Víctima enamorada

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—Necesitaré cada detalle que recuerdes. Cualquier cosa puede serme útil.
Procura no omitir nada, incluso si no te parece relevante. Empieza por hablarme
sobre ella —dijo el hombre de corbata azul.
García sonrió antes de empezar a hablar:
—¿Ella? ¿Quiere saber de ella?... Ella es un arma cargada que se convirtió en
mujer, un toro herido y furioso con la mirada fija en el costado del torero. Su
sexo dejó rastros de pólvora en mi cama, recuerdo que la luna empezaba a
desnudarse cuando sabía que ella la observaba.
El hombre de corbata azul miró a García como si éste fuera un imbécil, tomó
un sorbo de café y prosiguió:
—Debes ser más específico conmigo, ¿sabes a dónde pudo haber ido?
—Desde luego —contestó García entusiasta—. Seguramente está en un bar
usando la cordura de los hombres como cenicero. Su mirada era de azufre y su
cintura incitaba a la violencia. El espejo tragaba saliva siempre que ella se
paraba frente a él, su falda corta era una bandera de guerra. Cada vez que
fumaba las mariposas se peleaban por el humo de su boca y… —García hizo una
pausa—. Señor, usted debe entender que ella no es mala ¿sabe? Es sólo que ha
sufrido mucho. Su cama está repleta de pesadillas, y sin embargo, a mí me
encantaba dormir ahí.
El hombre de corbata azul evaluó la mueca en el rostro de García. Parecía un
estúpido, alguien cuya cabeza ha sido revuelta por un profesional. No valía la
pena perder el tiempo con él, así que salió del cuarto notablemente irritado.
Una vez afuera, encendió un cigarro y dejó que sus ideas colisionaran. Buscaba
a una asesina experimentada: once hombres muertos en dos años, y el único
sobreviviente hablaba de ella como si fuera una diosa.
Sin embargo las palabras de García, a pesar de su estilo tedioso, le dejaban
algo muy claro: ella era sumamente peligrosa.

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