Capítulo 6: Ver lo sensible.

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"Su voz era grave"

Él era consiente de aquella frase balanceándose en su mente y repitiéndose como en un eco en sus pensamientos. Fue difícil ignorarla si cada que escuchaba esa voz pesada y adictiva se situaba allí. Porque la voz de aquel hombre también era el mismísimo cielo: tonos graves y poco estables que subían y bajaban en contraste con la melodía que expresaba su canto; tenía una voz armoniosa, tranquila y a la vez poderosa y pesada. Obviamente no contaba con los tecnicismos de los cantantes profesionales y tampoco gozaba con las enseñanzas que le pudo haber otorgado un buen maestro. De hecho, cantaba como cantaría una persona común sin relaciones a las ramas artísticas, pero, aún así, su canto era bellísimo, superando –según su criterio– a muchos cantantes ya destacados. No que él supiera mucho de las artes sonoras o bien musicales, pero se consideraba alguien de buenos gustos, todo visto de forma subjetiva, claro estaba.

Si bien aquella admiración a su canto podía ser debatida, estaba seguro de algo que no se podría discutir aunque quisiesen, y esa era la hermosa imagen frente a sus ojos.

Chuya se encontraba sentado en la arena clara de la playa, extendiendo sus piernas vestidas con unos viejos jeans rotosos hacía el agua, sus pies estaban rozando la marea que subía y bajaba de a momentos contados mientras sus brazos estaban acomodados hacia atras con las palmas tocando la arena, hundiéndose en esta pues eran el soporte de su cuerpo: sus cabellos, casi siempre sujetos en una coleta tras su cuello, en ese momento se deslizaban por su hombro derecho en un flojo agarre dado por una hebilla dorada desgastada y bien adornada; y su pecho vestido con una camisa blanca con tres botones abiertos se inflaba orgulloso junto a la gargantilla dorada de su cuello cada que la canción que entonada con los ojos cerrados alcanzaba alguna nota alta.

Era una escena digna de aquellos póster de ídolos que las adolescentes solían colgar en sus cuartos en señal de una devoción casi inocente.

Pese a que, probablemente, aquello no podría incluirlo en su portafolio, no pudo evitar grabar el momento enfocando cuidadosamente todo el cuerpo del pelirrojo, buscando tras él se vieran las auroras rojizas en las nubes al igual que las rocas a un costado de la playa. Chuya soltó una ligera risa pues el sonido de obturador ya se había vuelto parte de su rutina. Era una suave alerta que hacía burbujear su estómago en cosquillas placenteras.

Dazai detuvo su acción, dejando de mover su dedo sobre el botón, aunque bastantes fotos había tomado. El pelirrojo suspiró, dejando a sus labios formar una ligera sonrisa. No pudo evitar pensar que Chuya tenía una hermosa risa: melodiosa, tranquila y cantarina. No era una risa molesta, sino una regulada a la perfección alcanzando el volumen exacto y tan armóniosa como su mismo canto. No estaba seguro de algún día poder hartarse de aquella risa.

— ¿Ya me dirás por qué estamos aquí? —Preguntó, aún con sus ojos clavados en el mar.

Forzando un poco la vista llegaba a notar el azul potente del mar a la distancia, al igual que un punto blanquecino que imaginaba era un barco. Se sentó correctamente cruzando las piernas y sacudió sus manos una con la otra, para luego quitarse algunos mechones rojos del rostro.

Osamu siguió cada una de sus acciones con la vista, desde los dedos perfectamente tallados del contrario tocando sus mechones brillantes hasta los labios de éste moviéndose con delicadeza en un suspiro.

Nakahara detuvo cada movimiento de manera repentina, dejando su dedo índice en la parte superior de su ojo derecho y el mayor bajo el mismo, observando al castaño entre ellos con una sonrisa tan singular que no pudo evitar avergonzarse.

Parfum de printemps. (Soukoku, BSD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora