Capítulo 19 (Marshall)

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En cuanto escuché a Fénix ese día, supe que estaba tomando la decisión correcta.

Seguir encerrados en el Gremio no era una opción. Las cosas estaban comenzando a ponerse demasiado tensas, y eso siempre terminaba en situaciones peligrosas.

En realidad, lo que estaba pasando fuera del Gremio también era peligroso, al parecer. Casi me da un infarto cuando vi el móvil de aquel sujeto, donde se mostraba que habían atrapado a uno de nosotros... Bueno, quizás exagero un poco. Sí, hallaron a un ignisio, a ese tal Charlie. Pero, si son inteligentes, lo interrogarán antes de mostrarle a toda Auferte lo que ese chico puede hacer.

Pasaron dos días en los que hospedé a Fénix en mi departamento. Era como tener una estatua puesta al lado de la ventana. No nos refugiábamos en el Gremio, pero al menos no salíamos de casa, para prevenir.

Al tercer día, uno de los ignisios que se marcharon del Gremio con nosotros, lo llamó. Fénix había tenido un plan: había pensado en un sitio donde pudiésemos escondernos juntos, excluyendo a la academia. Estar unidos era una forma de protegernos si algo malo llegaba a ocurrir, y podíamos vigilarnos para que ninguno hiciera una estupidez como ese Charlie, que andaba suelto por las calles como si nada.

Quien llamó nos había confirmado que el lugar que pensamos estaba libre y protegido. ¿Ese lugar? El barrio abandonado de Auferte, al pie de las colinas. El Gremio tenía varios puntos de encuentro para determinadas misiones, y en ese barrio siempre hubo algunos. La gente básicamente no iba allí, las patrullas no llegaban hasta esa zona... Los edificios estaban tan juntos, y algunos tan destruidos, que ese lugar era un maldito laberinto.

En resumen, es una buena opción. Por ahora.

Los ignisios aceptaron. Tienen completa libertad para ir y venir, pero desde que pasó lo de Charlie nadie se atreve a alejarse mucho. Todos estuvieron de acuerdo en estar aquí, juntos, cuidándonos las espaldas por si acaso.

Pero no hay ninguna atadura... no como en el Gremio.

Ahora veo la misma estatua, pero esta vez junto a la ventana del edificio que escogimos: un viejo hotel bastante humilde, con escaleras de madera vieja, habitaciones enumeradas una al lado de la otra... y la entrada un poco escondida. Para entrar, debes esquivar un pequeño muro derrumbado y seguir unos diez pasos por un estrecho pasillo que da hasta el hotel, en el medio de la cuadra.

Me estoy comiendo una manzana tranquilamente, en la pequeña mesa de una cocina a la que ya no le funciona ningún aparato electrónico. Por suerte no es difícil tomar el coche y traer comida en poco tiempo.

Y Fénix sigue plantado junto a la ventana.

Afuera llueve. Ha estado así todo el día, pero sin relámpagos. Una llovizna triste que convierte todo el barrio en gris.

Apoyo la manzana en la mesa y creo que le dirijo las primeras palabras desde ayer por la noche.

-Ella está bien.

Pero Fénix sigue viendo hacia afuera, hacia esa lluvia que no termina... hacia esa posible manifestación de Audrey.

-La dejamos ahí.

-Ellas quisieron quedarse ahí -corrijo.

Tiene la voz apagada, terriblemente ronca... muestra de que no ha hablado hace horas.

Mueve un poco la cabeza, apoyando la frente en el cristal. Por el reflejo puedo ver esos ojos vacíos, sin parpadear, fijos en la calle.

-Pronto vendrán esos sujetos de Hefesto -comento.

-Lo sé.

-Los demás -digo, refiriéndome a los ignisios que se han venido con nosotros; veintiuno en total- se mueren por saber qué quieren decirte ellos.

Gea: Unidos nos propagamos | #3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora