el odio pudre al hombre, pero más se pudre el que es odiado.

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SÁB 240819 8:45 AM



Me sentía devastado, cansado, asustado. Mis manos temblaban y me impedían leer la carta correctamente. Aun así, me obligué a intentar otra vez:


«Tu pasado, para ser sincero, es lamentable, pero no creo que eso sea suficiente para justificar todo el daño que has cometido. El odio pudre al hombre, pero más se pudre el que es odiado.»


Tragué saliva con fuerza. Este párrafo, este era el culpable de que mis pelos se erizaran y los nervios me fluyeran por todo el cuerpo como si se tratara de una corriente eléctrica. La boca se me secaba y sentía una presión en mi pecho que no me dejaba respirar con normalidad. Aquella frase la conocía, sabía que la había leído en alguna parte, pero no lograba recordar de dónde.


Tuve que dejar la carta caer al suelo porque sentía que me quemaba, como si le hubiesen prendido fuego y yo aún la estuviese sosteniendo esperando a que la llama se consumiera. Me ardían los dedos de una manera que no podía explicar con claridad.


De pronto vi cómo el mundo se me movía incontrolablemente, sentí la comida subirme por el esófago y me desesperaba el hecho de que se quedara atascada en mi garganta, pues provocaba que el mareo fuera mucho más potente.


Mis manos aún ardían, pero ahora sentía unos cosquilleos en ellas como si se me hubiesen acalambrado. Aun así, me aferré al pomo de la puerta, y es que si no lo hacía probablemente caería al suelo sin poder volver a pararme.


Sentía miedo, parecía como si fuera a morir en cualquier momento. Mi corazón palpitaba con demasiada rapidez, y cada bombeo retumbaba en mis oídos con una fuerza que jamás había experimentado.


Necesitaba tomar mis medicamentos, si no, podría morir en cualquier instante. Mi cabeza explotaría, mi corazón también lo haría si no me apresuraba. El sudor frío se hacía presente empapando mi rostro, y el mareo que aún persistía me dificultaba la capacidad de poder caminar con normalidad. Me golpeaba constantemente con los objetos del departamento, parecía un ciego sin su bastón. Estaba completamente perdido y desorientado.


Usé todos los esfuerzos que me quedaban, y a duras penas anduve hasta el baño. Ni siquiera supe como llegué, apenas y podía ver con claridad. La vista parecía nublárseme, y los efectos permanecían allí, en su máximo esplendor.


Abrí el cajón que se encontraba debajo del lavamanos y saqué el bote de pastillas. No me di siquiera el tiempo de cerciorarme de que eran las correctas, simplemente vi las píldoras azules con blanco y me las zampé en la boca como jamás creí que lo haría. Las odiaba con mi alma, pero ahora mismo necesitaba seguir con vida, y ellas eran mi única salvación.


Me senté en el inodoro y cerré mis ojos, esperando impaciente a que hicieran su efecto. Y lo hicieron. De pronto el sonido de mis palpitaciones dejó de oírse en mis tímpanos, y respectivamente lo hicieron los demás síntomas. Cuando dejé de sentir náuseas fue cuando abrí mis ojos, y por unos segundos me sentí feliz de seguir vivo.

donde los monstruos nacen ー mark leeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora