Jojo's Bizarre Adventure [Cortos]

Va Bene... [GM]

Emparejamiento: Giorno Giovanna x Guido Mista.

Suspiró con pesadez y se recargó en el asiento. Estaba exhausto. Ser jefe de una gran mafia como lo era Passione requería de todas sus energías y en días como aquel le hacían cuestionar sus decisiones y dejar que sus emociones le abrumaran.

¿Qué haría Bucciarati? Apretó los labios y cerró los ojos. Bucciarati seguramente lo haría mejor que él, aquel hombre inspiraba confianza en los corazones de los demás, impulsandolos a levantarse junto a él, a ayudarlos a encontrar su propio camino, siempre a su lado, con una total devoción a sus subordinados. Ahora entendía porque Abbacchio lo había amado tanto.

Sin importar cuanto pensara en las decisiones que Bucciarati podía tomar por él, no servía de nada; estaba muerto.

Muerte, ese fue el precio que le fue impuesto por cumplir su sueño dorado, perder a sus amigos.

Se sentía culpable, una gran carga pendia sobre su cabeza, que a veces caía y súbitamente lo llenaba de dolor. En reiteradas ocasiones había oído a Fugo llorar en su habitación, observando una fotografía mientras pedía a gritos un nombre: Narancia.

Como él, Fugo sentía culpa, tal vez si los hubiera acompañado, seguirían con vida y aún podría llamar a Narancia idiota mientras le intentaba enseñar matemáticas.

Dolía demasiado.

La puerta se abrió y se escuchó la estruendosa voz de Mista, que calló rápidamente al notar el temblor en el cuerpo de su jefe.

— Giorno... —  susurró al cerrar la puerta. 

Lo había descubierto. Giorno Giovanna era el tipo de persona que guardaba sus sentimientos por el bien de los demás, estaba dispuesto a ser presa del dolor si eso mantenía tranquilos a sus allegados.

Además Giorno Giovanna se tenía enteramente prohibido mostrar alguna debilidad, no podía; no debía lucir débil ante los demás.

— me sorprendiste Mista —  dice con voz temblorosa, se puso de pie e intentó sonreir— ¿sucede algo?

Mista no contestó. Caminó con lentitud hasta él, sus botas resonaron en la cabeza del rubio.

— también los extraño, Giorno— murmuró cerca de su rostro.

Su corazón se encogió, desbordando todos los sentimientos ocultos por tanto tiempo.

— Mista... — susurró al agachar el rostro mientras las lágrimas resbalaban de su mentón— ¿está bien para mí llorar por ellos?

Sin responder, Mista lo envolvió en sus brazos apoyando su nariz en su hombro. 

—  sí — susurró en su oído.

Giorno sollozó, gritó y se culpó por todos los acontecimientos ocasionados con su llegada al equipo. Sus temblores ya no estaban, ahora los suplantaban el doloroso llanto.

— está bien, está bien...

Mista le acariciaba la espalda, reconfortando su corazón con su sola presencia.  Al cabo de unos pocos minutos, Giorno se alejó para limpiar su rostro.

—  lo lamento— susurró Giorno.

— al contrario—  Mista negó y mostró una sonrisa— al fin parecias alguien de tu edad.

Mista siempre había visto Giorno como alguien superior, no porque se sintiera inferior, sino que aquel rubio tenía un aire de adultez que le hacía no ocultarle las cosas y ser directo.

Ahora Giorno se mostraba ante él como lo que en verdad era; un niño. Un niño que había sido forzado a madurar, que basaba su existencia en la felicidad de los demás, en donde sus sentimientos eran innecesarios y debían ser suprimidos. Giorno era un niño obligado a sufrir en silencio. Al menos para Mista, aquel rubio le impulsaba un fuerte deseo por protegerlo.

— está bien llorar Giorno, está bien sentirse así — explicó—  todo lo que sientes está bien ¿sabes? Soy mayor que tú y en toda mi vida he sufrido de la mitad de tus presiones, entonces... no hay ningún problema si no puedes con ellas, estás en todo tu derecho ¡por Dios, tienes 15 años! Se supone que lo único que debería preocuparte son tus notas y las chicas— sonrió con dulzura, conmoviendo el corazón del jefe—  puedes llorar las veces que quieras Giorno.

Giorno asintió, sintiendo una especie de libertad y una leve alegría. 

— gracias Mista.

— ahora vamos a salir, me sofoco— tomó su mano y lo llevó lejos de la oficina, lejos de aquella cruda realidad, por un instante.

Aún sufro por la muerte de mis niños italianos.