Cuando estacioné frente a la casona victoriana en donde pasaba mis días, eran las 12. Procuré guardar las llaves en el bolsillo frontal de mis vaqueros. Tenía intenciones de usarlas nuevamente.
No había terminado de desayunar y estaba molesto, así que en vez de subir, me dirigí a la cocina rápidamente.
--Hey, Mary--saludé a la anciana sin prestar mucha atención y tomé un par de galletas recién horneadas, con la intención de salir de la misma forma en que había entrado.
--Muchacho—saludó ella a su vez con una casi imperceptible inclinación.
Tomé una galleta más para el camino, pero como si el ama de llaves (¿qué hacía en la cocina, por cierto?) hubiera planeado de antemano interrumpirme, levantó la vista, muy seria.
--¿Dormiste bien, muchacho?
Me quedé ahí mismo, petrificado. Me sorprendió que la galleta entre mis dietes no cayera para partirse en el suelo dramáticamente.
Malditas personas de la tercera edad y su maldito superpoder para hacerte sentir indecente y expuesto.
Aunque, pensé y me relajé, yo no había hecho nada indecente. Lo había planeado, pero no había hecho nada. Aún.
--Con la señorita Carvajal llegando a esas horas de la noche, --Su ceño se frunció considerablemente--en esas pintas, y además acompañada… supuse que nadie habría pegado un ojo.
Dejé caer mi peso sobre la encimera de la cocina y adopté una actitud desenfadada, una de la larga lista de actitudes desenfadadas que tenía.
Me tragué lo que se había atorado en mi garganta y solté un suspiro largo y tendido. En parte de alivio, en parte de vergüenza y en otra pequeña—pequeñísima, lo juro— parte de enojo.
--Bueno, Mary—me dirigí a ella— Uno no puede elegir en cuándo o con quién desmayarse. Además—dije, tratando realmente duro de que la amargura no se colara en mi voz—¿Quién, aparte de nosotros dos, la cocinera y el mayordomo no iba a poder pegar un ojo?
Subí las escaleras corriendo, buscando el pasillo correcto. Doblé en la segunda esquina y seguí caminando hasta la mitad del pasillo, en donde abrí la puerta corrediza de madera de “la sala de estudios”. Antiguamente había sido la sala de TV, pero desde que Andrea había llegado diciendo que “los dormitorios no son el lugar propicio para estudiar” se agregaron un escritorio, cortinas blancas para dejar pasar la luz y un par de lámparas adicionales.
Entré y el calor me pegó en la cara.
--¿¡Por qué no has prendido el aire acondicionado!?— le grité a mi maestra, que estaba sentada con las piernas cruzadas en el sillón, concentrada en se teléfono, tecleando furiosamente.
Me miró y bajó las piernas rápidamente.
--No es mi casa.—hizo una pausa— Te estaba mandando un mensaje ¡No has respondido al otro! ¡Y has tardado un montón!
--¡Aww! No te preocupes—dije, sonriendo y levantando los brazos— Aquí estoy.
Me miró sin expresión. Y no me dio un abrazo.
--Te dije que hoy te iba a hacer una prueba.
--También vives aquí, ¿sabes? Prender el aire acondicionado no es una infracción a tus derechos civiles o algo.
Siguió sin perder la compostura, aunque estaba cerca.
--Una prueba importante…
--Ten, una galleta—le lancé la cosilla y la atrapó en el aire diestramente, sin despegar la mirada de mi. Justo como un gato
--…Que te podría ayudar con tu otra prueba importante.
--Hoy es sábado—me lancé sin ningún cuidado justo a su lado, provocando que su peso saltara levemente y se inclinara violentamente cercana a mí, aunque se detuviera con los brazos.—No tengo intención de estudiar el día de hoy.
Mientras me imaginaba lo interesante que hubiese sido si yo hubiese pesado más o ella menos se levantó hecha una Furia.
--Tienes un examen final en dos días. –el polvo de la galleta molida me dio en la cara—DOS-DÍAS. ¿Sabes qué es lo interesante sobre los exámenes finales? Que son los últimos. ¿Sabes por qué son los últimos? Normalmente porque son los más importantes. Definen si –me miró—sirves, para hacer lo que estás haciendo. ¿Y no piensas estudiar el día de hoy? ¿Y qué vas a hacer? ¿Salir flirtear? ¿Ver una película? Mi EMPLEO está en tus manos. Y tus manos van a resolver un examen final en DOS días.
Verla histérica era para morirse. Era como ver a un gnomo rabioso, o un gato tratando de arañarte. Bueno, un gato que trata de arañarte y no tiene éxito. Un arañazo así pude llegar a doler muc…
--Cálmate—levanté los brazos, como si quisiera defenderme, como si tuviera algo contra lo qué defenderme—tranquila.
Satán ha despertado.
--No me digas—articuló, acercándose—Que me calme.
--Deberíamos tomarnos un descanso.
No hubo respuesta
--Nos lo merecemos. Vamos— le pinché un brazo— Todos estos días hemos estado resolviendo ejercicios y memorizando cosas. Y hoy es sábado. En todas las…eh…instituciones educativas…, los fines de semana son completamente libres.
--Podemos descansar después.—Dijo con una sonrisa nerviosa— Cuando el periodo de evaluaciones esté acabado. ¡Trabajar un poco más! ¡Vamos!, No nos va a matar.
Mi sonrisa se volvió ligeramente maliciosa.
--No lo sé—dije— ¿Deberías estar diciendo algo así?
--Ni siquiera intentes eso—respondió, dirigiéndome una mirada aguda y rencorosa.
¿A mí verificando su aliento? Oh, sí. Se acordaba.
--Realmente, ¿Qué haces por las noches? Mira—me acerqué y fingiendo mirar nerviosamente en todas direcciones, susurré— Está esta cosa interesante que se llama dormir…
--Cállate y deja de ser un payaso.
Aw. ¿Payaso?
--Las personas que no duermen siempre tienen un humor de la mierda.
El silencio cayó tan rápidamente que hubiera sido fácil escuchar el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. De escuchar cómo el Sol, poco a poco, con el pasar de sus miles, millones de años, se acercaba a su inminente muerte. De escuchar a la galaxia moverse, por la inmensidad de lo oscuro hacia donde fuera que se estuviera dirigiendo.
Me dedicó una mirada tan gélida que pensé que mi nariz y mis orejas se caerían pieza a pieza. Que se quemaban. Que me hacía cenizas y me reducía a polvo y que mis restos se sentían tan insignificantes que una corriente de aire invisible y piadosa se los llevaba y los esparcía hasta que dejaban de existir. Sus ojos eran un ente malvado que no pensaba en nada más que destruir todo lo que soy y en lo que creo.
No sabía que pudiera dirigir esa clase de mirada. Y sobre todo, no creí que me la pudiera dedicar a mí.
Tenía tanto, tanto jodido miedo.
--Soy tu maestra. No tu perra. —Su expresión cambio a un mohín. A algo conocido, algo que podía manejar. Algo que me permitía respirar.
—Así que por favor—me dio un golpe en la nuca— no seas insolente.
¿Quién es esta mujer?

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Student-Zone
Humor¿Has oido hablar de la FriedZone? Bueno, esto es incómodo... Me llamo Isaías y tengo todo lo que siempre había querido. Y llegó ELLA Y lo jodió Todo. Me encanta mi tutora particular y hay un par de cosas que me gustaría hacer con ella Pero primero...