El suelo estaba frío. La voces se oían distantes y no tenía idea de dónde se encontraba.
Pero Elizabeth no tenía miedo.
— No se puede ser perfecta en esta vida —la voz se acercó, y con eso una patada en su costado derecho—, así que vamos a arreglarte.
Era una chica de voz dulce. E irónica, sobre todo.
Alguien la tomó por el pelo, sin la más mínima piedad. Sintió una respiración en su cuello, lo que le provocó escalofríos.
— Bien, chicas, ¿Quién empieza?
Nadie habló: en vez de utilizar palabras, se manifestaron mediante golpes. Golpes a Elizabeth.
Y siguió sin gritar, deseando que hagan lo que ella no se te atrevía a hacer.
Acabar, de una vez por todas.