†7† Sucesos inesperados†

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†7† Sucesos inesperados†

Llegué al punto en el que no podía más. No sabía cómo lidiar con todo el dolor físico y emocional que estaba sintiendo; lo único que deseaba era desaparecer. Ahí acostada en mi cama, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas sostenía un frasco de pastillas contra mi pecho. Una parte de mí me decía «tómalas todas», pero la otra «aguanta un poco más». No sabía a quien hacerle caso, ¿es que en realidad algún día todo mi sufrimiento acabaría?

El sonido de la puerta siendo abierta me hizo alejar los pensamientos y dejar el frasco a un lado.

—Yo creía que era la única que rompía reglas en esta casa —comenté al ver a mi madre caminar hasta sentarse en mi cama—. Si no me equivoco se debe tocar antes de entrar a una habitación.

Mi madre hizo un gesto con la mano restándole importancia a mis palabras. Cruzó sus piernas y le dio un vistazo al lugar, había cambiado muchas cosas desde la última vez que estuvo allí.

»¿Qué milagro verte por aquí? ¿Se murió mi padre? —Limpié el rastro de lágrimas de mis mejillas.

—No seas pesada. ¿No puedo preocuparme porque mi hija lleva todo el día acostada y sin comer?

Extrañaba a esa Nora que se preocupaba por su hija, que la ponía por encima de cualquier cosa y era capaz de revolver el mundo si algo le pasaba. Pero esa mujer había desaparecido hace tiempo, siendo reemplazada por alguien que totalmente desconocía.

—Nora, no seas ridícula. Tampoco quieras venir a retomar el papel de madre... no lo has sido durante mucho tiempo.

—Me encuentro de muy buen humor, solo por eso dejaré pasar lo de «ridicula» —respondió pasándose la mano por su sedoso cabello negro.

—Qué buena madre eres. Solo cuando estás de buen humor te sientas a hablar con tu hija —susurré mirando hacia el techo.

—Estás muy grande para hacer berrinches.

—¿Vas a decirme a qué se debe tu inesperada visita?

—Imaginé que no querrías bajar a cenar, así que le pedí a una empleada que te traiga algo de comer.

—¿Para eso subiste? —Reí—. Te hubieras quedado cenando con tu esposo. De hecho, ¿él está de acuerdo?

—La idea fue de él. En un rato vendrá, así que quítate la peluca y el labial para que no tengas más problemas.

Me dio unas palmadas en el pie antes de levantarse y caminar hacia la puerta.

—¿Desde cuándo te preocupas por mí?

Mi pregunta la dejó desconcertada por unos segundos. Me miró fijamente mientras la mano que sostenía la puerta se aferraba con fiereza contra la madera. Su ojos reflejaban un sentimiento que no pude deducir. Ella desvió la mirada antes de decir:

—Se dice mamá, no Nora.

Y como siempre, cambió de tema.

—Ese es tu nombre.

—Pero soy tu madre, así que me respetas.

Rodeada de monstruos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora