3. Noche.

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Conducir de noche por carreteras nacionales mal señalizadas, con el peligro añadido de que cualquier animal pueda cruzarse, no es una de mis grandes pasiones, mucho menos teniendo en cuenta que mi coche es nuevo, pero como ha dicho Amaia, tengo que disfrutar de los pocos días que me quedan. Y el seguro está a todo riesgo, porque yo no soy un riesgo, pero mis amigas si lo son.

-Gracias por llevarnos, mi amoooor.- Dice Amaia apretándome los mofletes cuando llegamos al pueblo donde está la fiesta.

-De nada. Pero como me vomitéis en el coche cuando volvamos, os juro que os dejo perdidas en mitad del bosque, a ver si os comen los lobos o un oso.- Ellas ríen.

-Sacamos la cabeza por la ventanilla.- Me dice Nekane con cara de guasa. No es la primera vez que van con la cabeza por fuera del coche por si vomitan, más de un mosquito se han comido de entrante antes del desayuno.

-Más os vale.- Seguimos el sonido de la música hasta llegar a la plaza del pueblo. No es muy grande que digamos.

Hay una enorme barraca para lanzar dardos y conseguir peluches pequeños. Los grandes se consiguen derribando cuatro figuras de a saber que peso con tres bolas que no me parecen especialmente pesadas para derribar las cuatro figuras.

-Alaaaaa.- Me llama Amaia cariñosamente cuando ve un peluche de panda que la gusta colgado de un lateral mediante una cuerda.

Tiene una verdadera obsesión con ese animal desde que éramos pequeñas, al menos tiene cincuenta peluches con forma de panda, y otras cuantas cosas del mismo tema, hasta un tatuaje en el tobillo.

-¿Qué quieres pelo fuego?.- Ella me indica con la mirada hacia el peluche que yo ya había visto.

-Solo una vez.- Digo dejando tres euros sobre la barra del feriante que me mira con una sonrisa.

Amaia acepta que solo lo intente una vez, cuando me pongo en estos juegos y pierdo, puedo dejarme el triple de dinero que vale el peluche solamente para demostrar que puedo conseguirlo. Como dice Amaia, me pico hasta que lo consigo. No me gusta perder ni al parchís.

Llevo años sin tirar a los dardos, pero sorprendentemente no he perdido mi habilidad para ellos, algo tendrá que ver algunos juegos que hacemos en clase de literatura y alguna vez en lengua, intento que no todo sea mirar el libro y coger apuntes. Minutos después Amaia tiene su peluche de panda entre sus brazos, es pequeño, como máximo medirá veinte por quince centímetros, pero es tremendamente suave.

-Gracias.- Dice colgándose de mi cuello besuqueándome.

-De nada.- Digo devolviéndola un beso casto en la mejilla. No soy la reina de las muestras de afecto, de hecho siempre me ha costado mucho. Según mi madre he salido a mi padre en el carácter serio americano.

Mañana tengo que ir a recoger a Naila a la estación de tren a un pueblo que nos pilla a unos cuarenta minutos. No quiero irme tarde de aquí, tengo que estar a las once a por ella, y ya es la una de la mañana.

Amaia busca por toda la plaza a los chicos, yo solo conozco a uno, al cual encuentro en un santiamén, la parte negativa: el también me está mirando.

-Ahí los tienes.- Digo apuntando con la mirada hacia el lateral izquierdo del escenario de la orquesta.

Me siento como una adolescente, con la bebida en una bolsa de plástico -reutilizable claramente-, al lado del escenario y con un vaso en la mano. Cuando hemos conseguido situarnos, Amaia habla con el idiota, el cual no para de mirarme constantemente.

-Nos va a presentar a sus amigos.- Dice Amaia acercándose a nosotras con cara de felicidad. Solo la falta dar saltos de alegría.

No quiero mirarlo, no necesito que nadie me complique estos cinco días de estancia, tampoco quiero conocer a nadie. Amaia me arrastra literalmente hasta donde están ellos, gracias a dios, solo tengo que dar cuatro pasos, la plaza del pueblo tampoco es muy grande.

Jodido vasco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora