4. La cobardía de la serpiente

878 109 20
                                    

—Nunca había tenido compañía en este lugar —confesó Aziraphale con un tono nervioso que causaba simpatía.

Al llegar al piso superior, cruzaron el angosto pasillo adornado con infinitas antigüedades hasta llegar al umbral de una amplia habitación que estaba apenas iluminada por las farolas de la calle. Crowley vio a su ángel soltarlo para entrar a encender la luz de la mesita de noche y cerrar las largas cortinas brindándoles un espacio acogedor y privado.

—Siempre tan metódico —musitó llevando ambas manos a los bolsillos de su pantalón mientras paseaba la mirada por el pulcro y ordenado lugar.

Como todo en esa casa, estaba cubierto por alfombras de tonos claros, la cama matrimonial estaba vestida por sábanas blancas que parecían resplandecer con la tenue iluminación amarilla. Los muebles de madera le daban un toque antiguo y todo estaba en perfecta simetría y armonía en la habitación.

—Siempre tan observador —hablaba Aziraphale con un tono divertido a la vez que llevaba la mano a su nuca en un gesto nervioso—, espero que no te quedes parado en la entrada toda la noche.

—No estoy seguro de querer entrar en este lugar —susurró observando las paredes blancas adornadas con elegantes cuadros—, todo está en perfecto estado, siento que con mi sola presencia podría contaminar esta habitación llena de orden, pureza y paz.

—No puedo asegurar qué pasará cuando entres —habló Aziraphale caminando hacia un biombo que estaba en una esquina de la habitación y después de ocultarse tras él, casi de inmediato salió vistiendo un elegante pijama azul cielo— porque nunca había dejado a nadie subir las escaleras.

Crowley dio un paso hacia adelante pisando la impecable alfombra y de inmediato levantó el pie para verificar que no había dejado alguna mancha.

—Entonces, en estos seis mil años, ¿no tuviste ninguna pareja?

—Entra ya —exigió el ángel antes de sentir un gran empujón que lo hizo avanzar varios pasos para después escuchar la puerta cerrarse tras él—, ahora, camina tras el biombo y verás el pijama que tengo para ti.

—Espero no sea una bata de abuelo —masculló dando pasos largos siempre vigilando que sus pisadas no dejaran huellas sobre la limpia alfombra.

Hizo lo que le fue indicado y al salir de aquel sitio se miró asombrado.

—Te dije que te gustaría —habló orgulloso Aziraphale quien ya estaba sentado en una orilla de la cama.

Acarició la tela de algodón que le quedaba un poco entallada. Era un conjunto de camisa y pantalón igual al del ángel, aunque de color negro con detalles discretos en rojo, se veía muy elegante a pesar de que era una prenda para dormir. Escuchó un suave golpeteo sobre la tela y al levantar la mirada vio que estaba siendo invitado de manera silenciosa a tomar asiento a su lado.

—Todavía no me respondes —habló caminando con un poco más de tranquilidad al sentir la desnudez de sus pies contra la suave alfombra de la habitación. Tomó asiento al lado de ese ángel y suspiró internamente cuando sintió la suavidad del colchón— ¿alguna vez tuviste una pareja?

Lo vio meditar por unos cortos segundos y después suspirar derrotado.

—Lo intenté una vez... con un humano.

—Quiero saber los detalles —siseó con emoción.

—No hay detalles qué contar —respondió Aziraphale a la defensiva cruzándose de brazos—. Soy un ángel, estoy hecho para amar a la humanidad, aunque este chico era un tanto especial, muy apuesto y venía continuamente a comprar libros para sus estudios. Siempre me traía algún postre y su sonrisa era muy dulce, pero en el momento en que me declaró sus sentimientos preferí borrarle las memorias referentes a mí y jamás volvió.

La eternidad de un sentimiento inefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora