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2 meses atrás

Jungkook bajó del coche deportivo negro que había aparcado en una calle en el centro de la ciudad, en la parte más comercial e industrial, lejos de lo más profundo de los barrios bajos, los suburbios que poca gente se atrevía a atravesar. Una zona que él no había cruzado desde hacía mucho tiempo y que le recordaba a su antigua casa. Pero ya no tenía que subir más al autobús repleto de gente y caluroso para llegar, de hecho, podía pasearse en su caro coche y enseñar su cara por la ventanilla si eso le apetecía, porque ya no tenía que esconderse de nadie ni tenía miedo.

Entró en el hotel donde iba a reunirse con el dueño, uno de los hoteles más grandes y de más nivel de Seúl. Los dos hombres enormes que custodiaban la entrada le abrieron confirmando su identidad y no tuvo ni siquiera que decir su nombre para ello. Le estaban esperando.

Al llegar a la recepción, custodiado por éstos, echó un vistazo más allá de la mesa, a la recepcionista, que le echó una mirada aterrada al verle pasar y dejó lo que estaba haciendo. Jungkook vio que sus manos de manicura perfecta temblaban ligeramente y una sonrisa se le escapó, guiñándole un ojo.

La mujer le miró escandalizada, seguramente recordando el momento que se dio años atrás, cuando por primera vez le vio, confundiéndolo con un don nadie. Él la insultó y se burló de ella.

Subió al ascensor, presionando el botón del último piso, donde se encontraba la suit más lujosa de todo el hotel, la setecientos veintisiete. La suit Golden Closet, que había sido su hogar por mucho tiempo, pero ya no lo era.

Jungkook se preguntó si abrían cambiando algo cuando él la dejó libre. Pero supo que si así era, por mucho que se dijera a sí mismo que ya no estaba apegado sentimentalmente a aquél lugar, no estaría muy contento.

Antes de entrar cerró los ojos por un segundo y les dijo a los guardias que a partir de ahí iría él solo, a lo que no se opusieron y le dejaron.

Cuando entró, la luz tenue de las lámparas le iluminaron el rostro. Rodeó la mesa de billar de la entrada, pasando sus dedos por la madera, y esquivó la de póquer con la cadera. Al llegar a la habitación principal, con el televisión en la pared y los sillones de cuero, no pudo evitar sonreír. En uno de ellos vio a una figura sentada que le estaba esperando, la cual se puso de pie para recibirle.

Hwall estaba de pie, viéndose exactamente igual que siempre, solo que con un corte de cabello diferente. Iba vestido con un traje a medida que le sentaba realmente bien. Se acercó a Jungkook con una sonrisa en la cara.

— ¿Dónde has estado?

— Brasil, Argentina, Japón, Alemania, China, Alemania... y Corea. En ese orden.

— Cabrón.

El chico le dio un abrazo que Jungkook no esperaba, pero que después le devolvió dándole unos golpes en la espalda. Allí estaba, el único amigo de verdad que había tenido, recibiéndole en la que era su casa, como si nada hubiese ocurrido en todo ese tiempo, llevándole de vuelta al pasado.

— ¿Qué tal Ryujin? ¿Cómo está?

— Bien... ella... está bien.

— Venga, ¡vamos, Jungkook! ¿La intentas proteger de mí? ¿Después de todo?

— Ha pasado mucho tiempo, Hwall.

Jungkook sonaba como si quisiera guardar las distancias, protegiendo sus temas personales y ellos incluían a la única persona que le importaba. Sí, había pasado demasiado tiempo desde que le había visto por última vez y no sabía cuáles eran sus intenciones.

— Yo soy el mismo de siempre, ¿y tú?— Le dijo Hwall, echándole una mirada mientras le acompañaba a los sofás, pidiéndole que se sentara con un gesto.

Jungkook le hizo caso y suspiró, dejándose caer. Algo le decía que podía seguir confiando en él como antes, pero se siguió mostrando algo reservado por si acaso.

— Ryu... vive donde siempre. Está trabajando en una tienda de muebles, ya sabes, hizo la carrera de diseñadora de interiores. Nosotros estamos bien. Ella... es feliz así.

— Me alegro. Las cosas también nos van bien a nosotros. Seulgi y yo manejamos el negocio bastante bien. Lo dejaste en buenas manos.

— Ya lo sé. Hwall, ¿por qué me has llamado?

Él le sonrío de medio lado, apoyando los codos sobre sus rodillas para reclinarse hacia adelante.

— He oído que quieres volver. Tengo un trabajo que no puedo hacer sin ti.

— ¿Quieres que me una al clan?

— Sí. Y no. Únete si quieres. O haz lo que quieras, no hace falta que te unas, joder. Jungkook, tú siempre has ido a tu rollo, pues sigue haciendo eso. No quiero saber de tus planes de futuro o lo que sea que tengas entre manos. Pero sé que te estás moviendo por terreno peligroso y esos tantos viajes que has hecho no son por placer.

— ¿Y qué es lo que propones?

— Atacar la Lotte Tower para hacer una negociación. No es por una cuestión de dinero, quieren derribar este hotel, la sede del clan, para construir un maldito centro comercial.

— ¿Y qué les has ofrecido? ¿No has negociado con dinero?

— No quieren dinero. Ya sabes por dónde voy. Pero tranquilo, será un plan seguro.

— A prueba de balas.

— Recuerdas el lema. Bien. Eso significa que no has olvidado tus orígenes.

El ruido de las puertas abrirse les distrajo de su conversación, donde una Seulgi con un vestido largo ajustado de color champán, el pelo rapado y unos enormes aros en las orejas, entró en la habitación.

Jungkook la saludó con un movimiento de cabeza y una sonrisa y ella se posicionó al lado de Hwall, sentándose en el apoyabrazos con las piernas cruzadas. El chico le rodeó el cuerpo con un brazo, mirándola con los ojos brillantes.

— Hola, Jeon. Te daremos lo que quieras a cambio. Cualquier cosa que desees. Llevamos meses planeando este golpe y, bueno, te debo una por aquella vez en la que me libraste de nuestro matrimonio forzado.

— No quiero nada. Lo haré.

— Jungkook,— Hwall puso sus ojos sobre él, sorprendido por sus palabras— te conozco desde hace años y eres la persona más ambiciosa con la que me he encontrado en la vida. Algo debes querer, a no ser que creas que ya lo tengas todo.

— Te has vuelto mucho más inteligente desde que estás casado con ella, Hwall.— Se rió él y ellos dos le siguieron, mirándose entre ellos.— Bueno, ahora sois vosotros los señores y amos de toda Corea. Pero yo no soy de la clase de personas que piden favores y cobran las deudas.

Hwall dejó de reír al saber a lo que se refería. La misma persona que había acabado con la vida de su jefe años atrás, y había chantajeado a su amiga Ryujin.

— Yo tampoco, hermano.

— Por los viejos tiempos.

Seulgi se levantó para ir hasta el minibar y abrir una botella de vino, dándoles unas copas para luego brindar.

Dónde está tu corazón || OTC 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora