Capítulo 5

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Empezaba nuestra carrera por la supervivencia, desesperados apresuramos nuestro paso sin una dirección en específico. Aquellas cosas nos seguían a toda velocidad, pues podíamos oírlas a la distancia mientras su veloz andar agitaba las plantas a su alrededor.

Sabíamos que eventualmente nos atraparían por culpa de nuestro terrible estado ocasionado por la maldita atmósfera del lugar. Así que el lingüista, quien iba delante de nosotros gritó exasperado:

-¡¡¡A los árboles!!!

Pero tal acción sería completamente imposible, aquellos árboles eran infinitamente gigantescos y por su gruesa complexión y falta de ramas imposibles de escalar, era hora de aceptar nuestro evidente final.

Fue entonces que el otro militar del grupo, nos gritó:

-¡¡¡Denme la Vianda!!!

Yo le tiré mi mochila, que era donde estaba dicho alimento. Posteriormente, el nos gritó:

-¡¡¡Yo los distraeré, corran!!!

Sacó la vianda del bolso y nos lo devolvió y luego de eso, se quedó quieto, esperando a que se le aproximasen aquellas misteriosas criaturas, para tratar de llenarlas de plomo. Fue la última vez que pudimos ver a aquel valiente soldado, cuyo nombre juré no olvidaría, pero al igual que ciertos momentos de mí pasado, su nombre se ha borrado de mi mente. Mientras huíamos, pude escuchar los repetidos disparos de su fusil que terminarían por cesar, para dar lugar a un terrible y desgarrador grito que terminó por apagarse a pocos instantes de escucharlo.

Seguimos corriendo, pero yo no pude aguantar la fatiga y terminé desmayándome.

Cuando desperté, yacía sobre hojas de arbustos, puestas por Frank para evitar quemarme con la ardiente tierra del lugar. Nos encontrábamos ahora cerca de un pequeño lago en las entrañas de la jungla. Frank se encontraba descansando sentado a mi lado, diciendo que debíamos hallar la manera de poder deshacernos del terrible calor, pues si no terminaríamos muriendo de deshidratación.

El me pasó la ultima botella de agua que teníamos, el había tomado un poco, así que podía beberme lo que quedaba dentro. Arrancamos trozos de nuestros pantalones para secarnos un poco el sudor, aunque eventualmente terminaríamos volviendo a sudar, pero serviría para evitar que algo más nos siguiese por el momento, y luego de eso continuamos nuestro desorientado andar por la jungla...

Poco a poco las energías recobradas por el descanso se iban desvaneciendo y volvíamos a sentirnos terriblemente. Y cuando pensábamos que moriríamos por el cansancio, cuando nuestra visión se veía nuevamente borrosa, y nuestras cabezas estaban a punto de explotar, llegamos finalmente al centro del Ártico, conseguimos el acceso hacia aquel lugar olvidado por el tiempo... "Agartha".

*****

La tierra poco a poco era reemplazada por un musgoso y polvoriento suelo adoquinado, hecho de un tipo de piedra negra, a su vez que los adoquines estaban repletos de ilegibles petroglifos que a ambos nos resultaban familiares, pero que a su vez, decíamos nunca haber visto.

Se podía apreciar, como por el suelo se desplazaban pequeñas corrientes de una luz verdosa, similar a la de una aurora boreal y una leve niebla que nos cubría los pies.

Seguimos caminando en dirección recta a través del suelo adoquinado, hasta que nos topamos finalmente con un hoyo gigantesco. Una especie de pozo colosal del cual provenían las auroras y la niebla. Su diámetro era incalculable, su oscuridad era abrumadora, su profundidad era imposible de calcular y en nosotros se creaba la incertidumbre al exponernos a tan arcano lugar.

AgarthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora