—¡Papá!
Kunikida, que apenas cruza el umbral de la puerta, reacciona y voltea en dirección a la voz rebosante de alegría. Ve la pequeña figura de su hija acercándose a toda prisa y por instinto extiende los brazos para recibirla. Jolie despega los pies con un brinco, cayendo sobre el amplio pecho de su progenitor y rodeando su cuello para sujetarse mejor.
—Jolie, ¿cuántas veces te he pedido que no hagas eso? —el tono de regaño no consigue intimidar a la pequeña, Kunikida se resigna acomodando las piernecitas correctamente para evitar resbale— es la quinta vez esta semana.
—¡Pero es divertido! —exclama alzando los brazos en tanto expande su sonrisa—, y papá no me dejaría caer.
Su declaración hace suspirar al mayor, por muchas negaciones que conceda, la infanta de cinco años tiene razón. Primero se amputa todas las extremidades del cuerpo antes de permitir a su hija lastimarse por no atraparla a tiempo.
—¿Y la señorita Haruno? —pregunta, mirando de soslayo hacia el comedor en busca de la niñera.
Jolie cubre su boca con ambas manos soltando una risita traviesa, aquello le da muy mala espina. Confirma sus sospechas al sentir cómo sus gafas son retiradas en un movimiento veloz, dejando a la oscuridad abrirse vuelo sobre su vista en forma de dedos. Una persona se apoya encima de su espalda, silueta que reconoce a la perfección.
—¿Chūya? —tantea, logra escuchar al mencionado chasquear la lengua y a su hija lanzar un berrido.
—¿Siquiera puedes esperar a que haga la pregunta? —consulta hastiado. Kunikida va a negarse pues no le hace gracia ser parte de la tontería, pero los murmullos agudos debajo de su barbilla pidiéndole seguir la corriente terminan por convencerlo.
—Vale, continúa.
—¡Adivina quién soy, cariño!
—Chūya —repite desganado, oye un bufido irritado y la presión en su rostro desaparece. La luz vuelve a iluminarlo.
Gira para ver, a medias, cómo su esposo refunfuña por lo bajo arrugando el ceño mientras cruza los brazos y evita chocar sus miradas. Gracias a la falta de anteojos, la imagen es bastante difusa. Eso entorpece sus acciones, así que al inclinarse para saludarle de forma usual, con un beso en la frente, realiza cálculos erróneos y sus labios se estrellan en la comisura de sus labios. Chūya se paraliza por la sorpresa y, en consecuencia, los hombros del mayor también se tensan; ambos oyen a su retoño soltar exclamaciones de emoción y sus mejillas se entintan rápidamente de rojo.
—Devuélveme mis anteojos, por favor —suplica avergonzado. Chūya, regresando en sí mismo, se los coloca despacio. Una vez recupera la visión, es atraído por la corbata hacia bajo y su esposo planta un beso casto en su boca.
—¡¿Qué haces?! —Kunikida se aleja escandalizado por la muestra de afecto, cubre con el dorso de su mano los labios recién besados y, de inmediato, obstruye la vista de la niña que se queja en voz alta— ¡no en frente de Jolie!
Chūya rueda los ojos por el drama que monta.
—No es como si fuera algo indebido —replica mientras hace un ademán, pidiendo que entregue a la niña puesto quiere cargarla. Algo resentido, el rubio accede de mala gana. Estando en sus brazos, Chūya mima las mejillas regordetas de una risueña Jolie— además, a esta preciosura no le importa que papi le dé amor a papá, ¿verdad?
—¡No!
Chūya sonríe triunfante al obtener el respaldo de su hija, Kunikida vuelve a exhalar de frustración arrugando los labios; su fachada de hombre estricto no debe caer ante ese par de demonios o sabrán cuán débil es a sus orbes zafiros.
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El amor ideal【KuniChu】
Hayran KurguKunikida era considerado por la mayoría como un hombre raro, cargando a todos lados esa libreta de ideales que espantaba sus futuras relaciones. Nadie quería involucrarse con alguien tan recto y "obsesivo". Así que él, con el tiempo, se acostumbró a...