Capítulo 8

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...La escasa luz del sol que pasaba débilmente a través de las densas nubes negras que cubrían el cielo casi en su totalidad, fue revelando paulatinamente, una magnífica estructura antigua en la cúspide de un mediano monte... Aquello que finalmente vislumbré, era sin lugar a dudas, un auténtico templo egipcio.

Mi cabeza se convirtió en una tormenta de preguntas, que hicieron que me dirigiese irrefrenablemente, lleno de júbilo y excitación hacia aquel lugar para admirar su grandeza y descubrir sus más ocultos secretos.

Subí por los deteriorados escalones de adobe, casi teniendo que utilizar mis nulos dotes de alpinismo para poder aproximarme a la cima del monte, siéndome aún más difícil la tarea, debido a mis lastimadas manos, que ardían cada vez que las apoyaba en un relieve para tratar de sostenerme y continuar con mi ascenso.

Pero todo el esfuerzo mereció el dolor al final, no habría podido nunca comparar el éxtasis que experimente al ver el templo ante mis ojos, con ninguna experiencia previa en mi vida. Me quedé maravillado por el antiguo pórtico de la entrada, la cual era una muralla cuadrada que bordeaba todo el monte. En el pórtico había varios bajos relieves, que trataban de recrear la imagen del dios Ra, dictando su ley a sus adoradores y sirvientes.

Al traspasar el umbral de la entrada, el cual carecía completamente de un portón, caminé por un largo sendero pavimentado de cerámica hecha de la extraña roca negra con la que antes nos habíamos topado en casas, bancos y de más estructuras. Esa avenida estaba rodeada a cada lado, por estatuas increíblemente esculpidas y detalladas de esfinges de adobe las cuales parecían guardianas del templo.

Al final de la avenida, en el muro que se encontraba en contraposición a mí, a cada lado del umbral, había dos imponentes estatuas que representaban a un faraón sentado en un trono, viendo fijamente hacia el frente.

Este umbral a diferencia del anterior, poseía gran cantidad de grietas y ladrillos faltantes a lo largo del mismo, haciéndome saber que la puerta que aquí se encontraba, fue totalmente arrancada o derrumbada bruscamente.

Dentro de esta sala, ubicada en el centro de la misma, se hallaba una pirámide escalonada, sobre la que descansaba un inmenso obelisco con varias inscripciones que no se asemejaban casi en nada a los antiguos jeroglíficos egipcios y que por el mareo inducido por el hambre, no alcanzaba a distinguir.

Poco tiempo después de disponerme a tratar de identificar las inscripciones de la estructura, mi compañero había llegado finalmente hacia donde estaba, pues al parecer lo había dejado atrás al escalar el monte.

Invité a mi compañero a averiguar lo que nos aguardaba en el interior de la pequeña pirámide, y al introducirnos en ella, descubrimos atónitos, una sala ritual de lo más interesante.

Era una sala hipóstila, con un total de seis columnas repartidas en la misma. Dos se situaban a cada lado de la entrada, mientras que otras dos a unos cuantos metros en frente de estas, y las últimas cerca de las paredes laterales de la pirámide. Las paredes estaban fina y hermosamente ornamentadas con distintos jeroglíficos e imágenes que retrataban un antiguo rito que se realizaba dentro de esta sala.

En el techo escalonado, casi como en una iglesia, había varias pinturas, que representaban una especie de jerarquía entre los humanos y los dioses, estando los humanos de últimos, seguidos de los faraones y posteriormente de los antes mencionados, siendo coronada la pirámide jerárquica finalmente con el poderoso Ra sentado en un trono.

En aquel panteón aparecían varios de los dioses más famosos de la mitología, así como algunos que nunca había visto y de apariencia vagamente antropomórfica, diferenciándose de los dioses comunes, que tenían este rasgo físico muy marcado.

AgarthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora