Introducción: Perfume de primavera.

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"Eres la casualidad con los ojos más bonitos que ha llegado a mi vida."
Antonio Gómez.

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Carentes de sentimientos.

Fue la oración más significativa con la que había sido descrito su trabajo. Honestamente no le hacía mucha gracia, ¿Carentes de sentimientos? Lo meditó bastante y no fue tan engreído como para rechazar ese pensamiento. La fotografía era un medio como cualquier otro, después de todo, pero para él no era más que eso, una fotografía no era más, una foto y ya. Debía destacar estéticamente, no lograba comprender como una simple fotografía podía expresar algo más de lo plasmado.

La condición de la luz, la graduación y la sombra, así como la compresión de los movimientos en comparación con la imagen que se quiere plasmar. Lo tenía todo en consideración. Ya sea que debiese retratar un paisaje, un animal, una persona o simplemente una extensión del cuerpo. Cualquiera sea la imágen él se encargaba de exprimir aquel potencial que capturaba su belleza y la atrapaba en un momento. En una vivencia. En una fotografía. En un hermoso recordatorio... Más allí tendido yacía su error, capturando esas imágenes, atrapando su belleza inerte, más sólo la estética, sin haber nada atrás:

No estaba el amor por lo metafórico, no estaba la aspereza de lo sentimental y carecía de los complicados sentimientos que debía transmitir el arte.

Porque la fotografía era un arte, o eso había oído él. No podría simplemente enfocar y apretar un botón, por supuesto que no: tenía que verificar el momento; ese momento justo en que su lente capturaba la belleza natural del lugar, persona o evento. Era un arte exacto, quizás así se definia, como el arte de la exactitud.

No lo comprendía realmente, pero sabía que disfrutaba de su trabajo. Las fotografías que tomaba eran buenas, pero no tenían eso que llamaba la atención de las personas.
Las cosas salían mejor cuando uno amaba hacerlas, por eso quizás el castaño no conseguía su objetivo. Porque sí, aunque le gustaba su trabajo, no lo amaba, simplemente era su fuente de ingresos.

Nunca había amado algo lo suficiente para sellar su belleza en un simple click.

Era el principal motivo por el que se encontraba allí en ese momento: Okinawa en plena primavera; rezando a una deidad en la que no creía por la dichosa infinidad de opciones que le brindaría a su profesión.

Había oído de boca de muchos compañeros como aquel lugar inspiraba a los artistas, sobre todo en esa época. Por eso estaba decidido pues no es que precisamente buscara inspiración o alguna señal de que tomaba la decisión correcta. Más bien, lo que buscaba era lucrar, ¿y qué mejor forma de hacerlo que logrando que su trabajo llamase la atención?

Intentó no tragarse un suspiro a ese optimista pensamiento pues, después de todo, era sólo un fotógrafo aspirante de veintiún años cuyo trabajo carecía de belleza, según sus propios compañeros y superiores. Si bien eran imágenes gratamente hermosas, grabadas en toda su gloria, carecían de ese sentimentalismo típico que caracterizaba a esa profesión y que él no sabía buscar.

El poético lugar era su última oportunidad si quería vender alguno de sus trabajos, si buscaba destacar en ese arte que en realidad no comprendía, pero había elegido como medio de vida.

En ese instante si soltó un suspiro, mirando fuera de la ventana al paisaje en movimiento, tratando de no maldecir al autobús que iba tortuosamente lento. No gustaba de viajar, irónico para alguien que empleaba esa profesión, pero la verdad siempre prefirió trabajar en zonas cercanas a su hogar. No se consideraba un ermitaño, más el 90% de su tiempo lo había pasado en un apartamento que ya estaba extrañando.

Parfum de printemps. (Soukoku, BSD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora