Capítulo 7: Manos vacías.

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Pelirrojo de ojos azules.

Hermosas hebras rojizas cuyos mechones sueltos contrastaban con el sol brillando en hilos anaranjados, mezclandose con el resto de sus cabellos quienes mantenían ese color vibrante. Dichos, estaban acompañados de un par de ojos azules que se supone debían ser de un potente color océano, pero que, gracias a aquella enfermedad de la que era víctima, eran un suave cielo celeste, reconforble y compasivo.

Su apariencia le había sido descrita una infinidad de veces, tanto como para cansarse de ello: de forma tan poética que parecía una exageración; o de manera escueta dejando demasiado a la imaginación. Podía admitir que a veces pensaba en ello como algo maravilloso, incluso con la más torpe definición. La verdad jamás encontró sentido a pensar demasiado en ello. Nunca le importó conocer su propio rostro pues contaba con una vaga idea gracias a la corta época en la que sus ojos si vislumbraban y diferenciaban las cosas, aquella época en la que el mundo no era solo una gigantesca mancha de colores. Era un tema sin importancia, un segundo plano en su vida que desde la llegada de cierto fotógrafo descarado había ido trepando hasta posicionarse en un primer lugar, en una idea que cruzaba su mente cada que divagaba intentado no pensar en nada...

¿Qué tenía él?¿qué tenía su apariencia que llamaba la atención de un hombre cómo Osamu?

De un hombre que vivía de lo bello, de los momentos, de los paisajes y de aquello que la gente más disfrutaba catalogar como hermoso. Porque la fotografía que Osamu practicaba era una mezcla de todo lo vivo y bello del arte. Una fotografía atrapaba momentos; exponía obras, encerraba paisajes y condenada a lo teóricamente considerado digno a ser admirado.

¿Qué era él comparado con la hermosura de lo etéreo?¿Era una bella metáfora?¿Era una ironía graciosa y elegante?

Tal vez era una preciosa prueba de la injusticia de la vida. El cuadro recluido en el rincón del Museo, como lo había sospechado antes.

La mente de Nakahara era un mar turbulento de preguntas que una y otra vez se amontonaban sobre si mismas, todo trataba de lo que representaba y sentía desde su charla con Osamu.
Él jamás deseó conocer su rostro, ¿el quererlo no era un pensamiento ególatra? Como jamás lo había meditado no sabía como clasificarlo. Le parecía, por un lado, cruel, y por otro, un acto de comprender.

Los ligeros golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, y sin desviar la cabeza hacía el lugar simplemente abrazó más la almohada que tenía entre sus brazos. Pronunció un casi inaudible "¿Si?" Pese a que sabía quién era la única persona en el lugar aparte de él, así como sabía que la puerta estaba abierta.

- ¿Puedo pasar? -Preguntó la voz de su hermanita. Chuya curvó sus labios al escucharla, dedicándole una amable sonrisa.

El pelirrojo abrazó todavía más la enorme almohada que tenía a su pecho, recostando su barbilla por la misma, guiando su mano derecha a rascar su cabeza desordenando sus cabellos ya despeinados, mientras su pijama color tierra caía en la parte izquierda de su cuello. Era un hermoso desastre, pensó la joven. Ella sabía y era consiente de la belleza que tenía por hermano, quien, pese a su incapacidad, ya le había robado el corazón a la mitad de mujeres del pequeño pueblo costero en el que se encontraban.

- La verdad quisera estar solo unos momentos, ¿puedo? -Preguntó, intentando no sonar muy brusco.

Kyouka era el ser más precioso del universo y la persona que más quería al mismo tiempo. La amaba y gustaba de conversar con ella, pero en ese momento solo representaba aquel deseo que parecía haberse hecho trizas por cierto castaño, para ser reemplazado por uno egoísta.

Parfum de printemps. (Soukoku, BSD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora