La señora Robinson cumplió con su palabra al pie de la letra. A lo largo de la semana, no coincidieron más que en unas pocas ocasiones, y cuando necesitaba algo de él como profesional, enviaba a Rita Hapkins a dejarle el recado o le escribía un correo electrónico.
Marshall no estaba seguro de cómo sentirse al respecto. Saber que le gustaba a la señora Robinson de esa manera había modificado su perspectiva acerca de muchas cosas. Para empezar, sobre sí mismo. Al comienzo, pensar en que su jefa lo deseara le había traído una angustia tremenda. Pasó la primera noche dando vueltas en la cama, preguntándose qué había hecho para causarle esa impresión.
Sin embargo, con el transcurso de los días, sus dudas se desplazaron hacia tierras más cálidas, aunque igual de inquietantes. Tenía que mantenerse muy ocupado en sus ratos libres en el apartamento, pues, si daba carta blanca al aburrimiento o siquiera al tiempo de ocio, tarde o temprano se sorprendería a sí mismo frente al espejo del baño. Allí, se observaba desde todos los ángulos posibles, buscando algo que le costaba trabajo ver, pero de lo que la señora Robinson parecía tener profundo conocimiento.
Con el fin de no ceder más espacio de su rutina a aquella pequeña tortura, juntó algo de dinero y compró un nuevo modelo de avión a escala. Uno más difícil de ensamblar y pintar, que se adueñó de sus noches de insomnio hasta quedar terminado. También instaló una repisa de IKEA, justo sobre su escritorio y a un lado de la pizarra, donde colocaría cada ejemplar de su nueva obsesión. Si bien por el momento se encontraba casi vacía, no tardaría más de unos meses en llenarla.
Aquella repisa era el primer mueble personal que colocaba en el apartamento. La cama y el escritorio también le pertenecían, claro, mas no decían nada de él. Solo eran dos objetos necesarios para la supervivencia, prácticamente escogidos por otras personas. De ser por Marshall, dormiría en un colchón en el suelo y administraría sus proyectos allí mismo.
Pero ahora... ahora era diferente. De pronto, se descubrió pensando en cómo le vendría bien poner un portarretratos sobre la repisa, quizás una fotografía de Luisa y él cuando eran pequeños. Había una bastante enternecedora, tomada pocos días después de que Marshall naciera. Una orgullosa Luisa de siete años lo sostenía con la sonrisa más grande del mundo, y una atenta mamá posaba cerca de ellos, vigilando que no se cayera. Así fueron los tiempos antes del malestar, de los ataques y del suicidio.
El vecindario habló del suicidio de Gloria Valenzuela por varias semanas, aunque siempre se las arreglaba para callarse cuando sus hijos aparecían. Luisa tuvo la suerte de marcharse a Estados Unidos para continuar sus estudios allá; Marshall tuvo que quedarse con el abuelo Enrique, bajando la cabeza ante sus gritos y soportando cómo, no tan sutilmente, lo culpaba a él y a su «padre el gringo» por la angustia que había acosado a Gloria durante tantos años, sin que nadie lo notase.
A Marshall le dolía recordar la muerte de su madre, pero no tanto como le dolía recordar la angustia. A veces, lo asaltaba un espantoso terror de que él pudiera padecerla también. Los síntomas estaban ahí. Ansiedad y crisis de la misma cuando se salía de control, taquicardia, pestañeo excesivo, sudoraciones, temporadas de pesadillas constantes. Nada podía asegurarle que su destino no sería igual, en especial cuando las señales se tornaban peores cada año.
No tenía por qué darle vueltas ahora. Sospechaba que la fotografía se hallaba oculta en el fondo del armario empotrado, y se prometió que compraría un portarretratos digna de ella en cuanto pudiese. Quizás uno de madera oscura, de esos que Luisa consideraba tan elegantes.
Y esa imagen lo hizo darse cuenta de que necesitaría un sofá a juego. Un sofá de madera oscura con cojines anaranjados, que hicieran juego con la ropa de la cama. Y unas cortinas. Y algún cuadro, tal vez del primer fotograma de El Rey León, la película con la que Luisa y él solían estar fascinados. Estaba convencido de que a ella le encantaría.
Así pasó el resto de su espera por la llegada del jueves: comprando cosas para su hogar. El sofá estaba fuera del presupuesto, pero el portarretratos, las cortinas y el cuadro no resultaron ser ideas tan descabelladas. Incluso llegó a considerar que sería interesante pintar una de las paredes de anaranjado también, para crear un ambiente más cálido, y terminó comprando una lámpara de pie solo porque la pintura hubiera sido demasiado complicada de obtener y aplicar.
Al final, no solo se sintió contento con el resultado, sino que cambió drásticamente su forma de percibir el espacio y a sí mismo. Con tantas cosas bellas que él solo había seleccionado a su alrededor, conciliar el sueño era mucho más fácil. El aura que aquel lugar irradiaba ya no era de esterilidad y aislamiento, sino de protección. Por fin podía decir que comprendía a la gente cuyo hogar parecía ser una extensión de su alma. Ni siquiera el incidente de la señora Robinson lo afectaba tanto ya.
Ah, la señora Robinson... Para el miércoles casi se le había olvidado, y recordarlo le provocaba cierto miedo, no estaba seguro de a qué. ¿A la señora Robinson? No, ella había dejado muy claro que no le haría daño, y Marshall le creía. No solo se trataba de que el metro sesenta y siete de ella difícilmente podría cometer un acto cercano a someterlo, sino que además la confianza que aquella mujer siempre le había inspirado seguía ahí.
A lo mejor lo que lo asustaban eran las preguntas. Esas preguntas que no se atrevía a plantearse, que apuñalaban su espalda con escalofríos, que lo obligaban a dormir con la luz encendida. Se lamentaba de no tener a nadie con quien analizarlas.
¿Sería aceptable hablarle a Luisa del asunto durante su almuerzo del jueves? El estómago se le revolvió de solo pensarlo. Nunca había hablado con Luisa de sus contadas experiencias romántico-sexuales y la idea de empezar ahora era cuanto menos desagradable al tacto.
Sin fe en los psicólogos ycon la señora Robinson evitándolo, estaba completamente solo contra su propiacabeza.
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Un capítulo bastante corto e introspectivo. En el próximo, finalmente vemos a Luisa :)
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El ascenso de Marshall
RomanceCuando Marshall Valenzuela, un joven diseñador editorial, explota en una junta creativa de la revista femenina para la que trabaja, lo que menos espera es que su jefa vaya detrás de él y lo ayude a salir de su crisis. Y cuando esta revisa el proyect...