1. Intranquilidad

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Crowley, el ángel caído que odiaba ser llamado de esa manera, iba conduciendo a toda velocidad por las estrechas calles de Londres sin prestar demasiada atención al camino. Solo podía enfocarse en el extraño nerviosismo que recorría su sistema y la gran ansiedad de llegar a su destino: la librería de Aziraphale. Por alguna razón que no llegaba a comprender, sentía un desasosiego nada propio de su carácter, el ambiente se sentía extraño y lo único que rogaba era que el ángel estuviera sano y salvo rodeado de sus estúpidos libros.

En los últimos años, todo había sido una locura, desde que el anticristo había llegado a la tierra, tanto Aziraphale como él, no habían obtenido ni un momento de calma. Siempre en contacto con sus jefes para emitir reportes falsos, o como prefería llamarlos su inocente ángel: "mentiras piadosas". Siempre tensos, temiendo que su plan fallara y que al final se desembocara la casi inevitable lucha entre el cielo y el infierno. Estaban tan aterrados por la guerra y el inminente fin del mundo que ahora que todo había acabado, no podían deshacerse de ese sentimiento de incomodidad constante.

Exhaló con brusquedad cuando a lo lejos vio un semáforo en rojo; en una noche normal, le hubiera importado poco y se lo hubiera saltado sin tomar en cuenta las consecuencias. Sin embargo, en ese momento necesitaba una pausa para tranquilizarse y pensar con mayor detenimiento lo que iba a hacer. Con la resolución tomada, frenó de golpe el auto asustando en el proceso a algunos transeúntes. Aprovechó esa pausa para tomar varias respiraciones profundas, subir el volumen de su música que hacía apenas unos minutos era Black Metal y en ese momento sonaba una melodía alegre de Queen.

—Siempre haces lo mismo —reclamó con un suspiro al recordar que no importaba que cinta reprodujera, siempre terminaba convirtiéndola en canciones de Queen.

Desvió sus ansiosos pensamientos a los recuerdos que tenía con Aziraphale manteniendo la esperanza de que con ello pudiera conseguir un poco de calma.

«Seis mil años de recuerdos hermosos», admitió con gran afecto.

Era difícil pensar en alguna situación amarga vivida con Aziraphale, cada una de sus vivencias que no eran afectadas por agentes externos, habían sido perfectas. Todo el tiempo compartido con él podría compararlo fácilmente con un néctar dulce que calmaba su sed, apaciguaba su ira y alimentaba su alma; si es que en algún momento en realidad había tenido una.

Los primeros pensamientos que lo asaltaron fue el rostro lleno de placer de su ángel al probar cada nuevo postre que le había ofrecido la humanidad. Tenía grabado a fuego cada una de las expresiones y no podía evitar reconocer que amaba cada pequeña variación de ellas. El sonido del claxon lo sacó de sus pensamientos y al ver el semáforo en verde, arrancó sin ningún cuidado y siguió manejando a alta velocidad pues ya estaba cerca de su destino.

Suspiró internamente al recordar la sonrisa que definitivamente lo había enamorado de por vida y sin remedio. Durante el primer milenio de estancia en la tierra se había sentido curioso por Aziraphale pues para él representaba un gran reto, hacer pecar a un ser puro. Siempre hizo todo lo posible para tentarlo y que cayera en sus redes de seducción, aunque el ángel siempre se resistía a pesar de que podía ver con facilidad que el interés era correspondido. Aun así, ese ser tan puro siempre marcaba su distancia, colocaba una barrera para rechazarlo y mantenerlos en ese limbo de amistad que nunca era suficiente para ambos.

Desde el inicio solo había sido atracción por su parte, lujuria por el constante rechazo, hasta que una situación hizo que cambiara su forma de pensar en ese ángel. En un arranque de desesperación por la presión que ejercía el infierno sobre él para llevar más almas y ofrecerlas a Satán, Aziraphale le había regalado lo más hermoso que había recibido en su existencia, un abrazo de consuelo.

La eternidad de un sentimiento inefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora