d-day

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Aquellas palabras fueron equivalentes a miles de cuchillas en el corazón. Y es que el tono insensible y enojado que usó para decírmelo, la expresión dura de su rostro intentando ocultar su decepción y tristeza..., incluso su postura era distinta. Me sentí intimidado, pequeño, porque sentía que estaba viajando en el tiempo diez años atrás, cuando el caos en el hogar era algo común.


—Mamá... no... —todo mi cuerpo temblaba, incluso mi voz que no atinaba a decir ninguna otra palabra más que «mamá» como si estuviese a punto de abandonarme y yo estuviese suplicándole cual niño pequeño. Y en parte, así era.


—No —me interrumpió, levantando su dedo diciéndome que parara—. No quiero excusas. Estás muy afectado, y estando aquí solo no harás nada más que empeorar —su voz se quebró, y tuvo que hacer una pausa para tomar aire y no explotar en llanto. Me dolía verla así, sabía que era algo difícil para ella, pero aun así no lo creía como un trato justo. Sé que puedo lidiar conmigo, sé que puedo mejorar sin la ayuda de nadie, el problema era que nadie confiaba en mí, y por eso buscaban la esperanza en otras personas más "aptas" en vez de ponerlas en mí.


—¡Pero no es justo! Yo... estoy bien... —Bajé la voz paulatinamente al no estar seguro de mis declaraciones. Mi garganta estaba cerrada y no me permitía hablar más alto. Me odié y frustré por ello. Quería gritar, patalear, golpear a quien se me pusiera por delante por tomarme como un loco.


—¡No! —exclamó de pronto—. ¡No lo estás! ¡Mírate! ¡Ni siquiera te reconozco! —comenzaba a alterarse, y me daba miedo, porque nunca en mi vida la había visto de ese modo.


Me giré para verme en el espejo del salón, y sólo así me di cuenta de mi real condición. Mi piel estaba pálida, mis ojeras estaban oscuras y grandes como nunca antes, mi cabello, desordenado y sucio. Mis pómulos se notaban mucho más que hace dos semanas, y es que no me había dado cuenta de mi abrupta pérdida de peso. Parecía un muerto, básicamente, y así era como me sentía. Muerto, cada día más descompuesto.


La vi acercarse a mí, y abrazándome por detrás, con dulzura me susurró:


—¿Ves? No lo hago por querer perjudicarte, sino todo lo contrario. Quiero que estés bien, que estés feliz, cariño, no de esta manera —acarició mi sucio cabello con sus suaves dedos. Su voz y tacto me reconfortaba tanto... no sabía que lo necesitaba, hasta ahora.


Sin embargo, no iba a permitir que me persuadiera.


—Lo sé, mamá —mentira. No sabía nada—. Pero no quiero ir... no siento que mejoraré —oí un bufido de su parte. Ella tenía su rostro escondido en mi cuello, así que no podía ver su expresión. Sin embargo, tomé el coraje para seguir hablando—. Tú misma fuiste testigo de cómo superé mi pasado. Esto sólo será algo corto, lo prometo. No me abandones... no confío en ellos —dije refiriéndome a los doctores del hospital.


Nunca había estado en un lugar como ese, pero sí tuve algunas sesiones allí, y al ver a los pacientes... sentía una especie de repelús que me hacían querer salir corriendo de allí. Y ahora mi propia madre quiere que sea parte de ese infierno. No estoy loco, no lo necesito. Confío en mis capacidades.

donde los monstruos nacen ー mark leeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora