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XXV III MMXIX

               Él estaba consumiendo todos mis pensamientos; impregnándose muy dentro de mí con la profundidad de su mirada y aquella sonrisa que comenzaba a dejar ver mucho más seguido.

Volviéndome un adicto a él.

Había pasado un poco más de un mes desde que habían accedido vivir en mi departamento, y estaba seguro que había sido una de las mejores decisiones de mi vida.

La rutina que habíamos creado era una que nos acomodaba a los tres y nos hacía sentir muchísimo menos incomodos entre nosotros; desayunábamos cerca de las siete de la mañana, Junhoe salía cuarenta minutos después hasta su trabajo en el cual se encontraba bastante contento; luego de diez minutos que Junhoe salía, lo seguía para verificar que había llegado a salvo para después conducir hasta mi trabajo, Yejin se quedaba el resto del día en el departamento haciendo varias cosas; cerca de las seis de la tarde, nuevamente nos encontrábamos los tres en el departamento y teníamos el resto de la tarde libre para hacer lo que quisiéramos.

Había descubierto demasiadas facetas de Junhoe durante el tiempo que había pasado, era un chico completamente curioso y ruidoso, tanto que pasaba la mayor parte del tiempo cantando en voz alta por todo el lugar, era, realmente, fascinante.

Aprendí demasiadas cosas nuevas con ellos, y otras totalmente diferentes.

               Conforme los días avanzaban sentía esa conexión que había encontrado dentro de los ojos del chico, mucho más profunda que anteriormente, nuestras miradas se conectaban y todo sentido de tiempo y espacio se perdían completamente dentro de mi interior. Haciéndome viajar fuera de esta galaxia y atravesar los confines de la suya dentro de sus iris. No estaba completamente seguro de saber cuándo ni cómo había comenzado, pero, estaba seguro que toda aquella burbuja de cristal que se formaba en nuestro alrededor se rompía con una sonrisa de su parte antes de desviar la mirada, lográndome hacer sonreír de la misma manera.

Sin embargo, no podía tomarlo tan fácilmente, Junhoe era aún un adolescente, cercano a penas a los dieciocho años, mi corazón se encogía al recordar aquel gran problema y todo rastro de pensamiento abandonaba mi cabeza de inmediatamente.

Pero, todo él me atraía de una manera que hasta el día de hoy desconozco completamente, era como encontrarse en un hechizo perfecto en el que simplemente necesitaba la sonrisa del pelinegro para lograr acelerar mi corazón y entumecer mis dedos.

Jamás me deteniéndome, aunque probablemente, debí hacerlo.

Estaba tan cegado que invité a todos mis pecados a volverse mis depredadores favoritos para devorarlo completamente.

Era un amor tan circunstancial que mi vida se encontraba completa e irrevocablemente atada a la suya de un segundo a otro.

Sin siquiera percatarme.

Dejé que aquel sentimiento que se generaba cuando mis ojos se encontraban con los suyos, continuara; embriagándome completa e irremediablemente en el mundo que se había vuelto Koo Junhoe, olvidándome de la diferencia notoria de edad que nos separaba.

Sucedió una noche particularmente para nada especial en ningún sentido; cuando la pequeña castaña se había dormido plácidamente en el sillón individual de la habitación, mientras el volumen de la televisión terminó en segundo plano, enfocando mis ojos en el iris del pelinegro a mi costado; quién sonrió al encontrarme mirándolo.

Aquel sonido de su respiración contra la mía, nuestros corazones latiendo únicamente en el universo mientras sus labios llamaban a los míos en una danza desesperada para cumplir una especie de profecía del universo. La distancia que terminamos algunos días atrás, cuando me percaté que ambos, a cada día que pasaba acortábamos el espacio mientras una sonrisa pícara se dibujaba en el rostro de Yejin, y me encontraba haciéndole gestos para que dejara sus burlas.

élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora