La fotografía era un arte.
Meditó esa oración como si en ella se basara toda su carrera. La fotografía se basaba en fijar imágenes y luego reproducirlas para después recogerlas en el fondo de un cuarto oscuro.
Osamu no recordaba muy bien cuando aquel arte tan exacto y mecánico le había llamado la atención. Porque sí, él no era de dejarse llevar por los abstractos sentimientos que consumían a la mayoría de las personas en su profesión. No se dejaba llevar por aquella apabullante emoción disidente de su trabajo, propio del mundo sensible donde había decidido instalar su vida. Como fotógrafo había afinado sus habilidades a modo de que, pese a la experiencia aún no adquirida en un campo profesional, lograse resaltar como cualquier veterano ya familiarizado con esa rama artística.
En algún punto pudo vivir de forma cómoda gracias a sus trabajos, y claro, haciendo lo que le gustaba. Joven pero bien instruido ya entendía lo que conllevaba manejar un negocio de fotografía, estaba al tanto de los procesos de marketing, venta y demás temas de la administración: y como versado manejaba a la perfección la luz natural y artificial; los planes, el encuadre, el enfoque; todo aportado desde su ojo experto.
Le había parecido un bellísimo arte. Lo calificó como simple, sin complicaciones y muy mecánico. Todo estaba pulido y encajaba en un mismo lugar, arreglado con medidas exactas. Desde leer el ambiente a seguir el estado de ánimo de otras personas, incluso el seducir mujeres le salía por impulso subproducto de sus observaciones.
Más la satisfacción le duró poco...
En algún momento lo mecánico y metódico había dejado de funcionar para él. La satisfacción en sus obras se iba perdiendo pese a que en realidad nunca las había visto como algo que no fuese una fuente de ingresos y hasta en eso había fallado pues, mientras otros ascendían en sus carreras, incluyendo a su buen amigo quien se especializaba en bodas, él iba en un declive permanente del cual no podía escapar.
La única razón por la que había elegido aquella carrera se deshacía en sus manos y mientras intentaba estupidamente centrarse en lo ya plasmado en su consciencia Odasaku le había sacado sin autorización aquel boleto a Okinawa.
La lucha para llegar fue constante, ya que no creía un simple viaje cambiara eso ya impregnado en su ser, pero como se equivocó. Si, leer el ambiente, seguir el estado de ánimo de las personas, incluso el seducir mujeres por impulso. Esas habían sido sus especialidades durante tanto tiempo pero, al ser atrapado por aquellos ojos claros y brillantes, todas sus ideas le habían abandonado.
Él jamás presenció un cuadro más hermoso y fue así como lo metódico abandonó su cuerpo, queriendo plasmar aquel momento porque sí, por la belleza de lo sentimental que tanto se negaba a afrontar.
Porque su profesión era concisa, por eso la eligió.
Lastimosamente su consciencia perdió la ballata entre el raciocinio y la emoción, pues aquel hombre era un cuadro elegante y delicado que despertaba en él un sentimiento agridulce justo como la primavera misma. Su razón se había perdido y poco a poco aquel corazón ficticio al que se referían las personas como la fuente de sus emociones iba ganando terreno, trayendo con él no sólo sentires impropios de su persona, sino que lo combinaba con conductas que nunca esperó tener que reprimir. Por ello quizá se encontraba en ese momento recostado por la pared del local de perfumes donde trabajaba aquel pelirrojo de voz delicada pero brusca, con un folio de papel entre sus brazos quienes orgullosos portaban su trabajo de toda la noche.
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Parfum de printemps. (Soukoku, BSD)
FanfictionEn una primavera de colores pálidos un joven y nada apasionado fotógrafo se encuentra en Okinawa: un viaje de descubrimientos a un precioso lugar lleno de imágenes para plasmar; donde la fotografía más hermosa resultó ser la de un risueño hombre en...