quítate la venda, las respuestas las tienes enfrente.

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SÁB. 10-08-19 9:13 AM


Mi sangre hervía tanto que sentía que en cualquier momento entraría en un estado de ebullición. Mis dedos temblaban hasta el punto de ni siquiera poder leer correctamente lo que la carta decía. Pasaba mi lengua constantemente por mis labios ya resecos, y las gotas de sudor frío que nacían en mi frente se arrastraban por todo mi rostro.


Estaba hecho un revoltijo de emociones en ese momento. No sabía qué hacer: si tirarme al suelo a llorar, o golpear la pared de la rabia. Quizás ambas, pero aun así no tendría ni la menor idea por cuál empezar.


HaeChan aún estaba echado en su cama, empapado en su propia sangre. ¿Qué había hecho él para ser víctima de algo como ello? HaeChan no era alguien malo. Me crié con él, crecí a su lado, estuve con él en los momentos malos y buenos... conocía cada faceta de su personalidad, ¿cómo podía ser él alguien merecedor de desgracia tan nefasta como esta?


Quizás porque el malo aquí en realidad era yo.


Solté un suspiro largo y quedo, esperando a que me tranquilizara un poco. Lo hizo, por menos de un segundo. Era de esperarse, al fin y al cabo, no había manera de sentir alivio alguno después de lo sucedido.


Comencé a pensar en todo lo que vendría después. ¿Qué dirá su familia? ¿Qué sucederá conmigo? ¿Me creerán? ¿Me odiarán? ¿Me perdonarán? Seguro que luego de esto no bastará de mucho tiempo para que esté tras las rejas. Tenía sentido, lo tengo merecido.


Aun así, permanecía la incógnita: ¿Qué hacía ahora? No podía dejar el cuerpo allí, no pasaría demasiado tiempo para que comenzara a descomponerse e impregnara todo el departamento con su olor. ¿Y si llamaba a la policía? No estaba seguro, me tomarían como sospechoso. Debía de ser cuidadoso y rápido, pero nada se me venía a la cabeza en ese momento. Pensé por unos segundos en descuartizarlo y meterlo en una bolsa, pero eso sería demasiado, HaeChan ya sufrió lo suficiente.


Miré hacia todos lados, buscando vanamente alguna respuesta, pero, de manera inesperada, apareció como por arte de magia.


Había dejado una hoja en el suelo, aparte de la carta que ya me habían mandado.


Me acerqué furtivo hacia el pedazo de papel, como si fuese un animal salvaje. Me sentía intimidado, sentía un peso encima de mí que presionaba mis hombros con ímpetu.


Tomé la hoja, y aún con las manos temblorosas, la abrí.


Lo que decía no era menos aterrador que la carta anterior.


«Dejemos las cosas bien claras, Mark Lee, y apréndete bien estas condiciones:

Primero, no dirás nada a la policía. Ni una sola palabra. Esto es sólo entre tú y yo.

Claro que sí, era obvio que ese hijo de puta no iba a querer ser atrapado tan fácil.


donde los monstruos nacen ー mark leeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora