la justa injusticia del monstruo.

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Mi mandíbula casi se cayó al suelo. ¿Lo que estaba viendo era real? ¿O aún seguía soñando? Porque parecía que alguien hubiese soplado la casa y todo haya vuelto a su lugar. El sillón y la mesa de centro habían sido puestas en su posición inicial, como si yo jamás me hubiese desmayado ahí. El vaso que se había roto, y el agua esparcida se había esfumado por completo. Y lo más importante... Las cartas habían desaparecido.


¿Cómo les explicaría todo a la policía ahora? Me reprocharán de que han perdido su tiempo, de que era obvio que estaría mintiendo, que estaba haciendo tiempo para entrar a la cárcel. No, debía de calmarme y pensar en las posibilidades.


Pude, tal vez, equivocarme de departamento, y es que todos son iguales, es algo que podría pasar. Pero, ¿cómo se explica que coloqué la contraseña una sola vez para entrar? No, esta era mi casa, sería estúpido el haber cometido un error, es obvio que cada departamento tiene una contraseña distinta puesta por el inquilino.


Tragué saliva, me dolió sentir la piedra en mi garganta que sostenía con esfuerzo la catártica sensación de desesperación que empezaba a envolverme.


Dejé por un momento que mis impulsos me dominaran, y corrí hasta la sala de estar. Ni siquiera me saqué los zapatos, mi desespero por probar mi inocencia era más importante que mis costumbres ahora mismo.


—¿Qué haces? —preguntó el detective al verme correr.


Me largué a llorar cuando vi todo en perfecto estado, como si fuese la primera vez que estaba allí. La mochila no estaba, mucho menos las cartas. Todas mis pertenencias estaban en esa mochila, a excepción de un par de ropas nuevas que había comprado y guardado en mi clóset.


—No... no... ¡No! —gruñí, golpeando la mesa de centro con la toda la fuerza de mi ira interior.


La policía se acercó rápidamente a mí, probablemente para llevarme de vuelta.


—¿Aquí se supone que es donde encontraríamos respuestas? —preguntó irónico el policía. Yo gruñí en respuesta, aguantándome las ganas de golpearle la cara que le tengo desde que lo conocí ahora en la mañana.


Esto sólo tenía una explicación, y es que ni siquiera era necesario comprobarlo, porque era evidente que lo había hecho él.


Tapé mis ojos con mis manos para seguir llorando. Las palmas empezaban a humedecerse, expandiendo las lágrimas por todo mi rostro. Sentía el peso de las esposas en mis manos, cosa que ya empezaba a molestarme. El roce del metal con mi piel me estaba irritando las muñecas.


—Necesito buscar... por favor, déjenme buscar... —rogué, esperando a que dijesen que sí. Estaba casi seguro de que no encontraría absolutamente nada, porque todo lo que me quedaba era esa mochila y esas notas.


El policía soltó un suspiro, dubitativo. Al final aceptó e insertó la llave para quitarme las esposas. Yo débilmente me paré del suelo, y empecé a pasearme por casa. Revisé las despensas de la cocina, los cajones en mi pieza, debajo de mi cama, en el clóset, en el baño, incluso en la basura, pero no encontré nada. Ya sabía que no lo encontraría, sólo estaba rellenando para que me creyeran. No creo que Johnny haya limpiado lo que vio, sino que de seguro revisó todas y cada una de las cosas que tenía en casa mientras yo estaba pudriéndome en la comisaría.

donde los monstruos nacen ー mark leeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora