Capítulo 9.2.| Baño de sangre

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Lord Howard Brandon decidió esperar a Thomas Peyton, sabía que de un momento a otro comparecería frente a él. Después de nueve años. Tomó asiento en uno de sus sillones blancos y le pidió a su mayordomo, el señor Leon Cadbury, que se sentara junto a él para jugar al ajedrez. Terminaron dos partidas al anochecer, hora en la que cenó algo ligero para luego practicar esgrima en el salón de deportes. 

La mansión Howard tenía un aspecto terrorífico tanto por fuera como por dentro, pero tenía todas las necesidades y lujos que un Marqués pudiera necesitar. Blandiendo su espada escuchó unos pasos detrás de él. 

Era de noche y tan sólo unas velas iluminaban la estancia.

 No le hizo falta girarse para saber quién era. 

—Thomas —nombró bajo la careta con voz grave y exigente dándose la vuelta lenta y maliciosamente hasta dar con el demonio. 

—Brandon —repuso, con los ojos entrecerrados y una expresión glacial. 

—¿A qué debo el honor de su visita, doctor? No me han anunciado su llegada.—Levantó la espada y la pasó cerca del brazo de su interlocutor. 

—Ahórrate los cinismos, bastardo.

Brandon carcajeó. 

—¿Bastardo yo? ¿O tú? 

Thomas apretó los puños y se acercó a una de las espadas que estaban en el mueble. 

—¿Un duelo? —inquirió el Conde de Norfolk poniéndose en guardia con el arma entre las manos.

—¿Aquí y así? Yo hubiera preferido un duelo a muerte al amanecer —También se puso en guardia. 

—No caeré tan bajo. 

Esgrimieron sus espadas con mente fría y toques agresivos. Ambos tenían la misma altura, ambos eran temibles y ambos se parecían más de lo que hubieran deseado. Por eso, en el combate quedaron igualados hasta dejar sus espadas apoyadas al suelo. Habían descargado la furia a su manera y se habían hecho las heridas pertinentes. 

—Estás sangrando —adujo Thomas al ver a Brandon con el hombro bañado de sangre.

—Apártate, curandero. No necesito tu ayuda, ocúpate de ti —Señaló el cuello rasgado de Thomas, del que salía un reguero rojo que impregnaba su camisa blanca.

—Deja en paz a Sophia —amenazó el Conde de Norfolk, pasándose sus guantes blancos por el cuello con el fin de retener la leve hemorragia.

—¿Por qué? ¿Te molesta que pueda hacérmela tan mía como tú? Tranquilo, a mí no me verá como a un hermano. Te lo aseguro. 

—Brandon, te lo advierto. No quiero empezar una batalla inútil. Olvídate de ella. Sé que las jóvenes entusiastas nunca han sido tu debilidad, así que no me harás creer que te has enamorado de mi hermana. Lo único que pretendes es vengarte de cosas que deberías olvidar. 

—¿Olvidar? ¿Olvidar qué? ¿Hermano? ¿Olvidar que tu padre violó a Geraldine cuando ella estaba embarazada de mi padre, de tu padre? ¿Olvidar que mi madre se suicidó por las amenazas de Charles Peyton? ¿Olvidar que le diste la espalda a tu propio padre cuando supiste la verdad? ¿Olvidar que Charles Peyton coaccionó a nuestro tío Dannis para que se tirara un tiro en la sien? ¿Olvidar que te casaste con nuestra prima para hacerla una desgraciada? ¿Olvidar que no tuvisteis miramientos de asesinarla? 

—¡Estás equivocado! —bramó el diablo, removiendo sus pestañas oscuras y su pelo negro—. ¡Yo no soy hijo de Ismael Howard! ¿Acaso no es evidente mi parecido con Charles Peyton? 

La favorita del Marqués, SophiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora