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Miraba como llovía por la ventana mientras tomaba mi café calentito. Londres era esto, lluvia constante y tres rayos de sol si acaso y con suerte. Echaba de menos el calor, pero definitivamente este era nuestro sitio ahora.

-          ¿Me quieres ayudar con Yaki a lavarlo? No deja de correr y me niego a comerme yo sola este marrón– dice Noa delante de mi con un moño, las gafas y una camiseta ancha de publicidad.

-          Noa acordamos que esta vez te tocaba a ti y yo lo llevaba al veterinario, ¿recuerdas? – la miro mientras doy un sorbo a mi café.

-          Venga Lenna, no seas mala persona – hace un mohín

-          No que te acostumbras, además tengo que ponerme con el papeleo otra vez – bostezo

-          ¿Aún no acabaste? – niego y ella suspira – ese colegio te está explotando

-          Ya – carcajeo sin ganas – como soy la nueva – digo mientras camino a la cocina para dejar la taza en el fregadero.

-          Bueno, pues visto que no me vas a ayudar, que dios me ayude – dice y se gira - ¡TENER AMIGAS PARA ESTO! – grita por el pasillo.

Camino a mi habitación y me siento de nuevo en el escritorio. Mi vida y la de Noa habían cambiado drásticamente. Cuando terminé la carrera todo era genial, Noa estaba trabajando en una tienda y yo empecé a estudiar las oposiciones y echar currículos en los colegios privados, pero nada. Cuando ya habían pasado seis meses estaba desanimada, pero no perdía la esperanza. El problema llegó cuando Noa rompió con su novio, un gilipollas por cierto, y estaba fatal. Yo le dije de hacer un viaje a Londres para despejarnos y tras meses ahorrando, lo conseguimos. ¿Lo malo? Nos enamoramos de este sitio y tras pensarlo poco y convencer a nuestros padres de nuestra decisión, lo hicimos. Alquilamos un pisito cerca del centro y buscamos trabajo. Noa consiguió empleo en una empresa de Marketing y estaba de secretaria del jefe. Yo encontré trabajo como profesora en un colegio privado, era todo un sueño. Hasta ahora nos iba genial, vivíamos bien, teníamos amigos e incluso adoptamos un perrito, Yaki, un carlino monísimo que estaba demasiado consentido.

-          Buf, ya está, ¿metemos unas pizzas en el horno? – entra Noa a mi habitación.

-          ¿Ya es la hora de la cena? – miro el móvil

-          Si, son las nueve y media. Bueno, cuatro quesos como siempre ¿no?

-          Si – sonrío

Después de escuchar a Noa gritar de que ya estaba la cena, me tiro al sofá a su lado y la veo mirar extrañada el suelo.

-          ¿Qué pasa? – le pregunto llevándome un pedazo a la boca

-          Nada – miente

-          Sabes que no me puedes mentir, asi que ahorremos tiempo y dime qué demonios te pasa.

-          Es Álvaro

-          ¿Y ahora qué ocurre con el gilipollas ese? – suspiro

-          Me ha hablado – me mira – me ha preguntado que cómo estaba y qué quería hablar.

-          ¿Y tú qué quieres?

-          ¿Yo? Yo quiero que se pudra – aprieta los puños – ahora viene ¿no? Pues no, me niego, que le den.

-          ¡Así se habla! – le choco la mano y la miro divertida - ¿sabes? vamos a bebernos ese vinito que trajo tu hermano la última vez.

Lo que pasa en Londres, se queda en Londres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora