Capitulo V

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   El sol estaba más brillante que de costumbre o quizás era porque las horas pasaban sin demora, sin esperar a que nuestros personajes se despertaran. Sonó la alarma en el cuarto de Jorge, era la primera vez que sonaba y él seguía en cama, aún dormía, el desvelo estaba cobrando las facturas de la noche anterior.

   El sonido chocante del despertador lo hizo despertarse de golpe, miró el reloj y fue su sorpresa no la hora avanzada sino que su hermana también dormía plácidamente.

   Bajó a la cocina pero no había nadie, al parecer su padre había salido.
   Subió al cuarto de su hermana, aún tenía el vestido de la víspera.
   “tengo que hacer algo” pensó.

  —¡aaahhh! Un sonido extraño salió de la boca de su hermana.

—¿estás bien?

—¿qué te pasa? ¿Por qué estoy aquí?

—tranquila, se hacía tarde y era la única forma de despertarte.

—¿meterme a la tina llena de agua fría?

—la otra manera era lanzarte por la ventana.

—eres un idiota.

—pero estás despierta.

   Mientras estaba sumergida en la tina, el vestido se ajustaba a su cuerpo mojado, ya no parecía una niña, era una mujer, hermosamente proporcionada, aún con el maquillaje corrido era hermosa, su vestido se amoldaba a sus preciosos pechos redondos, también se metía entre sus piernas mostrando la silueta escondida de una niña-mujer.

   —ya vete, déjame sola.

—¡de nada!

—lo siento, gracias.

—no importa, termina rápido que tengo hambre.

—¡ahora sí que me sorprendiste hermano!

—ves, me muero de hambre, haría cualquier cosa.

   Se marchó del cuarto de su hermana y preparó café.

—yo me muero del dolor de cabeza. —dijo, pero ya no la escuchó— no debí beber tanto.

—¡ya era hora! Que bajaras. Quieres comer algo.

—no, gracias, voy tarde. Te debo una.

—ya son dos.

Eran cerca de las diez de la mañana, la escuela era un silencio lúgubre y sepulcral, como su estuviera vacía, o como si todos los alumnos tuvieran resaca.

   —señorita Gutierres, ¿se siente bien?

—no, sr. Tamiz.

—¿pero que le pasa?

—tiene resaca. —dijo un muchacho cabello negro y ojos marrón, que estaba sentado a lado de Kim.

—¡cállate Eduardo!

—así que es eso. ¿Estuvo buena la velada? Eh, señorita.

—me duele la cabeza, me va a explotar.

—aún recuerdo mi primera resaca...

—¿también creía que le explotaría la cabeza?

—¡claro! Que no. Fue normal, como si nada hubiese pasado.

—yo me quiero morir.

—adelante señorita, no se lo impediremos.

—creo que dormiré un poco.

—está bien, no le haremos ruido.

—gracias, sr. Tamiz.

—muy bien jóvenes, cierren sus libros y descansen que la señorita Gutierres quiere descansar.

—gracias, profesor. Usted es mi profesor favorito.

—jaja abran sus libros y resolvamos los ejercicios. Sabe señorita Gutierres, de todos los que fueron a la fiesta de Kate, yo incluido, nadie se siente como usted, así que puede dormir un momento si quiere, pero nosotros continuaremos con la clase.

—lo odio.

—¡lo se!

   Jorge después de la comida mañanera decidió salir a caminar un rato por las calles de la ciudad y quizás sentarse en algún lugar solitario para leer tranquilamente, él se sentía un poco mareado por la noche agitada que tuvo.

   Caminó varias calles pero no encontraba un lugar donde sentarse a leer y a escribir.
   Ya iba a llegar el mes de marzo y tomaría un puesto de trabajo en el periódico local antes de entrar a la universidad el año siguiente, le gustaba leer, le gustaba escribir, era el trabajo indicado. También hacia artículos para una revista que hacía poco había empezado a publicarse, el editor era un amigo de la familia así que era estupendo para él escribir para ellos.

   No encontró lugar donde quedarse a leer, así que decidió volver al parque y sentarse en la banca que había sido la confidente de sus escritos y lecturas.

   Llegó al lugar, pero su nido de soledad no estaba solo, una joven mujer estaba en la banca donde él le hablaba a todos y a nadie, cualquier otro momento se habría acercado y le habría hablado pero hoy no, sólo la miró desde lejos, estaba llorando, o eso parecía, llevaba una falda bastante corta pero no vulgar, una camisa blanca y una chaqueta negra. Sus cabellos eran levemente rubios, su piel pálida, Jorge la miró por bastante tiempo, hasta que ella levantó la vista y lo miró mirándola, fue tan rápido que él no pudo desviar la vista y tampoco voltear para irse.
   Se quedó allí parado, como una estatua, se quedó paralizado, ni siquiera pudo o no quiso bajar la vista.

   Era una chica hermosa, pero su mirada estaba triste y como cansada.

   Sus labios eran rojos.
   Sus ojos de un negro profundo.
   Y su nariz era perfecta.

   Jorge quiso acercarse para hablarle, quizás si hubiese sido otra chica lo habría hecho pero había algo en ella que hacía que algo dentro de él le impidiera acercarse.

   Quizás era su belleza, o su ropa, o quizás la tristeza en su mirada.

   Estuvieron así, mirándose fijamente, por un gran lapso, pero ninguno de los dos lo notó.
   Quizás dentro de ella también había una lucha que quería evitar.

   Se levantó rápidamente y tomando su bolso se dirigió al único lugar que daba entrada y salida a aquel escondite.

   —¡hola! —dijo Jorge cuando ella pasaba junto él.

—hola y adiós. —contestó con una voz que quiso hacer sonar cruel pero no lo logró, fue un sonido dulce que inundó aquel silencio con la miel sus labios.

   No había nada que hacer así que decidió ir a tomar el lugar que ella había dejado, se sentó y se dispuso a leer pero no lo consiguió, no dejaba de pensar en aquella chica, ¿quién era? ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué nunca la había visto antes?

   No pudo leer ese día, solamente un poema pudo salir de su mente, no la conocía, quizás nunca la volvería a ver, y ya había influido en su mente y en su poesía.

   Quizás no volvería a verla, pero si se volvía a poner en su camino le leería el poema que inspiró su belleza.

EL AMOR EN LA ESQUINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora