El que quiere besar busca la boca

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Christian abrió los ojos con dificultad, deslumbrado por la intensa luz a la que no estaba acostumbrado. Dolor, eso fue lo primero que le vino a la mente cuando se hubo desperezado un poco. Le dolían todos los músculos del cuerpo.

A pesar de eso no notaba ningún daño fuera de lo común, excepto en antebrazo izquierdo, lo cual era una buena señal porque indicaba que no se había roto nada especialmente grave. Lo siguiente que vino a su mente fueron las últimas imágenes de él cayendo por el barranco.

Ahora se hallaba en un claro del bosque, tumbado a la orilla del río que había sido su guía mientras corría. Frente a él se imponía el barranco por el que hacía... cuánto ¿unos segundos, horas, días? Acababa de caer. Desde abajo pudo observar que la altura no era tanta como desde arriba parecía, era más bien un efecto óptico, ya que el final la pendiente iba disminuyendo, explicando así como es que había podido sobrevivir a la caída .

Con lentitud se incorporó notando sus manos más pesadas de lo habitual, sacudió sus manos para quitarse esa molesta sensación de la mente y oyó un ligero tintineo. Frunciendo el ceño bajó la vista hacia sus muñecas y soltó una exclamación. Alguien le había puesto unas cadenas al rededor de las muñecas, para limitar sus movimientos.

—¿Qué demonios?— Murmuró para sus adentros mientras agitaba las manos observando las cadenas de cerca. No es que fuesen un artilugio muy eficaz. Simplemente le obligaban a mantener los brazos a menos de dos palmos de distancia, pero aún así eran incómodas, y el peso ralentizaba mucho sus movimientos. Odiaba ese estorbo, él estaba acostumbrado a sobrevivir por su sigilo y su rápidez. Con esos malditos cachivaches estruendosos sus dos cualidades se venían al garete .

Frunciendo el ceño pasó su mirada al hombro. Un profundo corte rasgaba la piel del antebrazo. Seguramente se habría cortado con una piedra o algo parecido durante la caída, mientras no se infectase no habría problemas, o al menos eso pensaba él. Se tensó al darse cuenta de que la herida había sido limpiada por alguna persona. "Esto no me gusta"

—Por fin despertamos bella durmiente — La voz le dejó paralizado ¿Cómo no había caído en la cuenta de que no estaba solo? Obviamente las cadenitas del demonio no se habían puesto ellas sólitas. Murmurando una grosería giró el torso para afrontar al castaño que le observaba apoyado en el tronco de un árbol.

La imagen de otro hombre cayendo después de él volvió a su mente, aquel era el soldado que le había perseguido y había saltado con él. Le miró ligeramente asombrado, no muchos soldados llegarían tan lejos solo para capturar a un simple prisionero. "Definitivamente debe estar loco" El ladrón le sonrió, adoptando su típica expresión insolente

—Vaya, los soldados sois tan incompetentes que tenéis esperar a que los delincuentes estén inconscientes para capturarles, que decepción— El castaño le digirió una mirada que detonaba ligero desprecio.

El joven tampoco había salido ileso de la caída. Las bandas en su muñeca y la hombrera ensangrentada le delataban, pero a diferencia del pelinegro parecía que había aprovechado su tiempo de consciencia para lavarse las heridas y la cara, y de nuevo el pelinegro sintió que no encajaba con ese chico de aspecto tan superior " Acabamos de caer de un barranco, ¿Por qué demonios está tan impecable?" La voz del muchacho le hizo salir de su ensimismamiento .

—Si el delincuente es tan imbécil que decide ayudarnos lanzándose por barrancos jugando a ser una cabra montesa no es mi problema— El ojiazul rió por lo bajo " Sí, reconozco que ahí no he estado muy lúcido"

—Mira quién habló, soldado suicida— El soldado resopló y Christian le miró con más detenimiento divertido, pocas veces había visto a alguien que se molestase con tanta facilidad.

Rumbo a la guillotina (BL) Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora