró con un panorama desolador, ya nada brillaba ya nada quedaba, tocó la mesa encontrándose con polvo, eso era polvo, siguió su camino y finalmente escuchó un grito que lo hizo dirigirse hacia el estudio, allí encontró a su padrastro delirando por tanto alcohol ingerido, hasta que éste se dio la vuelta.

—Miren a quien tenemos aquí ¡Al hijo pródigo!— echando una carcajada— Pase, sientese es su casa— haciendo un ademán burlón.

—¡No seas ridículo! ¡Te odio!— sacando un arma y apuntándole en la cara.

—¡No tienes las agallas! ¡No puedes defenderte!

—¡Claro que puedo!— cuando estaba por tirar del gatillo, sintió un golpe que hizo que su vista nublara y cayera al piso desmayado.

Intima TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora