dead line.

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Hay historias en el mundo, que todos conocen. Y a lo largo de nuestra vida, vamos creando nuestra propia historia. Algunos tienen más suerte, en donde su libro está inundado de buenas palabras, de amor y felicidad, un cuento de hadas en su máximo esplendor. Pero también hay otros, que no tienen la misma suerte. Son ellos, la minoría, los que acaparan el drama en la historia, los que se llevan toda la desgracia con la única razón de que el autor lo quiso así, y así es como terminó escrito.



Pero hay historias que no merecen ser contadas. Hay historias que deben estar bajo el baúl por siempre, dejando que el polvo cubra las palabras entintadas.



Y creo que esta es una de ellas.



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El día estaba soleado y cálido, perfecto como para salir y pasar el rato con amigos...



...si es que no fueran las doce del mediodía y la resaca no me carcomiera el cerebro.



—No volveré a tomar ni una sola gota de alcohol en mi vida —es lo que dije ahora, y lo que digo siempre que despierto en las mañanas.



No es mi culpa, al final es él el que me llama. Y es que si veo una botella sola, llena, que hasta la gota que cae del vidrio me dice que me lo tome, ¿cómo me voy a negar? Cualquiera se tentaría de esa forma.



Aunque es inevitable sentirme culpable cada vez que mi conciencia vuelve a la mañana siguiente. Recuerdo la expresión de mi madre... mordiéndose el labio para reprimir las lágrimas que anegaban sus ojos, y mi padrastro atrás de ella abrazándola por la espalda para confortarla. Y yo, mientras miraba todo ello, permanecía tirado en el piso con una botella de cerveza en una mano, y la otra con una de vodka, rodeado de platos rotos y con la ropa sucia por haber hecho añicos un par de floreros en casa. Aún no me emborrachaba, pero mis impulsos ya me habían obligado a pasar un par de malas anécdotas que hasta el día de hoy lamento.



Fueron mi soberbia, mi rebeldía, mi ira y rencor los que me hicieron cometer aquello, los que me encadenaron en esto y que aún no he sido capaz de dejar.



Hice de mis manos unos puños, evitando a toda costa soltar el grito de ira que mi garganta estaba reprimiendo con tanto esfuerzo. Debía de ser fuerte, no podía seguir arruinando mi vida de esa manera.



El sonido del teléfono me interrumpió. Cuando lo saqué del bolsillo, me di cuenta de que tenía más de cien mensajes y quince llamadas perdidas, todas provenientes de una sola persona: Lee DongHyuck.

donde los monstruos nacen ー mark leeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora