Tic, toc. “Que te digo, CC, no preciso…”, un retazo de conversación. Tic, toc, tic, toc. “No, Ashley está bien… y qué se yo? Pregúntale!”, otro retazo de conversación. Los minutos pasaron. Luego deje de ver el reloj… Luego fueron las horas. Y ahora eran las tres treinta. Tres treinta de la jodida mañana!
Las tres treinta de la mañana y el chico de la habitación de al lado sigue al teléfono. Yo solo quiero dormir, para despertar al día siguiente y poder disfrutar de mis vacaciones... Pero el estorbo de al lado me impide dormir. Clare cayó en un sueño profundo hace más de cuatro horas, sus benditos cascos le impedirían escuchar un camión que pasara a su lado. Enfadada porque la irritante voz no se callaba me puse en pie, decidida a quejarme porque éstas no eran horas para hablar por teléfono.
Toqué la puerta de la habitación del estorbo, estaba segura de que sería un ser horrible y medio sordo. Toqué una, dos, tres, ocho veces, hasta que se dignó a abrir. Y mi barbilla cayó hasta el suelo, no era, ni mucho menos, la cosa más horrible que he visto. Pero tampoco era la primera vez que lo veía.
‒Andy? – no podía ser cierto. No quería que fuera cierto. El chico me examinó con la mirada, para luego hablar, con un claro brillo de reconocimiento en el rostro.
‒Alice… No me digas que venías a decirme que dejara el teléfono?
Mi barbilla volvió a caer. Su sonrisa. Su cabello. Sus ojos. Sin duda me había costado olvidarlo una vez, pero ahora parecía que me costaría el doble.
‒Te llamo luego, CC… Que no, solo déjalo! – habló el chico de cabellos negros, para, finalmente, colgar su bendita conversación telefónica. Yo me encontraba en una especie de shock postraumático, lo único que hacía a mi shock postraumático diferente del resto de los shocks postraumáticos, era el hecho de que yo no sufrí un pinche trauma!
Andy se había quedado examinándome con la mirada, no descaradamente, sino más bien como si no se lo creyera. Tomó un mechón de mi cabello y sonrió satisfecho al ver el azul que decoraba sus puntas. Yo, como toda la dama victoriana que soy, le di un golpe en la mano, demandando que me soltara el cabello.
‒Quién te crees para tocarme un pelo? – el se rió divertido. Si no hubiera estado tan furiosa y confundida, y, sin lugar a dudas, si el chico frente a mi hubiera sido otro, le hubiera visto gracia al asunto. Esta era la forma en que nos habíamos dirigido la palabra por primera vez.
‒Tu novio – el me miraba con una ceja en alto, denotando lo divertido y cómodo que se sentía con respecto a la situación.
‒Tú y yo no somos nada – mascullé. Él negó.
‒Nunca terminamos, recuerdas? – oh, claro que lo recordaba. Se fue sin más, y al año siguiente no volvió.
‒Lo habías hecho a posta? No volviste para que no termináramos?
La furia se había vuelto tristeza, la nostalgia rabia, y los sentimientos dentro de mí eran el mayor embrollo que jamás había visto. Era imposible sacar una conclusión con sentido común de todo esto. Pero por lo visto el chico frente a mi estaba reacio a responderme.
‒Ve a dormir, Musa.
El sol se reflejaba en el agua de la piscina del hotel, haciendo que todo el mundo dentro de esta pareciera irreal, como si el agua fuera un portal a un lugar donde el calor no te agobiaba, ni pensabas en la cantidad de días que te faltaban para volver a la típica rutina. Pero era obvio que era solo un efecto del sol, un efecto sin más. Admiré mi cuerpo, que no resplandecía como el de los extraños que nadaban en las cristalinas aguas de la piscina... tenía quince años de nuevo.
Esa mañana mis padres me habían preguntado si quería ir con ellos a un recorrido por la ciudad. Yo había mentido diciendo que estaba muy cansada por el viaje como para levantarme, nunca sabré si me creyeron de verdad o solo prefirieron dejarlo así, ya que desde el viaje habían pasado cuatro días. Apenas se marcharon me había puesto el bikini y me había sentado en una de las tumbonas del hotel, para ver al curioso chico de ojos azules.
El paisaje cambió repentinamente. Ya no estaba en la piscina del hotel, era el mismo día, lo recordaba. Ahora iba a ir a conocer al chico misterioso, a hablarle por primera vez. Claro que yo no lo sabía. Yo solo quería pedirle al chico de la habitación que había cruzando el pasillo que se callara, yo quería dormir y ese no era horario para hablar. Todo fue rápido hasta el momento que abrió la puerta, aún con el teléfono en mano y con una sonrisa de oreja a oreja.
‒Musa! – qué? No le conocía, pero esa sería la primera palabra que él me dedicaría. Luego sería mi apodo durante varios años.
‒Disculpa? No te conozco – mi voz sonó difusa, como la de alguien que habla a través de un cristal. Pero recordaba la conversación como la palma de mi mano.
‒Despierta! Alice, levanta ese culo tuyo y ponlo en pie! – bien, eso sin duda no era parte de la conversación. Andy no hablaba como Clare…
Terminé de despertar cuando mi amiga me arrojó un vaso de agua helada. Me sacudí en la cama y comencé a gritarle todo tipo de blasfemias hasta que caí en la cuenta de que se estaba riendo. Entre sus carcajadas y mis gruñidos, me puse en pie y me dirigí al baño, cargando con un bikini y un short de mezclilla negro.
Los minutos pasaban y yo seguía dentro del jacuzzi del baño. Mi única motivación era cabrear a Clare. Y si en algo era buena, era en eso. Escuché como un cajón se abría y se volvía a cerrar. Luego el repiqueteo de las típicas botas de mi amiga dando vueltas por la habitación. Estaba esperando el momento en que…
‒Joder! Por el amor al Rock – reí por lo bajo, ya la había sacado de sus casillas – ! Levanta tu vago culo y tráelo a la habitación! – me levanté sin prisa alguna y me enfundé en mi bikini, para luego, con meditada lentitud, ponerme los shorts.
‒Qué buen vocabulario tienes, Clare! – dije con fingida clase, mientras mi amiga me fulminaba con la mirada.
‒Lo siento, joven Alice – su tono me recordó a una vieja abuela inglesa, hablando sobre lo bien que le iba a su nieto en Cambridge –… Pero si tu demoraras menos en darte una puta ducha, tal vez yo no tendría que andar gritando tacos!
Puse los ojos en blanco y luego caminé hasta la puerta. Clare cargaba con una mochila cubierta de chapas y parches de sus bandas favoritas, a medida que avanzaba las chapas a su espalda resonaban, era como su propia banda sonora. Miré a mi mejor amiga y recordé aquella vez que una profesora nos preguntó por qué éramos tan amigas, si la verdad es que no nos parecemos en nada. Recuerdo que Clare alzó su mentón y con todo el orgullo impregnado en su voz le rebatió “Es por eso mismo, nos complementamos. Ella es mi ying y yo su yang”.
Y tenía mucha razón. Yo medía un metro setenta y poco, tenía una larga melena rubia con las puntas teñidas de azul y ojos castaños claros, casi miel, además mi piel era pálida como el papel. Mientras que Clare tenía la piel con más color, la gente no le preguntaba por la calle si se sentía bien, no como a mí. También tenía cabello negro azabache, hasta un poco más debajo de los hombros, y ojos verdes esmeralda con pinceladas amarillas.
‒Si quieres, la próxima te doy una foto. Ya sabes, dura más – reí por el sarcasmo de su voz y dejé de estudiarla con ojo curioso.
‒Alice, Alice – la grave y divertida voz de Andy me hizo dar un giro de ciento ochenta grados – sigues con esa vieja manía de observar a la gente?
Pero antes de que pudiera contestar, Clare se largó a chillar como nunca en su vida.
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En multimedia mochila de Clare

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Sweet coincidence
FanfictionLuego de cuatro años, Alice vuelve al único lugar donde su corazón encontró alguien a quien amar... y también a mismo lugar donde su corazón se rompió en mil pedazos. En ese hotel, L'Ermitage Beverly Hills, Alice cambió. Y sin lugar a dudas también...