Capítulo 3: Sueño ingenuo.

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— En verdad lo lamento. —Disculpó el castaño por sexta vez.

El pelirrojo negó –también por sexta vez– en un movimiento de su cabeza, soltando una risa divertida, más ello no dispersaba la creciente vergüenza en el interior de Osamu. Porque sí, él llegaba a ser muy observador gracias a su trabajo, pero el problema yacía en que no se había fijado correctamente en la manera de actuar del pelirrojo pues estaba cegado con su apariencia, tanto en movimientos casuales como expresiones y voz. Estaba seguro de que en otras circunstancias eso no pasaría por alto.

— En serio ya basta. —Pidió, pues la diversión de la situación se estaba convirtiendo en hastío— Se ha disculpado unas siete veces. Y sí, las he contado.— No se sienta mal por no notarlo, trato de ser lo menos evidente posible y al parecer no voy tan mal si logré engañar incluso a ojos expertos. —Consoló divertido.

Por primera vez Dazai no quiso dar excusas a su falta de tacto y sensibilidad. Nakahara simplemente volvió a soltar una delicada risa, llevando la taza de café frente a él a sus labios, dando un sorbo lento.

El castaño, luego de haber superado la crisis de culpabilidad y el hecho de haber quedado como un total desgraciado, le había invitado a un café como disculpa. El pelirrojo aceptó encantado al saber que no lo llevaría muy lejos de su lugar de trabajo. Parecía despreocupado al hecho de ir con un desconocido, supuso eso fue porque no pudo ver la notable molestia en el rostro de su hermanita, más Osamu sí, por lo cual tuvo que prometer cuidar del más bajo.

Nakahara giró su cabeza hacía el contrario al notar que éste no respondería, escuchaba de fondo, a una buena distancia, la risa de niños mientras una pelota rebotaba en las calles. Si bien Chuya no veía la escena, podía imaginarse el cuadro perfectamente, por lo que cerró los ojos, prestando atención a esos sonidos:

— Uno de los niños acaba de golpear el balón con tal fuerza que quedó atrapado en un tejado. —Comentó, tomando otro sorbo de su café con calma.

Osamu volteó hacía la calle, notando que, efectivamente, uno de los niños había pateado la pelota de forma que quedó atrapada entre las ramas de un árbol y las tejas de una pequeña casa.

— ¿Cómo lo sabes? —Inquirió.

— Porque he escuchado el golpe, así como el balón chocar contra las tejas, pero no escuché cayera al suelo. —No le dió importancia a su propia oración, solo se encogió de hombros— ¿Sabe? No soy un niño pequeño a quien cuidar del tema. No tiene que ser tan sutil al respecto, pregunte sin reservas. Somos adultos después de todo. No es que busque su pena.

Dazai suspiró, en su foro interno por fin se permitiría ser sincero consigo mismo. La verdad era que él no sabía la razón por la que enterarse de la ceguera de aquel hombre le había afectado tanto. Podría haber sido por la cruel ironía, quizá. Chuya era dueño de una belleza que no podía apreciar, más, lo gracioso del asunto solo hacía a la hermosura que irradiaba crecer.

Era la belleza que no podía apreciar otras bellezas, un cuadro recluido en un rincón oscuro del Museo.

— Perdona, —dijo nuevamente, por última vez— no quise pareciera eso.

— Entonces quedamos en ocho. —Respondió divertido, haciendo alusión a su número de disculpas. Dazai sonrió.

— Si me permites preguntar, ¿Hace cuánto sufres de esa condición?

— Desde que tengo memoria. —Contestó, sus ojos hacía arriba como si recordara algo a la distancia— Retinosis pigmentaria, heredada por mi abuelo materno.

— Ya veo, —dijo cuando recordó algunos detalles de aquella enfermedad gracias a un artículo— entonces tuviste síntomas a temprana edad.

— La verdad era que casi ni lo notaba, creo que tenía siete años cuando comencé a ver borroso y se me hacía difícil seguir las luces. No le di importancia hasta que una noche apenas si pude distinguir las siluetas de mi abuelo y madre. —Contó, como si hablara con un viejo amigo de toda la vida. No supo si la familiaridad era por él o si Chuya era así con todos.

Parfum de printemps. (Soukoku, BSD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora