8. Equilibrio y libertad

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Gran parte de la tarde la pasaron bajo los árboles disfrutando de la brisa fresca, el canto de los pájaros y las ocasionales parejas que caminaban frente a ellos sin prestarles atención. En todo momento, Crowley se mantuvo muy cerca de Aziraphale, ya sea sobre su regazo, apoyado sobre su hombro o recostando la cabeza sobre sus piernas. Descubrió con gusto que ese refunfuñón demonio disfrutaba de los cariños y sentirse mimado, por lo que aprovechaba para abrazarlo y susurrarle palabras bonitas mientras él se retorcía intentando ocultar el rostro.

Era imposible ir despacio, cuando lo único que deseaba era abrazarlo, llenarlo de besos y adularlo para colmarlo de amor. Sin embargo, hacía todo lo posible para no sobrepasarse al saber que Crowley hacía lo mismo con sus aprensiones respecto al sexo. En un pequeño análisis mientras rascaba la cabeza de su amado, llegó a la pronta conclusión de que debían encontrar una balanza que los hiciera sentir bien a los dos y él decidió tomar la iniciativa.

Pronto llegó el atardecer y se quedaron en aquel lugar admirando la belleza de la llegada del final del día. Aunque en esta ocasión, ese suceso que había sido algo digno de admirarse durante varios siglos, perdía importancia al tener esos ojos amarillos fijos en él. Admirar la que ahora reconocía cómo mirada enamorada de Crowley, era mucho más interesante.

Cuando llegó el anochecer y la gran canasta de comida quedó vacía, partieron de regreso hacia su librería, no sin antes hacer desaparecer el pequeño y elegante día de campo que habían disfrutado durante el día. En el camino de regreso, se tomaron de las manos mientras Aziraphale trazaba un plan en su mente, algo que estaba seguro, lograría borrar las aprensiones de ambos.

Al ingresar a la librería, dirigió el camino hacia las escaleras denegando la propuesta de Crowley por beber algo antes de ir a dormir. Tenía la idea fija en su mente y no quería distracciones pues sabía que, si aceptaba, se arrepentiría de último momento.

— ¿Por qué la prisa, ángel? —Preguntó confundido su demonio dejándose conducir hasta el umbral de la habitación.

—Quiero... intentar algo —explicó con voz pausada intentando ocultar su nerviosismo.

—De acuerdo —respondió un, aún más, confundido Crowley.

Tiró de él conduciéndolo a la cama a la vez que encendía la lámpara de la mesita de noche y cerraba la puerta haciendo uso de sus poderes.

—Quiero mostrarte que confío plenamente en ti —habló en voz baja tomando asiento al lado de Crowley— y que estoy decidido a dejar a un lado mis prejuicios. Quiero entregarme a ti en cuerpo y alma, en mi totalidad.

Hizo un movimiento de mano y sus ropas desaparecieron, de nuevo esa sensación de exposición y el apabullante pudor quisieron acobardarlo. Sin embargo, se concentró en el hecho de que solo el ser que más amaba en la existencia era quien lo estaba observando, no había razón para querer ocultar su cuerpo.

Crowley en ningún momento apartó esos ojos amarillos de su semblante y poco después, la luz de la lámpara bajó considerablemente hasta casi apagarse, aunque Aziraphale volvió a subirla a una intensidad que resultara cómoda para los dos. Podían mirarse con facilidad y a la vez se sentía un ambiente cálido y reconfortante.

—No debes obligarte a hacerlo —murmuró Crowley bajando la mirada hacia su torso y levantándola de nuevo como si intentara con todas sus fuerzas no mirar de más.

—Quiero hacerlo —respondió incorporándose un poco para alcanzar los labios que lo recibieron con gusto y sin objetar más.

Lo empujó un poco hasta lograr que se recostara y siguió besándolo sin saber muy bien como continuar, solo se dejó llevar esperando de alguna forma que la excitación le indicara qué podría hacer después.

La eternidad de un sentimiento inefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora