Capítulo 20

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—Carrie, ¿trajiste tu bolso el día de hoy? —preguntó Madame Annette una vez dentro del cuarto, con Marshall ya en el sofá.

—Sí, ama —respondió la muchacha, agachando la cabeza.

La forma en la que se refería a su dominante seguía despertando cierta incomodidad en el joven, que agradecía que él y la señora Robinson ya tuviesen nombres establecidos antes de iniciar su aventura.

—Excelente, querida, te mereces una recompensa.

Carrie abrió la boca para decir algo y Madame Annette la detuvo.

—Oh, no, ni creas que vas a decidir tú. Marshall lo hará. —El aludido tragó saliva—. Pero de eso nos ocuparemos luego. Recuerda que estamos aquí porque nuestro amigo necesita ayuda con algo.

—Sí, ama.

—Bien, ahora quiero que vayas a tu casillero a buscar tus cosas. —Volvió a detenerla antes de que obedeciera—. Pero... —Sacó algo de su pequeño bolso de mano—. Vas a usar esto.

La chica palideció y Marshall entrecerró los ojos, buscando identificar el minúsculo objeto rosa que Madame Annette sostenía.

—¿Quiere... quiere que use eso allá afuera? —inquirió Carrie, aunque él sabía que si estuviera en verdad intimidada, diría «metamorfosis» y todo terminaría.

—Estamos tratando de mostrarle a Marshall toda la estimulación que se puede obtener con la ropa puesta, ¿no es así? ¿Y acaso no te encanta tener algo vibrando justo ahí?

—Sí, pero...

—Sin peros. Mete eso en tus bragas y sal a buscar tu bolso.

—De acuerdo.

Carrie se levantó la falda y deslizó el vibrador dentro de su ropa. Marshall observó cómo el juguete viajaba hacia el sur por debajo de la tela. A pesar de no estar encendido, la reacción que su tacto le produjo a Carrie fue notoria. Entonces Madame Annette se acercó al sofá y le pidió a Marshall que extendiese la mano.

—Esto es tuyo —le dijo—. Úsalo como quieras.

El hombre bajó la vista hacia lo que Madame Annette le había entregado. Se parecía al vibrador (el color y la forma eran exactamente los mismos), aunque mucho más pequeño. Tenía tres diminutos botones y la forma en que Carrie se encrespó apenas acercó el pulgar a uno de ellos, le reveló todo lo que le hacía falta saber.

Era el control remoto.

—Ahora, andando —ordenó Madame Annette a su sumisa, dejándose caer junto a Marshall.

La mirada azul de Carrie buscó la de él, en un esfuerzo por suplicar clemencia. Luego su cuerpo delgado salió, presuroso, a cumplir con la tarea marcada.

—No tienes que usarlo si no quieres —clarificó la que se había quedado—. La idea es conseguir cierto efecto psicológico.

—¿El miedo? —cuestionó Marshall.

—Una clase divertida de miedo.

Marshall calló unos segundos.

—Ibas a decirme algo allá afuera...

—¿Uh?

—Sobre... sobre la señora Robinson.

El semblante de Madame Annette adquirió una ligera capa de tristeza.

—Oh, sí. Mira, la cosa es...

La puerta se abrió de golpe y ambos saltaron. Un instante más tarde, Carrie se desplomó en el suelo, tirando su bolso y dando un gritito.

El ascenso de MarshallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora