Capítulo 3 - Donde Hay Cenizas

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Mis piernas no respondían. Habían entrado en un estado de aletargo que parecía ser temporal. Las gotas de sudor, provenientes de todos los poros de mi frente caían sobre mis mejillas, resultado del pánico que desprendía todo mi ser. Y Kassandra cojeaba lo máximo que sus piernas le permitían, debido a la gran herida trazada desde uno de su cuádriceps hasta el gemelo derecho.

Aquellas bestias se acercaban más y más a medida que bajábamos la velocidad, y sus gruñidos se hacían presentes por toda la urbanización, mezclándose con los gritos desgarradores que lanzaban los inquilinos de unas casas cercanas, al ser atrapados por aquellos seres, que quizá en otro momento fueron humanos.

El concreto estaba manchado de sangre. Si caminaba solo unos centímetros, podría comprobar restos humanos arrastrados y despedazados cruelmente. Por otro lado, los coches avanzaban a unos mil por hora intentando escapar de este infierno. Otros no tuvieron esa suerte y colisionaron formando un paisaje de humo y fuego. Las explosiones al menos desviaron unos cuántos individuos.

En un intento desesperado por acelerar el paso, pues nos pisaban los talones, Kass tropezó y cayó al asfalto. La hemorragia no paraba, estaba demasiado débil para al menos caminar por su cuenta. Así que la cogí con delicadeza, pasé su brazo izquierdo sobre mis hombros y la ayudé a caminar. Esta no paraba de soltar pequeños quejidos cada vez que ponía su pierna derecha en el suelo.

Volví a girar hacia atrás y me percaté de cómo a lo lejos, dos personas morían a manos de una de esas bestias, al ser despojados de casi todas sus extremidades. Acto seguido empezaron a convulsionar y escupir sangre mientras jadeaban. No fue hasta unos minutos que las venas de sus cuellos empezaron a tornarse de un color negruzco, y sus ojos de un tono blanquecino. Poco después, ya se mantenían en pie con la mirada perdida, en busca de tan solo un bocado de carne humana.

—Esa casa, está abierta... La puerta trasera. —Me giré de nuevo para escuchar a Kass y a continuación dirigí la vista hacia dicha casa, la cual tenía la puerta trasera abierta de par en par, y parecía no contener señales de que alguno de aquellos monstruos hubiera estado allí. Parecía un lugar seguro en el que permanecer al menos esta noche.

Avancé hasta llegar al jardín. Estaba extrañamente pulcro, a pesar del espectáculo de ahí fuera de sangre y vísceras. La puerta estaba medio abierta y parecía haber sido forzada. Cosa que no visualicé antes en la lejanía. A pesar de eso, no tenía ninguna escapatoria, ya que los muertos salieron de una esquina y nos empezaron a rodear. Corrí hacia dicha puerta y la cerré de golpe poniendo el seguro.

Me giré para ver dónde estábamos. Era una especie de cocina amueblada de manera lujosa. Debió ser un buen hogar para una familia numerosa. Probablemente fuese de aquella familia que se mudo hace dos meses al barrio. No recuerdo bien cómo los llamaban.

La puerta que anteriormente había cerrado, poseía una especie de ventanal que dejaba visualizar la gran cantidad de bestias que se habían reunido alrededor. En pocos segundos fue atravesado por una de esas podridas manos que ansiaban mi carne por encima de todo.

El ambiente se convirtió en una especie de espectáculo de arañazos, gruñidos y golpes que no cesaban. Miré a Kassandra, que estaba tirada en el suelo, apoyada en la pared, casi desfalleciendo, su cara palidecía y su pierna continuaba sangrante. Si no hacía algo pronto, seríamos el festín de esos individuos medio inertes. Por lo tanto empecé a buscar algo con lo que atracar la puerta. Dirigí mi vista hacia una estantería cargada con botes de especias, y la tiré de manera que bloqueó dicha entrada.

A continuación me tiré al piso y comprobé el estado de Kass. Esta estaba medio inconsciente, con el pulso demasiado bajo y su piel había adquirido un tono pálido como la nieve.

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