Capitulo II

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   El cielo estaba despejado, solamente unas nubes se interponían ante el sol tomando un hermoso color rojo, el jardín trasero de la casa estaba más “habitado ” que el de enfrente, había unas flores y plantas que apenas sobrevivían con las escasas lluvias de esa época del año.
   Ahí estaba Carlos, hacía algo con unas herramientas y unos bloques y tablillas de madera, una repisa quizás, Jorge lo miró desde la puerta. Carlos era un hombre alto, con el cabello negro, el poco que le quedaba, la piel tenía un extraño tono pálido, especialmente en su rostro, era fuerte físicamente y su mente era despejada, nada lo abrumaba, o al menos eso intentaba aparentar, se disponía a sentarse un momento en su mecedora, cuando miró a su hijo que lo miraba desde la puerta.

—¡hola! ¿Aún sigues con eso?

—si tuviera ayuda quizás ya lo hubiera terminado —sonrió, o quiso hacerlo.

—yo puedo ayudarte.

—no, no te molestes, solo bromeaba.

—¡como quieras!

—¿qué quieres hijo?

—nada, solamente hablar, pasar el rato.

—¿en serio?

—bueno, Estéfani...

—ay, Estéfani, siempre tan linda.

—...ella me dijo...

—debí suponerlo, tú no te dignarias a hablarme aunque tu vida dependiera de ello.

   Un silencio continuó después de las palabras del hombre, se podía escuchar a las mariposas revolotear sus pequeñas alas, incluso se podía escuchar los latidos de sus corazones si alguno se hubiera preocupado en escucharlos.

—no soy tan cruel como crees.

—¡ah! Sé que aún no me perdonas por...

—ya lo hice, aunque no lo creas.

—lo se, discúlpame, soy yo el que aún no se perdona.

—descuida...

—ah, no importa, supongo que a mi edad vivir con dolor hace más interesante la vida.

—deberías entrar, pronto hará frío.

—vamos.

   El sol despuntaba sus últimos rayos, las aves del cielo buscaban sus nidos y los animales del bosque sus casas y madrigueras. Antes de entrar Jorge miró al cielo, este estaba presto a oscurecerse, el sol poco alumbraba, ahora una simple bombilla de jardín era más competente, el silencio era profundo, la calma inmensa.

   —¿café?

—¡gracias! —contestó Carlos.

—¿y tú?

—pasame la jarra.

—y bueno que tal tu día papá.

—sabes que pase todo el día aquí... Quizás mañana visite a Esteban.

—¡oh, irás a verlo!

—sí, ¿quieres ir? Se que te agrada jugar con sus hijos.

—me gustaría, pero tengo escuela.

—¿y hoy no tenías? —preguntó Jorge, que había estado callado desde que se sentó a la mesa.

—cierto, no te ví salir con tus libros.

   Estéfani hizo una mirada retadora a Jorge mientras éste sonreía por lo bajo.

—no, —dijo— Madelin y yo fuimos a la ciudad, ella quería comprarse un nuevo vestido para la boda de su hermano.

—¿se casará? —preguntó Carlos.

—sí, conoció a una chica en un viaje que hizo al extranjero.

—¿es extranjera?

—para nada, es de la ciudad vecina.

—oye, te imaginas papá, viajar a otro país para conocer a una chica que vivía a dos horas, es como...

—¿y tú, hasta donde tendrás que viajar? —lo interrumpió su hermana.

—a ningún lado...

—ah, cierto, el experto en el amor no quiere compromisos.

—no por ahora.

—¿por ahora?

—sí, supongo que algún día tendré que hacerlo.

—¡bien! Te presentaré a algunas amigas.

—jaja, ¿escuchaste papá? Me presentará a una de sus amigas.

—son guapas —dijo Carlos con una sonrisa.

—si son igual a ti no quiero conocerlas.

—no molestes a tu hermana.

—déjalo papá, debieron pasar meses para que volviera a reír, esto solo pasa cada mil años.

—Estéfani...

—lo siento.

—bueno ¿que harán mañana?

—yo tengo escuela.

—yo haré algo en la casa.

—bien, yo saldré desde temprano así que no me vayan a extrañar.

   Era cerca de medianoche todo estaba en calma, Carlos dormía tranquilamente, su respiración era plácida como si fuera un niño pequeño; en la habitación de Estéfani una luz alumbraba un rincón de la alcoba, era la computadora de escritorio que había olvidado apagar antes de dormir; todo era diferente en el cuarto de Jorge, aún estaba despierto una lámpara de noche iluminaba un poco aquella oscura habitación, pero era suficiente para poder leer las páginas de aquel libro que estaba entre sus manos.

EL AMOR EN LA ESQUINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora