Invasión / capítulo once.

63 9 3
                                    

Con una audacia que desconocía que tenía, saltó la cerca del patio de atrás de la casa,  y tan sigilosamente como pudo se acercó a la puerta de atrás, que seguramente estaba conectada con la cocina.

Con su corazón saltando en su pecho, pegó su oído a la puerta para intentar escuchar si había alguien del otro lado.

Silencio.

Metió la mano en su bolsillo y sacó su extensión de la tarjeta de crédito de su madre y un alambre fino que llevaba en el auto para hacerlo arrancar manualmente cuando este estaba en un mal día. Deslizó la tarjeta por el marco mientras intentaba hacer presión en la cerradura con el alambre. Debe haberle tomado unos tres minutos, pero abrió la puerta.

Lentamente, entró al lugar sin hacer ni el más mínimo ruido. Efectivamente, estaba en la cocina de la casa. Había algunos plato sucios en el fregadero, y parecía que nadie solía limpiar el lugar.

Dudó bastante en decidir si debía o no seguir adelante, pues aumentaban las posibilidades de ser descubierta. Pero tenía que hacerlo, debía descubrir cuál era la razón de que Sofia aún no hubiera escapado de ese lugar.

Comenzó a acercarse a la que supuso era la sala de estar, pero no alcanzó a ver demasiado

— ¿Quién eres? —dijo una suave voz y Sabrina se quedó inmóvil, como si al no moverse esa persona no la viera.

Se dio la vuelta lentamente, y se sorprendió bastante ante lo que encontró.

Frente a ella, estaba una niña de unos diez años, con un largo cabello oscuro y los ojos café miel que tanto le gustaban de Sofia.

"Definitivamente, tienen que ser parientes" —se dijo a sí misma cuando vio los ojos de la pequeña.

— ¿Eres un ángel de la guarda? —Sabrina no sabía si reír por la ocurrencia de la niña o si entra en pánico por haber sido descubierta—, ¿eres el ángel de la guarda de Pau?

Sabrina se tensó ante la mención de ese nombre, pero ya no había vuelta atrás, debía tomar toda la información que pudiera. Se agachó para estar a la altura de la niña y con una cálida voz dijo:

Sabrina: Soy... soy el ángel de la guarda de Sofia —no se sentía bien engañar de esa forma a la niña, pero después de todo, no sería el primer delito del día.

— Oh, eres muy linda.

Sabrina le sonrió.

Sabrina: Tú igual, ¿cómo te llamas?

— Tanya —dijo con su tierna voz.

Sabrina: Tanya —repitió—. Es un lindo nombre, ¿eres prima de Sofia?

— Soy su hermana.

Sabrina no sabía qué decir cuando la pequeña dijo eso. Podría jurar que Sofia le dijo que sólo vivía con sus padres luego de que Paulina murió.

Qué lista eres, Sofia —se dijo a sí misma al darse cuenta de que había ocultado la existencia de su pequeña hermana para que ella no se diera cuenta del porqué de su residencia en la casa.

Abrió la boca para seguir hablando con la niña, cuando escuchó voces comenzando a bajar por la escalera.

— ¡Me arruinaste el día! —dijo una mujer, claramente ebria.

— Y tú a mí la vida, no saques cuentas, porque sales perdiendo —indudablemente, esa era Sofia.

Sabrina: Escucha, tengo que irme. Prométeme que no le dirás a nadie que me viste.

— Lo prometo.

Sabrina: ¿Promesa de meñique? —murmuró extendiendo su dedo mientras escuchaba los pasos descender por la escalera.

La pequeña unió sus meñiques, y Sabrina salió corriendo del lugar.

Había sido más fácil salir que entrar; Sabrina suspiró con alivio cuando se encontraba en el asiento de su auto. Había encontrado la respuesta que buscaba y no la habían descubierto (casi). Todo parecía haber salido bien.

Casi todo.

Sabrina: ¡Ahh! —gritó llevándose una mano al pecho—. Diablos, no otra vez —se obligó a respirar profundo, lentamente. Un punzante dolor en su corazón estaba haciéndola gritar por dentro. Imágenes de ella misma, de pequeña, sintiendo ese dolor, atravesaron su mente. Estaba acostumbrada a esto, pero hace años que no le ocurría.

No te muevas. Respira. No respires —las palabras de su padre se repetían en su cabeza ayudándola a tranquilizarse.

Sólo dura un minuto —pensó—, enseguida se irá.

Y tal como ella sabía que ocurriría, el dolor cesó lentamente hasta desaparecer.

Más aliviada, encendió el motor del auto y emprendió su vuelta a casa.

No habían pasado ni siquiera diez minutos desde su llegada cuando su celular sonó. Era una llamada de Miriam, se maldijo internamente al verla, lo había olvidado por completo.

Sabrina: Hola, Miri —dijo amigablemente—, ¿todo en orden?

Miriam: ¿Estás bien? creí que te habías fugado del país para salvar a las ballenas o algo.

Sabrina: ¿De qué hablas?

Miriam: Sólo digo, como estás tan obsesionada con tus proyectos de caridad.

Sabrina: ¿Llamaste para decirme que Sofia es un proyecto de caridad?

Sabrina escuchó la respiración de Miriam del otro lado de la línea, y finalmente un pesado suspiro.

Miriam: No, llamé para decirte que te extraño. Entiendo que tengas que pasar tiempo con ella y todo eso, pero no tienes que dejarme de lado.

Un par de lágrimas se escaparon de los ojos de Sabrina, ¿cómo podía haber sido tan idiota como para dejar de lado a quien era su mejor amiga desde hace años?

Sabrina: Yo... lo siento mucho. No era mi intención dejarte de lado, prometo no volver a hacerlo, ¿qué puedo hacer para compensarte?

Miriam: EStá bien, sé que no eres una idiota a propósito —Sabrina rió—, sólo cuéntame cómo van las cosas entre Sofia y tú.

Sabrina: ¿A qué te refieres?

Miriam: ¿Ya se besaron?

Sabrina: ¿Qué? ¡no! no me gusta Sofia, no de esa forma.

Miriam: A mí no tienes que mentirme. Soy tu amiga, no voy a juzgarte.

Sabrina: No me gusta Sofia, ¿podemos hablar sobre otra cosa?

Miriam: De hecho, tengo que colgar. Saldré con mi familia unos minutos, por eso te había llamado temprano.

Sabrina: De acuerdo, te veo mañana en la escuela.

Cortó la llamada, pero desde luego, para su mente no terminó ahí. Se tumbó en la cama y mientras miraba hacia el techo, pensó.

Pensó en Sofia. En cómo se sentía respecto a ella, en cómo podía sacarla de ese lugar.

Había tantas cosas en las cuales pensar.

Luego de unos minutos, se levantó de la cama y comenzó a dar vueltas por la habitación intentando ingeniar un plan.

Cuando se dio cuenta, eran las tres de la madrugada y aún estaba despierta.

Pero no había sido en vano.

Tenía un plan.

Tomó su celular sin estar demasiado consciente del horario y llamó a Miriam.

Miriam: ¿Hola?

Sabrina: Despiértate y toma café, necesito tu ayuda.


Towards love [adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora