Capítulo 8:LA DAMA DE PLATA

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La habitación era bastante acogedora y el olor a libros inundaba el ambiente, aquí más que en el centro del edificio. La luz no era natural, sino que la provocaban velas que levitaban en el techo formando un candelabro imaginario.
Celeste y Luna se fueron apenas me dejaron en la habitación y mencionaron que ahora, ella respondía ante mi aura y mis necesidades, al igual que los búhos.
La cama matrimonial parecía tener acolchados de una seda muy fina y suave, recordándome que me moría de ganas por cerrar los ojos y fundirme en un sueño eterno. No había sido conciente de todo el cansancio que portaba sobre mí, después de todo era la primera vez en todo el día que podía detenerme a pensar.
Es increíble cómo cambió rotundamente mi vida en tan solo una tarde. Portaba poderes, soy un híbrido entre semidiós y una especie que nunca sentí nombrar, y cada vez me sentía más perdido, por primera vez en todo el día me pregunté que sería de mi familia ¿Estarían bien?, Quien sabe. Era doloroso no poseer esa información, nunca los había extrañado tanto y ahora era el caso, traté de revisar mis bolsillos para tomar mi celular y llamarlos, pero ya no estaba ahí, me pregunté donde estaría, pero tampoco fue de mucha importancia.
Miré la cama una vez más, el deseo de recostarme me invadía y decidí sucumbir ante él. Me recosté y noté como mis párpados se hacían cada vez más pesados, como si estuviera entrando en una especie de trance hipnótico.
Al abrir los ojos todo estaba oscuro y me encontraba en la nada misma, por un momento pensé que estaba de nuevo en el paso de la memoria pero esa teoría fué descartada al instante al no verme como un cascarón vacío. El ambiente cambió rápidamente y me ví a mi mismo, pero está vez en primera persona, y lo raro es que yo, no era yo. Mí cuerpo ahora era pálido y se veía bastante delicado, llevaba puesto un vestido de seda plateado con brillos que se evaporaban de el, mis manos estaban entrelazadas a unas correas que parecían estar hechas de luz pura, amarradas a cuatro bueyes que tiraban de un carro de plata que volaba tocando las nubes. Por delante era de día, pero por dónde yo pasaba repartía la oscuridad y la noche me seguía.
No podía distinguir lo que tenía debajo porque tal parece, no tenía control sobre lo que parecía ser un sueño. La vista cada vez se me nublaba más y más, hasta el punto en el que por poco divisiba lo que tenía en frente.
Luego de dar un par de vueltas, el carro aterrizó en un templo hecho de platino y decorado con pilares de diamante. En la entrada, estaba reposado otro carruaje, solo que este iba tirado por cinco caballos de los cuales en vez de cabelleras, eran llamas las que decoraban su cuerpo.
Las puertas del templo se abrieron de golpe y un hombre esbelto con una armadura dorada salió furioso.
-Dioses bárbaros, creen ser mejor que nosotros. Una vez que hable con Cronos serán destruidos.
El hombre, se veía muy viejo y desgastado, de cerca su armadura se veía más andrajosa y oxidada.
Me acerqué y acaricie su mentón.
-Ten paciencia hermano, a veces el cambio puede ser bueno.
-¿Bueno? Hemos servido en estos puestos desde hace milenios ¡Desde nuestro nacimiento!.
Yo solo sonreí burlonamente.
-Si nos apegamos a lo que hemos portado desde nuestros comienzos, solo eso nos definirá. Algunas veces es bueno dejar la carga del pasado para sentir la intriga por el futuro.
-Tus intentos de sabiduría son inútiles, hermana. Esto es un acto de ofensa hacia nuestro ser.
-Estas viendo todo equivocadamente.
-¿Por qué?, ¿Por no querer desaparecer?. Es absurdo.
Pasé por al lado del hombre y me senté en uno de los escalones del templo.
-Así es la existencia, incluso para un Titán es impredecible.
El hombre se acercó para sentarse a mi lado y contemplar la gélida noche junto a mí.
-No quiero que nos pase lo mismo que a nuestra hermana. Su desaparición fué en vano.
El hombre se carcomía en sus pensamientos y su rostro reflejó un arduo dolor, sus músculos se aflojaron y de sus ojos empezaron a brotar gotas doradas que caían por su mejilla tal cual lágrimas.
Lo abracé y contuve su dolor, al mismo tiempo que el mismo era liberado en mí.
-Nuestra hermana nunca desaparecerá, su luz brillará en cada aurora que estos mortales contemplen, en cada chispa de magia que resuene en el mundo.
- Aún así, sigue siendo una perdida. Se supone que somos inmortaled como para ser olvidados así.
-El olvido no es lo peligroso, hermano. El verdadero peligro es aquella arrogancia y esperanza que nos hace creer que siempre seremos recordados.
-¿Entonces que sentido tiene?.
-El de servir a un propósito.
-Pues no me gusta.
-Lo sé.
El me tomó de la mano y fundió su mirada en el nocturno paisaje. Su mano era cálida y brillaba en un tenue brillo dorado, pero sus ojos pasaron de un rojo vivo, a un anaranjado más pacífico.
-Será mejor que te subas a tu carruaje, dentro de poco darás tu última vuelta.
El se levantó y miro con nostalgia su carruaje, al tiempo en el que se acercaba para acariciar a sus flameantes equinos.
-Espero que ese arrogante los trate bien.
-Su hermana se encargará de eso, lo prometió.
El asintió y subió a al vehículo dorado, encendiendo las correas en llamas al rojo vivo y agitando a sus corceles.
Él me miró y sonrió sin saber que esa sería su última vez. Agitó las riendas y despegó velozmente del templo, hasta desvanecerse en llamas al llegar al punto más alto del cielo. Una lágrima cayó por mi mejilla mientras el alba aparecía por detrás.
Luego de unos segundos hice aparecer un espejo de plata y me reflejé en el. Mi cabello carbonizado se recogía sobre mis hombros y sobre el, una diadema con forma de medialuna decoraba mi cabeza como si de una corona se tratara. Mis ojos eran grises y brillantes, mi rostro era tan delicado como la luna misma y la belleza que portaba era incomparable. Me recogí un mechón por detrás de la oreja y esbocé una leve sonrisa.
-Yo ya desperté, ahora es tú turno, Theo.

Theo García y el Oráculo de DelfosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora