Era miércoles por la tarde, Estéfani traía un cuaderno entre sus manos, caminaba lentamente como pidiendo permiso al viento, el sol brillaba en el cielo como una lámpara infinita.
—¿de dónde vienes? —preguntó su hermano.
—fui a casa de Kate. Dará una fiesta mañana...
—fiesta a la que no vas a ir.
—claro que iré.
—suerte con eso.
—¿dónde está papá?
—no lo se.
—bien, me daré un baño.
—no hay agua.
—cállate.
—es cierto, parece que alguien rompió la tubería.
—¿qué hiciste Jorge? —preguntó fulminándolo con la mirada.
—¿yo?
—sí, eres el único idiota a tres calles a la redonda.
—no paso nada, estaba en el sótano y algo salió mal y un madero cayó sobre unos tubos...
—claro, tú y tus estupideces.
—pero es solo el agua que va hacia arriba. Aún puedes bañarte en el fregadero.
—idiota —dijo entre dientes mientras súbía por las escaleras.
Subió a su habitación y se tumbó en la cama, sacó sus auriculares e intento dormir.
Pasaron algunos minutos y después de algunas canciones decidió bajar, el hambre la hostigaba, bajó a la cocina a lavarse la cara, al entrar a la sala encontró a Jorge leyendo un libro, parece que leía mucho.
—¡tengo hambre! —le dijo desde la puerta.
—¿y qué quieres que haga?
—tú cocinas los miércoles.
—descuida, pediré una pizza.
—oye, no podemos comer eso.
—yo sí y papá también.
—yo no comeré...
—más para nosotros, —dijo con una enorme sonrisa en el rostro.
Estéfani y sus gustos culinarios descansaban los miércoles cuando Jorge hacía la comida, todo era diferente cuando ella cocinaba o cuando lo hacía Carlos, sus gustos eran parecidos, a veces recordaba a su madre cocinando mientras ella la ayudaba, todo era diferente cuando ella vivía.
—¿no bajarás a comer? La pizza se enfría.
—bajaré en un momento. ¿Ha llegado papá?
—escuché su auto, creó que sí.
Cuando estaban juntos en la mesa.
—bien, espero que la cena esté buena, tengo mucha hambre.—no te ilusiones papá, es miércoles...
—hoy comeremos comida italiana —dijo Jorge fingiendo una risa.
—eso no es comida —gruño su hermana.
—bueno, esto estará mejor con una cerveza...
—tráeme una a mí, papá.
—yo también quiero una —dijo Estéfani.
—tú aún no tomas.
—eso no es justo.
—solo la mitad —sentenció su padre.
—gracias, papá.
—muy bien, terminen rápido que debo lavar los platos.
—¿que platos? Si comemos directo de la caja.
—no le pongas atención, papá, sabes que está loco.
—claro que lavaré el vaso de tu media cerveza. —rió.
—no te burles.
Pasaron así toda la cena, hablando, riendo, gruñendo y siendo felices, o al menos intentándolo.
Era el día siguiente, el sol iluminaba todas las habitaciones de aquella casa abandonada, las aves del cielo ya se habían levantado, cantaban entre las copas de los árboles, y la brisa soplaba suavemente.
Jorge se despertó, vio el reloj y bajó rápidamente, la puerta y las ventanas estaban abiertas, salió al jardín trasero para ver qué pasaba y qué era el ruido que llegaba hasta adentro.
—¿hay alguien con vida?
—¡cállate tonto!
—jaja ¿qué haces aquí?
—mira hacia otro lado, ¿acaso no sabes que un idiota dejó sin agua mi habitación?
—lo siento, creo que lo arreglaré esta tarde.
—claro que lo harás.
—bien, entra o te congelarás. ¿Qué quieres desayunar?
—¡comida!
Estaba en la escuela, ¿qué podemos decir de esta escuela? ¿Que no son iguales todas las escuelas? Que no importa donde sea, en cualquier país, en el norte o en el sur, en oriente u occidente, todos los centros educativos son iguales, monótonos y aburridos; ¿los estudiantes? Igual que en cualquier escuela, parece que las escuelas están predestinadas a tener al inteligente, al idiota, a la guapa, a la nerd... En esto esta escuela era igual a todas.
Pero, ¿quiénes eran estos personajes? Por ahora digamos que la guapa y el idiota estaban en último grado, en el mismo salón. Y que la nerd y el chico inteligente nada tienen que ver en esta historia.
Entró a su salón, eran unos quince estudiantes, estaban en penúltimo año, estaban anhelantes esperando pasar a último año. ¡Como si fuera tan genial!
Los profesores eran... ...profesores, supongo que conoces bien a los profesores, parece que también están predestinados a ser lo que son.
El profesor que más le agradaba a Estéfani era el de matemáticas, aunque no por la clase, sino por su personalidad y jovialidad.
Era un profesor joven, era apenas su segundo año como profesional, tenía aún el ímpetu de la juventud, aparte también era el amor platónico de muchas chicas del establecimiento.
—¿irás a la fiesta de Kate? —le preguntó Kim, una de sus amigas.
—¡claro!
—¿ya has pedido permiso?
—no debo hacerlo. ¿Por qué creen que sí?
—solo decía.
—si voy a ir, aunque tenga que escaparme por la ventana.
—¡claro que sí amiga! ¿Sabes quién irá?
—¿Daevin?
—¡sí! Sera tú oportunidad.
—¿crees que sí vaya?
—claro, escuché que también irá Rachel, sabes que siempre anda detrás de ella.
—no por mucho tiempo, ya verás cómo la olvidará.
—señorita Gutierres, señorita Figueres, ¿tienen algo que compartir con la clase?
—no, lo siento señor profesor.
—¡ah! No, yo lo siento, no quise interrumpirlas.
Todos rieron a carcajadas, pero a Kim y a Estéfani no les importó, no después de la sonrisa de cómplice en el rostro de su profesor favorito.
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EL AMOR EN LA ESQUINA
Teen FictionUna historia de amor diferente, constante y continua que te llevará a los rincones más oscuros del corazón de los personajes de este relato. ¿amor? ¿pasión? encontrarás todo en esta historia.